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Gaza según Huntington

Gaza según Huntington

El pasado 24 de diciembre, tan solo tres días antes de que comenzara la terrible ofensiva israelí sobre el territorio palestino de Gaza, falleció el influyente politólogo liberal-conservador Samuel Huntington. Notable por su trayectoria política y académica, Huntington alcanzó renombre internacional a partir de su tesis del choque de civilizaciones. A grandes rasgos, este argumento puede resumirse en la idea de que las relaciones internacionales tras la Guerra Fría pasan a estar definidas en torno a líneas de interacción conflictiva entre distintas civilizaciones con religiones, lenguas y culturas diversas que, inevitablemente, colisionan entre sí. Como corolario, Huntington añade una recomendación al mundo occidental al que él pertenece, a saber, que si quiere sobrevivir, su única opción frente a posibles enemigos es reafirmar su identidad como civilización y oponerse enérgicamente al resto de civilizaciones.

Pero, ¿qué tiene que ver Huntington con Gaza? Pues bien, me refiero a él y a sus ideas porque en estas últimas tres semanas, en las que las bombas israelíes se han cobrado más de mil víctimas palestinas, he leído con alarma cómo en algunos círculos se catalogaba el actual conflicto entre Hamas y el Estado de Israel como un choque entre la civilización islámica y la civilización occidental. En este sentido, el régimen de Tel Aviv ha sido presentado por influyentes analistas estadounidenses como un virtuoso cordero rodeado de viciosos lobos, como la única verdadera democracia de Oriente Medio, a la que tanto los propios Estados Unidos como Europa deberían estar agradecidos por contener la barbarie del islamismo.

Esta visión es, en primer lugar, inexacta. Así lo muestra la brutalidad del ejército israelí en estas tres semanas de conflicto,  que pone de manifiesto, tal y como recuerda Tzvetan Todorov, que la barbarie o 'lo bárbaro' no es monopolio de ningún grupo humano, sino que es una categoría ante la cual las democracias también pueden sucumbir en ocasiones. Lo occidental no es necesariamente racional y civilizado, sino que puede ser también cruel y despiadado. El eminente – y judío – Zygmunt Bauman aplica esto último a la Shoah, un fenómeno estremecedor que sólo es concebible en un sistema de organización social como el que proporcionó la racionalidad industrial de una sociedad moderna como la europea. La civilización occidental se tornó entonces bárbara. Ahora, ante el panorama de Palestina cabe preguntarse si es más civilizado utilizar cohetes Kassam, como los de Hamas, o bombas de fósforo blanco, discutidas por la opinión pública internacional y utilizadas por Israel en su reciente e intolerable ataque contra la Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados palestinos (UNRWA) en Gaza.

Sin embargo, la opción de presentar la guerra Hamas-Israel como un conflicto entre civilizaciones según el esquema de Huntington presenta otros problemas más profundos. En su obra, Huntington encorseta a los seres humanos en civilizaciones, categorías impermeables e inmutables cuya definición es totalmente arbitraria y que aparecen más allá de la influencia de los cambios sociales y están condenadas de modo inevitable a luchar entre sí por la primacía mundial. Huntington sacraliza de modo atemporal tanto el concepto de civilización como el conflicto entre las mismas, colocando ambos más allá de la acción humana, sin que sea posible influir sobre ellos. Simultáneamente, Huntington identifica las causas del conflicto en las diferencias culturales inconmensurables entre civilizaciones. Esto tiene dos consecuencias. La primera es que si el conflicto deriva de lo que uno es, de su esencia y no de sus intereses, este se naturaliza y se hace irresoluble. En segundo término, si se asume que los conflictos derivan de la cultura de una civilización, se pasan por alto las causas políticas y económicas concretas de los mismos.

Pese a algunas voces que proclaman lo contrario, el conflicto de Palestina no es una reedición del choque de civilizaciones entre dos mundos con sistemas de valores contrapuestos que no pueden llegar a entenderse, sino un cruce de caminos donde hay una historia de agravio y frustración que ha conducido a la radicalización, así como unos intereses políticos, económicos y, también, religiosos. No se trata de elegir bandos, como Huntington hizo – no podría quedarme ni con el terrorismo de Hamas ni con el que practica actualmente el Estado de Israel  –, sino de apostar por la cooperación entre pueblos distintos pero iguales y por el lenguaje común que nos une. Sin este último los seres humanos repetiríamos el patrón de dos especies de animales distintas que sólo interactuaran y se hicieran comprender por medio de la violencia. Esa es una ecuación que tiende peligrosamente al infinito.

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