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Barcelona, lección: jugar bien, para ganar, ganar y ganar

Barcelona, lección: jugar bien, para ganar, ganar y ganar

Barcelona, lección: jugar bien, para ganar, ganar y ganarLas grandes finales se "venden" con las mega estrellas y se juega con los Puyol. Se sueñan con Cristiano Ronaldo y Lionel Messi y se concretan con la firmeza de Yayá Toure y la resistencia en el juego firme hasta que el tiempo pase. Barcelona, sin embargo, terminó siendo un campeón con autoridad. Construyó un partido en Roma contra el Manchester United  tal como fue toda su campaña. La final ganada por el equipo de Josep Guardiola es más valorada cuando el partido se revisa cuadro por cuadro dentro de cada cabeza y se comprende que el equipo campeón fue un conjunto que funcionó como tal varias veces durante varios minutos. La idea termina de cerrar cuando se lo ve salir a Andrés Iniesta con su aspecto de anti héroe al que elegiríamos último en un "pan y queso" si no lo conociéramos: siempre llegó claro contra una defensa que no tenía nunca menos de cinco hombres.

Jamás las expectativas sobre un gran acontecimiento son cumplidas enteramente. Las previas patrocinadas, la idea de ser espectadores de un partido que deje embriagada a las audiencias con un juego de alto vuelo rara vez se cumple. Las finales se juegan como se puede más allá de las declamaciones de las mesas de café y los paneles altisonantes. Hay hombres en la cancha. Y si hay hombres hay miedo y ansiedad que sólo se sacuden con la transpiración. Barcelona se acomodó con el correr de los minutos y terminó siendo el dominador en Roma.

Lionel Messi encontró finalmente la medida de su consagración. Buscó desesperadamente la acción personal que derive en el gol del que hable el planeta, pero tuvo otro premio. Pescó con un cabezazo precioso un centro de Xavi para alcanzar un lugar que por un rato largo lo deje en paz acerca de lo que Messi es, lo que se dice que es, lo que se lo promociona desde el marketing y lo que elucubra cada hincha del fútbol. Messi hizo el gol del cierre del partido en la final de la Champions League. De eso no se vuelve. Eso queda y eso es para siempre. Messi no es un cuento de las marcas. Y eso es definitivo.

¿Jugó el Barcelona el fútbol que predica? Claro que sí. El riesgo de quedarse sin nada es lo que se pone en juego en una final. Jugó bien porque en condiciones límites respeto su idea madre de juego, cosa que el Manchester United no hizo. Porque no lo dejaron. Puyol en el primer tiempo atoró a Rooney y en el segundo tiempo llevó su duelo con Cristiano Ronaldo a la categoría de pelea callejera. Terminó el partido haciendo circular la pelota, mezclando los toques cortos con la pelota profunda. Barcelona no tuvo quizás el brillo de otras galas pero le dió al partido todo lo necesario para abrirlo, conservarlo y cerrarlo. Eso es competir.

El debate sobre el fútbol bien jugado en la Argentina no sale de su eterna rotonda  porque persigue un fin y busca una utilidad. El fin es convencer al otro bando. Decirle al resultadista que quitarle la belleza al juego hace que el marcador final quede a consideración y decirle al útopico que jugar lindo, sin irse con los porotos a casa, es como no haber venido. En realidad el debate no es tal porque escala a la categoría de polémica, donde vence el que grita mas alto. Tampoco es cosa de encontrar vencedores y vencidos porque no hay una forma superior de jugar ni de ganar. ¿Era mejor Muhammad Alí porque volaba como mariposa y picaba como abeja? ¿O era superior Mike Tyson porque pulverizaba a sus adversarios sin piedad cuando todavía no se habían acomodado el protector bucal? ¿Es mejor Rafa Nadal porque gana al destruir ó Roger Federer porque gana sin violencia aparente en sus golpes? No hay motivo en el mundo deportivo y menos cuando la humanidad ya dio enseñanzas sobre el uso de las batallas deportivas para definir lo que el raciocinio no hallaba en otras mesas de negociación. No hay para qué continuar con esa búsqueda frenética de ver quien está en lo cierto.

El otro error es buscarle utilidad al resultado deportivo. La utilidad entendida como un sentido superior al de pasar, por ejemplo, una tarde entretenida mirando fútbol. El fútbol bien jugado tiene que ser inútil y no debe servir para nada más que para encontrarnos en pleno disfrute. ¿Qué otro sentido debería tener gozar con un partido de fútbol que no sea exactamente ese? Pretenciosos, luego le buscamos motivos elevados y significativos como que el débil le gane al poderoso, el país chico a la potencia, para finalmente derivar en la decepción (¿y qué esperaban?) de que cuando salimos a la calle el mundo sigue girando para el mismo lado de siempre.

Decimos que nos gusta el fútbol porque está en nuestros genes y que en todo caso, aunque los espectáculos no sean atractivos, aunque los partidos sean malos, el gusto lo encontraremos igual porque está en nuestro ADN. Y eso es mentira. O en todo caso es una afirmación simbólica. El fútbol y el gusto por lo que ofrece, es una construcción cultural y cuando aparecen equipos como el Barcelona, nuestro Lanùs y nuestro Huracán descubrimos que hablar de la carga genética es otro lugar común con el que el fútbol cubre un espacio cuando tiene pereza para debatir y pasión por polemizar.

Por eso la gesta del Barcelona de Guardiola representa uno de esos momentos en que miramos y nos pellizcamos, como queriendo saber cuando diablos volveremos a ver un equipo como este
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