Pascual Hernández del Moral. | Jueves 30 de octubre de 2014
Aunque cada refrán tenga su contrario, querido
Venancio, el que sirve de título a estas notas carece de él. ¿Has visto ese
jamón ibérico, con esa grasilla entreverada, que le da ese sabor inigualable?
Pues así es, querido amigo, la pillería (según se define en el título), en la
mayoría de los políticos. Podrán argüir en su favor que quienes manejan aceite,
acaban manchados inevitablemente, pero eso no los justifica; así, manejar
dineros lleva a la "pillería".
Y, ¡hombre, compañero Venancio, no debíamos armar
la que se ha armado con los políticos sinvergüenzas, desahogados y granujas!
Los "pillos" vienen dejando sus huellas en nuestra piel de toro desde los
tiempos de griegos y romanos. Ya le comentaban a Cicerón la presencia de dos
famosos bandidos, que hacían sus maravillas en Sierra Morena, fíjate si viene
de atrás la afición de los nuestros a meter la mano en la faltriquera de los demás.
Y Tito Livio, el historiador, da cuenta de los salteadores de caminos que
seguían actuando en el mismo escenario. Así que, que nadie se escandalice: los
nuevos chorizos sólo siguen una tradición antiquísima y proverbial.
Dejando aparte la sociedad secreta (o lo que
sea) de la Garduña, que nació y se estructuró allá por el sigo XV en Toledo
-fíjate si son de rancio abolengo nuestros granujas- y sirvió de modelo a otras
"hermandades", tenemos en muchos otros países muestras extraordinarias de
chorizos foráneos que han dejado su leyenda en la literatura: ahí están Dick
Turpin en Inglaterra, Cartouche en Francia, Fra Diábolo en Italia, y en América
del Norte, los hermanos Dalton, Joaquín Murrieta, Jesse James, o Billy el Niño,
todos ellos ladrones de gran fama.
Tengamos en cuenta que los mayores focos de
bandoleros en España eran Andalucía, La Mancha y Cataluña, y que venían
actuando desde el siglo XV; se incrementó el número de granujas en los siglos
XVIII y XIX, con el rey felón Fernando VII, cuando los guerrilleros no
encontraron modo de aclimatarse en la sociedad civil tras la expulsión de los
franceses. Si repasamos la historia, algunas de esas figuras han creado a su
alrededor una leyenda "a lo Robin Hood", que robaba a los ricos para darlo a
los pobres. Yo he visitado la tumba de uno de los bandoleros más célebres y más
crueles de la historia: el Pernales, al que los civiles apiolaron en un olivar
de Villaverde de Guadalimar, en la sierra de Alcaraz, mientras almorzaba. Hoy
está enterrado en Alcaraz junto a su compañero "El Niño del Arahal"; y la
leyenda canta lo siguiente:
"Ya mataron al Pernales
Ladrón en Andalucía,
El que a los ricos
robaba
Y a los pobres
socorría"
Al Pernales, lo mataron en 1907, y en los
pueblos de la Sierra de Segura a los niños se les asustaba con su nombre
(¡Nene, que viene el Pernales!), igual que en el nordeste brasileño se asustaba
a los chiquillos con Lampião, bandolero del Sertão, al que mató el ejército en
1938, o en Arjona, con el Tío del Saco.
No quisiera apabullarte, compañero Venancio,
con la cantidad de bandoleros, pillos, salteadores, forajidos y proscritos.
Pero no me resisto a recordarlte a los Siete niños de Écija, a Juan Palomo, a
José Maria el Tempranillo, al Caparota
el de Doña Mencía, al Tragabuches, a Orejilla, al Melgares, entre los
andaluces; a Luis Candelas, el bandido de Madrid; al cervantino Roque Guinart,
Testa de Ferro, Perot Rocaguinarda en Cataluña; a Perandrés y a Juanillones en
la Mancha... Y como en la profesión no había discriminación de "género" que se
dice ahora, también había mujeres bandidas, que se conocían como "serranas", de
las que las más famosas fueron la Serrana de la Vera y Serrallomga, por poner
una catalana y otra manchega, o la Garduña de Sevilla, que da título a la
novela de Alonso Castillo Solórzano.
A nuestros políticos no se les puede envolver
en la tradición romántica del "ladrón bueno" porque ellos roban para sí. Y
además, colega Venancio, se olvidan de que el continuo latrocinio que estamos
sufriendo, de nuestros políticos de
todos los niveles y de todas las adscripciones políticas y sindicales, nos
lleva a prolongar esta "tradición" con lo expuesto arriba. El "A robar, a Sierra Morena" (que siguen
robando allí), se debería ampliar con "A
robar, a la política". A lo que se ve, ninguno se corta. ¿Será porque se escapan
siempre de los civiles?
¡Y no se dan cuenta de que el continuo saqueo
desafía el orden moral, económico, social y político! Provocan el desafecto
-como se dice ahora- del pueblo hacia los políticos y la política, lo que muy
peligroso para la democracia.
No hacen falta más leyes. Hace falta cumplir
las que hay, y EDUCAR en honestidad y en honradez. Aunque eso...
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