Ismael Álvarez de Toledo | Sábado 21 de marzo de 2015
Las promesas en periodo
electoral se utilizan para la complacencia del personal y, a veces, para
engañarse uno mismo, pues sucede con harta frecuencia que los políticos llegan
a creerse sus propias mentiras. La apuesta que realizan muchos de ellos, genera
tal despropósito y de tal magnitud que roza el esperpento y la carcajada.
Estamos en puertas de las
elecciones en Andalucía, en uno de los comicios más interesantes de nuestro
periodo democrático. Interesante, ciertamente, porque concurren al mismo
formaciones políticas de total disparidad, que sin ningún genero de dudas
fortalecerán el compromiso democrático, pero también, porque los ciudadanos
verán reforzadas sus esperanzas en la medida que crean las proclamas y promesas
que les hacen los vendedores de humo.
De todos es sabido que el
refranero español tiene muchos recursos para resumir en pocas palabras la
interpretación de los sucesos más habituales que tienen lugar en nuestro entorno,
y se pone especialmente de manifiesto, cuando lo enfrentas a otros
acontecimientos de mayor alcance social o político.
Cuando alguien no cumple
con lo que promete o no se comporta como el mismo sugiere o impone a los demás,
echamos mano de expresiones como la que encabeza este artículo. Si a lo
anterior unimos el abuso de verdades a medias, cuando no de mentiras piadosas o
deliberadas, se genera en el "respetable" un gran desconcierto que
justifica la profunda desafección que hoy se puede apreciar en un alto
porcentaje de la población, tal y como sucede con las promesas incumplidas en
el programa electoral del Partido Popular, hace cuatro años, y que ahora nos
vuelve a reiterar Mariano Rajoy, como si los españoles
fuéramos cortos de memoria, tontos de capirote, o ambas cosas.
Y la confianza -que se
pierde en estas circunstancias- no es una variable más entre las que podemos
considerar a la hora de tomar cualquier iniciativa, es determinante, y además
no admite grados, porque se tiene o no se tiene; confiar un poco es no confiar.
Y si un protagonista, sea político o de cualquier otro gremio, fecunda la
desconfianza, genera un nuevo refrán, o muchos, que le restan credibilidad para
siempre, aunque las circunstancias ciertamente sean propicias.
Y en esto llega Rajoy a Andalucía, y promete lo que no ha sido
capaz de hacer en cuatro años de gobierno en España. Promete un millón de
puestos de trabajo, a sabiendas de que no va a ganar las elecciones en esta
Comunidad Autónoma, que nunca le ha sido propicia, y lo promete con toda la
flema gallega que le caracteriza, sin inmutarse, sin que nadie le de un
golpecito en el codo ante tamaña barbaridad, y lo volverá a repetir en Madrid o
en Castilla-La Mancha cuando la ocasión lo requiera. Este es el verdadero
proyecto del que predica sin conocimiento, otra cosa será cuando llegue el
momento de dar trigo.
Pero no es la exageración o
la mentira patrimonio de unos pocos. En época electoral son muchos los que se
suben al escenario a proclamar agua en el desierto, osos polares en el trópico
o regeneración política en un país como España. Nos inunda el refranero con
ejemplos de pillos, ladrones y saltimbanqui. A nosotros, los sufridos
ciudadanos, nos resta poner a cada uno en su lugar, pero sobretodo, nos toca
dejar esa ingenuidad que nos caracteriza, y que nos lleva a pensar que unos
colores, unas siglas o unas personas, puedan prevalecer por encima de otras por
el simple hecho de utilizar la mentira para comunicarse con nosotros.
Escucho a voz en grito las
proclamas de unos y otros, de los que han gobernado y han faltado a la verdad,
de los que aspiran y mienten como bellacos, de los que esbozan una sonrisa de
oreja a oreja, cuando ayer era la prepotencia y el despotismo su carta de
presentación. ¿Será verdad que se puede prometer hasta vencer, para después de
haber vencido cumplir con lo prometido?
Ismael Álvarez de Toledo
periodista y escritor
http://www.ismaelalvarezdetoledo.com
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