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El desprestigio de nuestros líderes

El desprestigio de nuestros líderes

La dramática crisis económica actual no sólo está destruyendo empleo a pasos agigantados, sino que está llevándose por delante el prestigio de muchos líderes políticos, incapaces de enderezar el rumbo de sus maltrechas economías.

En Gran Bretaña, ya se da por amortizado al laborista Gordon Brown y se pronostica la próxima llegada al número 10 de Downing Street del tory David Cameron. También líderes que antes parecían intocables ven descender su popularidad: Angela Merkel, Nicolas Sarkozy, Silvio Berlusconi… Todos ellos, sin embargo, volverían a ganar las elecciones ya que aun resulta más pavoroso el espectáculo de sus respectivas oposiciones.

El socialismo francés, sin ideas, entusiasmo ni expectativas, todavía está escindido entre partidarios de la inane Martine Aubry y de la desconcertante Ségolène Royale. Peor es el caso de Italia, pese a su bufonesco presidente y al inenarrable espectáculo del anunciado divorcio de su esposa, Veronica Lario. Una izquierda desgarrada y cainita, oportunista y mezquina, ha acabado con el honesto Walter Veltroni, su última esperanza.

Ya ven: no hay confianza en la derecha gobernante, pero menos aún en la expectante oposición de izquierdas. Y es que para la opinión pública europea el culpable de la crisis no es el sistema capitalista, sino que lo son las personas y los métodos de quienes se han aprovechado de él. La alternativa económica tampoco es ese comunismo con una perversa historia detrás suyo, como intentan convencernos Cayo Lara, Magda Sanz y otros epígonos nacionales de las fracasadas dictaduras del Este de Europa. Allí, hoy día, donde peor lo estén pasando se hallan infinitamente mejor que en el momento más álgido del antiguo régimen.

Si en algo no creemos, pues, los europeos, es en nuestros políticos. Esto parece ser válido para cualquiera de las comunidades autónomas españolas, incluyendo la valenciana, con el desgaste cotidiano de su presidente, Paco Camps, a cuenta de los trajes de El Bigotes. ¿Cómo es, sin embargo, que las encuestas siguen pronosticando su victoria? Porque la perspectiva del socialista Jorge Alarte en el poder, con la prédica reduccionista y antigua de su partido, de rancio olor a alcanfor, produce en los votantes más temor que esperanza.

¿Cómo es, por otra parte, que Rodríguez Zapatero, con un récord mundial de destrucción de empleo, parece salvarse de esta quema generalizada? Quizás, aventuro, por ese tupido sistema clientelar de dirigentes sindicales y de políticos nacionalistas, quienes lo necesitan para mantener un nefasto statu quo, y también de la desconfianza hacia una oposición cuyos líderes no merecen más crédito que el escaso del que gozan quienes equivocadamente presumen de estar gobernándonos.   
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