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¿Estamos locos o qué?

Liberadas e infelices

Liberadas e infelices

Esta semana me ha dado por el tema femenino. Qué le vamos a hacer. Soy mujer de obsesiones y mientras no gane más dinero y me pueda pagar un psicoanalista, me voy quitando los lastres obsesivos a golpe de columnas.

He leído una columna en el New York Times (nótese bien que esto lo pongo para tirarme el pego de mega fashion intelectual) de un señor llamado Ross Douthat, columnista para más señas (o sea mi colega) que con el sugerente título de Liberated and unhappy, es decir liberadas e infelices, habla de un estudio que revela que las mujeres ahora son más infelices que hace 30 años cuando no estaban tan liberadas. Ya empezamos.

Bien. Vayamos por partes. No creo que todas las mujeres puedan entrar en este estudio. Me explico. Las que no tienen cargas familiares, es decir, marido (o pareja) e hijos, están fuera. Por una cuestión obvia; salvo que sean ricas por familia, o trabajan o a ver de qué viven. La excusa de quedarse en casa cuidando los niños desaparece. Así que, excluida esa parte importante de la población (entre la que me encuentro, by the way) veamos a las que sí están dentro.

Reconoce el estudio que con la incorporación de la mujer al trabajo y con el control de su propia fertilidad, la mujer ha avanzado muchos puestos en el mercado laboral pero ha descendido muchos otros más en su felicidad personal. Difícil elección la de dirimir entre: ¿me quedo en casa o voy a la oficina? El problema no es escoger, porque tal elección no existe. Me explico; cuando una mujer trabaja  (y me refiero a la inmensa mayoría, no a la que tiene tres internas, dos externas y jardinero), al llegar a su casa sigue ocupándose de las labores del hogar: sigue dando cenas, baños, ayudando con los deberes, durmiendo a los niños, contándoles un cuento…y levantándose con sus pesadillas. ¿Hay hombres que lo hacen? Desde luego que sí, es más, cada vez se incrementa el número, algo aplaudible pero todavía insuficiente.

Hagan ustedes una prueba. Pásense una tarde de entre semana por cualquier afterwork  de su ciudad (en su defecto, tasca, taberna, bar…o cualquier sitio de expansión y alcohol). Contabilice cuántos hombres que tienen hijos están tomando copas y haga lo mismo con las féminas en idéntica situación familiar. Verá usted como no le salen las cuentas: más o menos 20 hombres por cada mujer. ¿Dónde están ellas? Pues llegando a casa después de una intensa jornada para arremangarse y ponerse a la otra faena. ¿Estoy mintiendo?

Ellos, probablemente dirán que están reunidos. Así que, con todos mis respetos al columnista del New York Times, si las mujeres no están más felices, aunque sí más liberadas, no es porque las abuelas tuvieran razón, sino porque los hombre (no todos, ¿eh?) todavía no se han enterado de que los hijos, además de pasearlos los domingos, también hay que atenderlos entre semana. Y sí, son un coñazo, pero son tus hijos.

Es una simplificación, ya lo sé, pero en una columna tampoco puedo enarbolar una tesis con los muchos matices que este tema se merece.

Lea la columna de Ross Douthat en el New York Times>>

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