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Profesor de creación literaria, doctor en Filosofía, director de orquesta y actor

José Carlos Carmona: “Con la literatura creo y con la música recreo”

José Carlos Carmona: “Con la literatura creo y con la música recreo”

Tras su premiada primera novela, Sabor a chocolate, con más de cien mil ejemplares vendidos, José Carlos Carmona, amante de los modelos de creación literaria y estudioso de la técnica narrativa, retoma su voz inconfundible en la recientemente publicada Sabor a canela (Planeta), que, pese a no ser una secuela, profundiza en el estilo de su antecesora —capítulos breves, frases cortas, lenguaje sencillo, acción constante— hasta el punto de convertir una obra sobre la música en música, la cual avanza al ritmo de su protagonista, Cecile Goldberg, desde su primer contacto con la melodía de un violonchelo, a la edad de tres años, hasta su participación en el concurso internacional de Dirección de Orquesta de la Academia Chigiana de Siena, inscrita con nombre de chico para abrirse paso en un deshonesto mundo de hombres. Y entre ambos instantes, un segmento de sensaciones disímiles donde se entrelazan amor, lucha, dolor, “paciencia e ira”.  

 

Sabor a canela, una elegante novela sinfónica a medio camino entre la narración y la poesía. José Carlos Carmona, un escritor de emociones e intenciones.  

 

Más de treinta años en la vida de la protagonista, con una ingente cantidad de acontecimientos a su alrededor, condensados en ciento ochenta capítulos muy cortos, algunos de dos o tres líneas, incluso una. Interesante síntesis narrativa.

La investigación de formas cortas la estoy haciendo precisamente para ver si el público, que entiendo no dispone de mucho tiempo, puede engancharse a mi novela. Ya lo han hecho otros autores europeos como Pascal Quignard, con Todas las mañanas del mundo, o Alessandro Baricco, con Seda. Fueron estilos que a mí me habían enganchado.

 

¿Y continúas indagando?

Justo antes de realizar este libro había escrito uno en el que llevo a cabo poesía narrativa, como hacían Charles Bukowski o Raymond Carver. Eso era lo que me quedaba de la investigación que estaba realizando. Yo estudiaba, y la verdad es que sigo haciéndolo, a autores norteamericanos. Me encantan.

 

En esta novela se suceden viajes, encuentros, separaciones, deseos, muertes, rencores, traiciones… Todo un tratado contemporáneo sobre la condición humana.  

Intento, y es un trabajo que me gusta mucho hacer, que las cosas que ocurran sean humanas, normales, y que la gente se identifique con ellas. Lo otro es entrar en el juego de los tópicos, donde nos mete mucho el cine. Cuando estoy escribiendo digo “ahora lo resolvería de esta manera, que sería lo tópico”, pero luego busco cómo hacerlo por la vía de lo humano, porque me interesa que los lectores vean que están ante seres humanos de carne y hueso. Eso lo hacía Chéjov y en verdad es lo que más admiro de él. En sus historias, cuando parece que va a pasar una cosa, pasa otra.

 

Haces en Sabor a canela un juego maravilloso con el tiempo verbal. Toda la novela está narrada en pasado, pero hay determinados capítulos, a modo de pilares estructurales, escritos en presente.

Y aparte del tiempo verbal también cambia la forma, porque ya no son frases cortas, sino párrafos largos y muy descriptivos. Pretendía romper el ritmo. Todo va muy acelerado y de repente se quiere que el lector se pare y mire, porque cuando está mirando está pensando. Hoy en día mucha gente escribe historias sin preocuparse demasiado por la forma de contar las palabras, sólo de cómo va más o menos el argumento.

 

Hablas de cambios de ritmos que a la postre no es más que música.  

Sí, todo es música, cada capítulo corto, su estructura, para mí era poesía porque en realidad es literatura con ritmo, con tonalidades. Había veces que no ponía una palabra porque sonaba mal dentro de la textura musical en que se estaba escuchando. Yo vivo la vida como si fuera música y para mí un discurso hablado es un discurso musical, con su pico de tensión incluido.

 

¿Te costó mantener ese tono característico a lo largo de todo el proceso creativo de la novela?

Para mí el tono es lo que menos cuesta. El asunto es que si alguien lo tiene antes de empezar con la novela, tiene ya una gran parte hecha. Lo más difícil no es “montarse” en el tono, sino en la historia. De todos modos, yo estoy en contra de cualquiera que diga cómo hay que hacer una novela de una manera sistemática, como si fuera la verdad absoluta. Yo me levanto de mi asiento y no tengo ni idea de cómo voy a seguir al día siguiente, y además es que me alegra, porque yo me acerco a la novela con la propia emoción de un lector que no sabe lo que va  a pasar. Si un día me levantara del asiento sabiendo lo que voy a escribir mañana, iría luego con poca emoción. Yo lo que quiero es sentarme y ponerme a descubrir. Yo me pongo ahí y me digo lo de Samuel Beckett en su libro Textos para nada, “Imaginación muerta, imagina”.

 

E imaginaste una obra cargada de simbolismo alrededor de la música clásica.

Todas las piezas musicales están en mi cabeza, no tengo ni que pensarlas casi. Y es que en cierto sentido Cecile Goldberg soy yo. Todos los personajes tienen algo y nada de su creador, como le ocurrió a Flaubert con Madame Bovary. Para mí la batalla de ella era muy parecida. Yo estudié Dirección de Orquesta, dirijo una orquesta pero no soy director de una profesional. Me parecía interesante que la gente viera cómo se construye esa personalidad, con las pruebas para entrar en el conservatorio, los exámenes y tal.

 

Y por ello alguien como tú, conocedor de este mundo de la cultura de élite, no podía obviar la oportunidad de denunciar el silenciamiento que sufren las directoras de orquesta, leitmotiv de tu novela.  

Yo no entiendo que la gente pueda ser radical en un ámbito como el de la alta cultura. En el tema de las directoras de orquesta, como no hemos visto muchas mujeres pues nos resulta extraño, pero como nos resulta extraño tampoco las ponen. Hasta que no empiecen a dar paso a las mujeres como directoras de orquesta no se demostrará que éstas pueden ser tan malas como los hombre, porque yo creo que los directores de orquesta son bastante malos. Pienso que es totalmente injusto y que hay machismo en las altas capas culturales. Yo la verdad es que con eso estoy muy decepcionado, en el sentido de que cuando yo entré en el mundo de la música clásica, en el conservatorio, me gustaba el hecho de algún día pertenecer a esa clase de gente, inteligente, amante del arte, con mucha empatía, solidaria, lo que para mí entendía que era la alta cultura, pero cuando llegas ves que es un colectivo con envidias, odio y machismo como otro cualquiera. También hay que tener en cuenta que en la música clásica estamos en manos de los gestores, gente del mundo del derecho, de la economía… De todas formas, yo pensé que se iban a dar muchos pasos adelante en este sentido y no ha sido así.

 

“La vida, un lío”, como escribes en tu novela.

Sí, y eso es una cosa que me gustaría que la gente viera de una manera positiva, en la forma en que si las personas supieran que el mundo es un lío y lo aceptaran, aprenderían a gestionarlo y sabrían que existen cosas con las que hay que convivir, como quien tiene una enfermedad de por vida. Porque cuanto antes asumas que el mundo es un lío, menos vas a sufrir.

 

Hablando de sufrimiento, ¿para dirigir una obra sobre la muerte hay que haberla sentido antes? Al menos así, en uno de los capítulos, justifica el maestro Désormière la elección de Cecile para ponerse a los mandos del Réquiem de Fauré en el concierto final del curso.

Bueno, yo he tenido esa experiencia al conocer una pieza musical en todo su aspecto técnico, armónico, y estar dirigiéndola sabiendo que seguro el compositor, que había sufrido la muerte de su madre o de su hijo, tendría unas sensaciones que yo no estaba siendo capaz honestamente de poder mostrar. Creo que para dirigir cierto tipo de obras hace falta una madurez, y yo la estoy teniendo ahora. De hecho, muchos directores de orquesta son mayores. Me parece que para ponerse a la altura de los grandes genios, con esas mentalidades, con esas personalidades, y transmitir su mensaje hay que estar preparado no sólo en el campo musical sino también en el campo vivencial.

 

¿Qué papel ocupan música y literatura en tu vida?

Yo con la música he tenido la posibilidad de dialogar con grandes seres humanos de la Historia, porque entro en un mecanismo consistente en ver unos planos arquitectónicos que ellos han dejado sobre una catedral a imaginar, que es una obra musical. Entonces yo, para recomponerla, entro ahí, me pongo a analizar la obra y me siento como ellos, desvelando los secretos que dejaron para que yo lo hiciera. La música es un discurso que ha conseguido mover mis emociones de una manera fuerte desde que soy pequeño, y soy afortunado porque para eso hay que tener preparación. Para mí la música es mi norte, mi sueño, mi anhelo, mi compañía. Y con la literatura me pasa igual: tener la posibilidad de ponerme con Shakespeare y escucharlo. Aunque seguro que muchos artistas fueron malas personas o se comportaron de una manera deshonesta, pero lo que han dejado es, generalmente, su legado más positivo, y cuando estoy con ellos llevo a cabo las conversaciones más sublimes de la Historia. En realidad de lo que estamos hablando es de arte, y el arte es un buen cobijo para ser feliz. Y luego yo he conseguido tener la mentalidad clara para saber que además es un medio para acercarme a los demás. El arte como mediación con la humanidad es algo bueno. Digamos que yo con la literatura creo y con la música recreo, pues no voy a dejar nada en el mundo de la música porque no compongo. En vida me interesa la dirección de orquesta y en muerte la creación literaria.    

 

Por José Iglesias

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