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Madrid 2016: una reflexión económica

Es inevitable referirse a la polémica abierta en torno a la candidatura de Madrid para ser elegida como sede de los Juegos Olímpicos de 2016, y es una de esas ocasiones en que el comentarista es consciente de lo impopular que puede llegar a ser el ejercicio responsable de la veracidad. La advertencia de que una candidatura que ha recibido tan altos apoyos pueda ser inconveniente en las circunstancias de grave crisis económica de los tiempos que corren, o que al menos necesita ser analizada en todos los parámetros antes de tomar la decisión de acrecentar tanto los números rojos de la ciudad más endeudada de Europa, puede ser tildado hasta de antipatriótico. Al fin y al cabo no hacen falta muy sofisticadas encuestas para saber que la inmensa mayoría de los madrileños, como de los habitantes de cualquier ciudad, desean ilusionadamente ser testigos y partícipes de un acontecimiento que excede incluso el ámbito del deporte para ser, quizá, el de más amplia dimensión social y mediática del planeta.

En estas condiciones es muy difícil poner negro sobre blanco dos preguntas que, por puro sentido común, nos debemos hacer los madrileños: ¿nos lo podemos permitir? ¿nos lo debemos permitir? Poder, ya se sabe que, a golpe de endeudamiento, los poderes públicos lo pueden todo, a mayor gloria de quienes –democráticamente elegidos, por supuesto, esto no es China, Irán o cualquier otro sumidero del planeta– ocupan los altos cargos de decisión. Deber, habría por lo menos que pensarlo con cierta prudencia. Yes, we can! But, we must to do it?

Vaya por delante que este comentarista tiene una alta estimación política –no cabe decir lo mismo en términos de prudencia económica y rigor presupuestario– de Alberto Ruiz-Gallardón. Hasta donde conozco, y le sigo con atención desde muchos años atrás, el fiscal Ruiz-Gallardón es un político hábil y un gestor audaz, pero también un hombre honorable. Cosa distinta es la visible, y creo que reciente, proclividad de Ruiz-Gallardón a cierto entendimiento faraónico de la política, que ha convertido Madrid en escenario de muy costosas obras, no todas necesarias ni siquiera algunas convenientes, con esa especie de carísimo broche que ha sido el innecesario traslado del Ayuntamiento de Madrid desde su varias veces centenaria sede de la plaza de la Villa, que fue suficiente para muy importantes y recordados alcaldes de todos los partidos, al lujo desmedido de la nueva sede de la plaza de Cibeles, con tremendo coste de conversión y adecuación al nuevo uso.

Bien, los Juegos Olímpicos son muy atractivos en términos de imagen y si prospera la candidatura de Madrid, 2016 será una buena oportunidad para consolidar ese nuevo carácter que visiblemente está adquiriendo la ciudad como auténtica capital del sur de Europa, el lugar a donde los jóvenes europeos quieren viajar con la misma pasión que en los años 70 lo hacían –lo hacíamos– a Londres. De hecho, es un dato significativo el que el programa Erasmus esté prácticamente colapsado por la voluntad de tantos universitarios franceses, alemanes, ingleses y de los demás países de la Unión, que quieren hacer su curso en algunas de las Universidades de prestigio y calidad con que cuenta Madrid, más por venir a Madrid que por las Universidades mismas.  

La cuestión es otra. ¿Estamos en condiciones económicas de afrontar ese desafío en la capital de un país que cruza, con perspectivas de que va para largo, la peor crisis económica de su historia, con todos los indicadores a punto de sonar las señales de alarma y con las mayores tasas de paro de la OCDE y por supuesto de la UE? España va mal, pero Madrid está peor. ¿Es momento oportuno para estas alegrías de gasto? ¿Hasta dónde llegará el ya hoy insoportable endeudamiento de Madrid, que se encamina sin freno, incluso en cálculo prudente, hacia los diez mil, se dice pronto, millones de euros? ¿Es que los Juegos Olímpicos son rentables? Cierto que en algún caso, sólo en algún caso, lo han sido, pero la regla general, que probablemente en este caso también se cumpla, es que han generado muy serios endeudamientos para la ciudad organizadora. Y eso a pesar de que el Estado, que sin duda lo hará, corra, directa e indirectamente, con buena parte de los gastos, ya sea mediante inversiones o con beneficios fiscales.   

Cierto que la candidatura olímpica tiene la ventaja de que nadie, ningún político, se atreverá a convertirse en antagonista visible de algo tan popular y deseado. Incluso el Gobierno del Estado, como ya se está viendo y por muy distante ideológico que esté, ofrecerá toda la colaboración que se le pida. Y lo mismo hará el Gobierno de la Comunidad de Madrid, a pesar de las relaciones manifiestamente mejorables entre los dos compañeros de partido, el muy conservador Ruiz-Gallardón y la muy liberal Esperanza Aguirre.

Nadie deja de apuntarse a unos Juegos Olímpicos, pero esto no quiere decir que la candidatura sea oportuna o conveniente. Ello al margen, una vez lanzada, esto es, cruzado como está el Rubicón, hay que desear que Madrid gane esa candidatura, aunque no faltarán quienes, por el bien de Madrid, opinen que sería mejor no conseguirlo. Tengo la impresión –faltan unos meses para saberlo con certeza– de que Madrid será finalmente elegida ciudad sede de los Juegos Olímpicos. Cosa distinta es con qué humor, en qué condiciones económicas, financieras, empresariales y laborales, llegaremos a 2016 para disfrutar de esa Olimpiada. Que sea para bien.
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