Pascual Hernández del Moral. | Martes 07 de abril de 2015
Ya se han acabado los días de Semana Santa;
para algunos, "vacaciones de primavera", sin nada que ver con nada religioso,
para otros, días de manifestación de devoción popular Allá cada cual: vivan su
vida unos como les parezca, y que sean todo lo felices que puedan.
En lo que no he participado ha sido en las
procesiones, a pesar de que creo que son manifestaciones de religiosidad
popular, de devoción y de fervor públicos, consustanciales a la idiosincrasia
cultural de España. Muchas de ellas datan del siglo XVII, y sacan en procesión
imágenes de enorme belleza y atractivo. Muchas de gran valía artística
desaparecieron con el furor iconoclasta que sufrió España en la década de los
treinta del pasado siglo, y han sido repuestas por otras, quizás de menos valer,
pero que despiertan entre los fieles el mismo fervor. En cada sitio celebran
las fiestas a su modo: austeras unas, brillantes y folclóricas otras, en
silencio clamoroso en unos sitios, con saetas con palmas y olés, o con tambores
y bombos hasta la locura, en otros. Pero en
casi todo lugar, se hace patente la religiosidad de las gentes que
asisten a ellas. Me impresionó, de verdad, la procesión del Cristo de la Expiración,
del Jueves Santo en mi pueblo, Arjona: un silencio y un recogimiento impresionantes
entre los penitentes, que se contagiaba a los asistentes: verdaderamente portentosa
muestra de fervor popular.
El viernes decidí asistir por la televisión de
Madrid a las procesiones que ofrecían: la del Cristo de Medinaceli, y la del de
la Misericordia, de los Alabarderos. La asistencia a ambas se ofrecía numerosa:
había muchísima gente a la salida de las imágenes a la calle. Es destacable el
recogimiento de las gentes en el Cristo de los Alabarderos, con el
acompañamiento de los pífanos y los timbales. La presencia de los guardias
civiles con el uniforme de gala daba un sí es no es de sobriedad militar a la
procesión. La salida del Cristo de Medinaceli tenía un aire más popular, sin
que se perdiera un ápice de religiosidad. Las dos saetas que cantaron dos
fieles a la salida del templo le dieron a la escena un punto que quizás
desentonaba con la sobriedad del momento.
La retransmisión televisiva, sin embargo, me
pareció deplorable. La coordinadora de la retransmisión, en mesa de
"telediario", acompañada por un sacerdote, tenía destacadas a tres reporteras
bastante garbosas a la salida de los templos, micrófono en ristre, dando cuenta
de lo que pasaba, con aire de retransmisión de acontecimiento deportivo. Parecían
reporteras de las que esperan a que salgan los jugadores de fútbol de los
vestuarios para preguntarles las mismas bobadas de siempre. Sin ningún respeto
a lo que estaba aconteciendo, y ayunas de formación e información religiosa o
artística, andaban explicándonos lo que veíamos directamente, con una simpleza
de iletrado, y preguntando tonterías a los asistentes, ya fueram devotos, ya
simples curiosos, con un tono chillón de voz, más propio de un animador de
tómbola de feria que de reportera de un rito religioso. Simplezas del tipo
"¿qué hace usted aquí?" "¿tiene devoción por el Señor de Medinaceli?" o "¿qué
viene a pedirle al Señor de Madrid", para manifestar una familiaridad que
estaba muy cerca de la chabacanería. ¿Es que no había entre el personal de la
televisión de Madrid reporteras más formadas, y con tonos menos ordinarios,
para retransmitir las procesiones?. Lo siento, pero a mi entender, las
reporteras y la coordinadora de la retransmisión se cubrieron de gloria.
El Viernes Santo, en el centro Madrid, asistió
a la procesión de Jesús el Pobre la Junta Directiva de la Asociación de Ateos y
Librepensadores, que en los cinco años anteriores había solicitado permiso para
celebrar otra "procesión" atea en el barrio de Lavapiés. El permiso les fue
siempre denegado con la razón de que podían producirse alteraciones del orden,
que quizás fuera su objetivo último. Este viernes criticaban estas "manifestaciones
de fervor popular", argumentando que todo era folclore, fiesta pagana, en la
que "reinan unas imágenes ensangrentadas, violentas, un espectáculo fúnebre,
que busca culpabilizar y castigar, y que no tiene nada que ver con un dios salvador".
Mucho tienen que aprender los iconoclastas, los
ateos y los librepensadores de respeto y tolerancia a las creencias religiosas
de los otros. A mí no me importa que los chinos celebren su año nuevo en la
calle, que los musulmanes ayunen durante el Ramadán o que celebren con mucha
pompa el día del Cordero. Allá cada cual con su fe, siempre que respeten a los
demás, y no los asesinen por creer en otro dios, como hacen hoy los yihadistas
del E.I.
Y también tiene mucho que aprender la
televisión de Madrid para enviar a cada retransmisión a los reporteros que
están en mejor sintonía con el objeto de la retransmisión. Al fútbol o las
tómbolas lo suyo, y a la religiosidad popular el respeto que se merece.
Pascual Hernández del Moral.
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