Cada vez
que sale el tema con algún contertulio, amigo, conocido o simplemente alguien
que opina sobre la pretendida independencia de Cataluña, tengo más presente la
idea de una emancipación familiar que de una independencia absoluta.
Me ocurría
hace escasas fechas en Tarrasa, donde gobierna el Partido Socialista de
Cataluña PSC y, donde, por otra parte, existe un fuerte interés popular en la
independencia de la Comunidad Autónoma Catalana. Como es fácil de imaginar, las
disputas entre nacionalistas y charnegos son constantes, cada uno con su parte
de razón, hasta donde la sinrazón se impone. Los emigrantes procedentes de
otras regiones, que llevan más de media vida en Cataluña, entienden el problema
de la independencia más a modo de emancipación. Esto es; vivimos en un estado
independiente pero podemos viajar a Albacete, Jaén, Badajoz o Lugo cuando nos
venga en gana y con la misma facilidad que ahora. Sólo cambiaría el término
semántico de la propuesta soberanista, pero la relación con el Estado Español
sería la misma, con los familiares que dejaron atrás o simplemente con la libre
circulación de personas y mercancías.
La misma
idea que algunos separatistas pretenden inculcar en la opinión pública para
esconder el sentido más estricto de la independencia con falsas informaciones y
postulados que muy pocos aceptarían. Nadie en su sano juicio puede pretender
que tras una independencia todo pueda seguir igual, que de la fractura social
que se produzca no puede haber consecuencias dramáticas, muertes, atentados e
incluso una guerra civil, entre distintos postulados.
Todo ello
me recuerda enormemente a la emancipación de nuestros hijos, quienes se
declaran a su vez independientes. Amenazan durante años con irse de casa, con
la idea de la secesión cada vez que se produce una disputa familiar, hasta que
por fin lo consiguen, bien de manera consensuada o por las bravas, aunque el
resultado a la postre viene a ser el mismo. Pasado un tiempo, vienen a casa
porque se les ha roto la lavadora y no quieren o no pueden arreglarla, por lo
que la mamá Estado, siempre dispuesta, se la lava, plancha y remienda por
tiempo indefinido. Sigue a ello la custodia compartida de los niños con los
abuelos, en aras a que así disfrutan más de ellos, cuando la pura verdad es que
se los tienen que quitar de encima porque los dos trabajan y no pueden hacerse
cargo de los costes de guardería. Y así ejemplo tras ejemplo, de lo que no
supone una independencia sino más bien una emancipación.
La
independencia que los separatistas no cuentan, en sus alocados argumentos, es
la de la ruptura total y absoluta con España, y por ende con Europa, la de el
cierre total de fronteras, puertos y aeropuertos con el resto del mundo, ya que
fuera del espacio asignado al perímetro de dicho Estado estarían en tierra de
nadie, por no hablar de la perdida del euro como moneda, de la quiebra de las
empresas al no poder cotizar en bolsa o realizar transacciones comerciales con
el resto del mundo. La sola idea de implantar fronteras con el resto de España
supondría una agresión total y absoluta a los derechos y libertades de los
ciudadanos de Cataluña que no quieren esa independencia y, al mismo tiempo,
daría alas a cualquiera que pretendiera atentar contra los intereses de uno u
otro país.
Me
pregunto que pasaría con todas las sucursales de la Caixa o el Sabadell en el
resto de España, con todas las empresas matrices de uno y otro lado respecto de
sus sucursales, de las multinacionales que operan en ambos lados, o simplemente
con el impedimento de hacer valer los derechos de unos y otros. ¿Cuánto
tardaría en producirse una guerra civil en Cataluña entre quienes están a favor
y en contra de la independencia? La respuesta es que sería el mismo tiempo que
tardarían en perder sus puestos de trabajo, a miles, en perder el AVE o el
Puente Aéreo, en perder la libertad en definitiva.
El Estado
Español, no puede ni debe, con sus Instituciones al frente, permitir la
secesión de ninguno de sus territorios, pero está en la obligación de explicar
con absoluta y fría realidad todos y cada uno de los argumentos que tamaño
disparate supondría. O lo hace así, o se arriesga a que el fantasma del
independentismo salga cada vez que las aguas no le sean propicias.
Ismael Álvarez de Toledo
Escritor y periodista
http://www.ismaelalvarezdetoledo.com