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Artimañas a los pies de Rodin

La mirada serena del dios de bronce parece estar fija en el cercano Museo del Prado. Elevando sus macizos 1,84 centímetros sobre el alto pedestal situado entre las calles Almadén y Ceniceros, El Pensador, de Auguste Rodin, parece vigilarnos como un gran hermano al que Madrid hubiera pedido una oportunidad para que nos incluya en sus meditaciones. Es, al menos, una oportunidad para el arte al aire libre, expuesto de manera ambulante al disfrute de todos los ciudadanos.

Debajo de esa mole de 650 toneladas deambulamos los ciudadanos y nuestros representantes mas metidos propiamente en las artimañas que en el arte.

Son las artimañas que permiten que un sumario secreto supure continuamente nombres de supuestos implicados, cuya implicación ya se verá, pero que, entre tanto, hacen daño y más en campaña electoral. Tan lamentables artimañas como las que utiliza el Partido Popular, dando un insólito ultimátum a un juez para que realice su labor independiente y diciendo a sus 10 millones largos de votantes que la justicia en España es imparcial y deben de respetarla solo cuando les gusta y les favorece y nunca al contrario. Vamos que no están ni para aprobar Educación para la Ciudadanía.

Son argucias para mirar a otro lado, en vez de empezar a limpiar las alcantarillas del Partido Popular, donde parece que se rebasaron con mucho los niveles de aguas nauseabundas en circulación. Algo especialmente maloliente en el caso de las conducciones subterráneas por el PP de Madrid. Esperanza Aguirre sigue mangoneando a su manera su corralito del que de vez en cuando salen despedidos ahora un consejero, después un presidente de comisión parlamentaria de investigación, luego un alcalde de una localidad importante… Una ceremonia incesante de nominaciones y expulsiones a lo reality show que nadie se digna explicar. Lo importante, parece, es que permanezcamos atentos a la pantalla para asegurarse la audiencia. Y mientras tanto, entre los que quedan dentro, unos y otros se espían con desconfianza y se arrojan dossieres comprometedores.

Las artimañas en el otro lado se basan en los males de la oposición. Al locuaz José Luis Rodríguez Zapatero de campaña electoral le preguntaron el otro día en televisión como se sentía, con la que está cayendo de la crisis económica y el paro. “Bien, bastante bien, ¡sobre todo viendo lo que está pasando en la oposición!” Como si eso además de arreglarle a él el cuerpo nos solucionara a los demás el PIB o las cifras del paro. Argucias, mil argucias se buscó durante 15 días el dimitido ministro Bermejo para salvar la cara ante una indecorosa coincidencia cinegética con el juez Garzón y ante demasiados ejercicios de escopeta sin licencia o en cotos de caza de interés público, pero, al parecer, de utilización privada. Aunque, al menos, supo aceptar que una democracia no debe aguantarlo todo y dimitió, siendo lo de menos que lo hiciera, a lo mejor, pensando más que nada en los réditos electorales su partido y en la imagen deteriorada de su Gobierno. Esta democracia es permisiva a un tiempo con los lamentables ocios compartidos entre el poder judicial y el ejecutivo y, también, con la campaña de acoso y derribo de todo un partido de la oposición contra la independencia de un juez. Pero no hay que irse tan lejos para recordar que la misma democracia permitió que toda una Reina se despachara a gusto sobre los matrimonios homosexuales o el tratamiento de la violencia de género, en una insólita intromisión en asuntos que incluso están en el debate del Tribunal Constitucional.

El hercúleo dios de bronce del Paseo del Prado mantiene impasible su barbilla descansando sobre el dorso de su mano derecha allá en las alturas. Dicen que reflexiona permanente. Y hay quien sucumbe a la tentación de pensar que los dioses suelen reflexionar desde allá arriba sobre lo que acontece a sus pies. Yo más bien creo que se quedan impasibles en su monumental apariencia porque más que pensativos lo que están es aburridos.
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