El caso del espía detenido en España recientemente encierra un cúmulo de sorpresas. Por primera vez, el jefe de los servicios secretos da una rueda de prensa, urbi et orbe, para decir que un ex miembro del CNI vendió secretos a un país extranjero, Rusia, que la culpa era del PP, y que nunca ha estado en peligro la seguridad del Estado. ¿y, si no es así, por qué todo esta escandalera? Ahora mismo no sabemos si era un espía de tres al cuarto o un macroespía, porque no sólo tenía datos de funcionarios del CNI, sino que estuvo infiltrado en ETA y en la oposición peruana, se ofreció a trabajar para Rusia, cobró una importante cantidad de dinero, y, al parecer, se veía, todavía ahora, con un alto cargo del CNI.
Muy listo no debía ser porque guardaba la carta en la que, en 2001, ofrecía información a Rusia a cambio de 200.000 euros. Y cuando estaba infiltrado en ETA se iba de chatos con un batasuno y luego pasaba a saludar al comandante de la Guardia Civil. En Perú, donde tenía un trabajo-tapadera, se le notaba tanto, que un periodista llamó a la Embajada de España y averiguó quién era de verdad. Vamos, un espía de lujo.
La alarma saltó en 2005, porque los rusos siempre llegaban antes que los servicios secretos españoles, pero ya antes había habido sospechas. La investigación duró hasta el 2007. Y entonces se culpó al PP, que dejó el Gobierno en 2004, y que no sabemos si sabía algo, porque el funcionario no fue expulsado ni se marchó voluntariamente: fue invitado a dejar el trabajo. Al margen de la responsabilidad política, que existe, se supone que el máximo responsable del CNI, Jorge Dezcallar, debía saber algo del asunto, que debió haber abierto una investigación, que tuvo que haber informado a a sus superiores y que debió autorizar la invitación a marcharse del espía. O eso, o no se enteró de nada. No he leido ninguna declaración, ninguna imputación al anterior director general del CNI que explique qué sabía y qué hizo. Misterios. Seguiremos informando.