Fernando Jáuregui | Lunes 20 de enero de 2014
Comprendo que el PSOE es ahora una opción poco atractiva, que sus
dirigentes están gastados, que sus 'segundos escalones' adolecen de
falta de carisma. Y que su principal responsable, Alfredo Pérez-Rubalcaba es la solución y el problema, más lo segundo que lo primero, como le ocurrió, al final, al mismísimo Felipe González,
que era, por cierto, mucho más autocrático que el actual secretario
general. Pero, a este paso, habrá que decir aquello de que, al menos,
siempre nos quedará Rubalcaba, que es quien ha impulsado -tarde y tras
algunas trampas-estas primarias y quien, desde un cierto desorden, pide
transformaciones como una modificación constitucional que haga posible
un diálogo con la actual Generalitat de Catalunya y caminar, si posible
fuera ya, hacia un federalismo 'imperfecto'. Lo de imperfecto, claro, lo
digo yo, porque otro no cabría; me pregunto si, para eso, no bastaría
con conceder determinados prerrogativas a Cataluña y dejarse de
transformación global del Estado... Pero ese sería, desde luego, uno de
los muchos temas para debatir en este país nuestro, en el que casi nada
se debate bien y a tiempo.
Lo que quiero decir es que aquí lo
único que se mueve algo, políticamente hablando, es el PSOE, y ello de
manera imperfecta. Eché de menos un vuelo algo más alto de Rubalcaba, en
su discurso del sábado ante el comité federal, y no digamos ya en su
comparecencia ante la prensa, ante la que todos nuestros políticos, sean
de la formación que sean, se muestran perezosos, poco imaginativos,
huidizos y desdeñosos. Estamos en un momento de grave crisis para el
Estado -no exagero nada-y parece que el Ejecutivo puede seguir haciendo
lo que hace y no haciendo lo que deja de hacer, que el Legislativo puede
seguir sesteando -aunque esta semana hay pleno extraordinario, que
rompe la vacación invernal--, que el Judicial puede seguir con sus
peleas nominalistas, amparadas por un ministro que es ya una catástrofe
para el Tercer Poder. Y parece que la oposición se centra más en arañar
algún escaño que en lanzar propuestas que transformen el Estado.
Me
parece que, en lugar de criticar el 'baile de nombres' en el que se ha
metido el PSOE con las primarias, como hacía el sábado el 'portavoz de
guardia' de los fines de semana en el PP, Esteban González Pons,
el partido en el Gobierno debería sumarse a las voces que piden
primarias obligatorias para todos los partidos, como un primer paso
hacia la imprescindible regeneración de las formaciones políticas
españolas. Y si a ello le añadimos una reforma de la normativa
electoral, comenzando por desbloquear las candidaturas, mejor que mejor.
Claro que estos debates en profundidad no interesan -excepto a un
sector, creo que no mayoritario, de la ciudadanía-y se aparcan
sistemáticamente. Y así ocurre desde el último gran salto político en
España, en 1978.
Inmersos como empezamos a estar en la
inmediatez de las elecciones, en saber si los candidatos a las europeas
serán rostros continuistas o renovados -la pereza tradicional de los
dirigentes se inclina más por la primera fórmula--, olvidamos algunas
cosas. Que por ejemplo, en el 20 de noviembre de 2015, que está a la
vuelta de la esquina, confluyen el 40 aniversario de la muerte de
Franco, el de la subida del Rey al Trono y el cuarto de las elecciones
que ganó Rajoy, inaugurando, pensábamos, una nueva era política. Qué
buen momento ahora para plantearse, de cara a esos aniversarios, un
lavado de cara a fondo del Estado de las autonomías, del sistema
garantista, del funcionamiento de los partidos, del fortalecimiento de
la Corona. Lo digo con amargura, ante una semana ramplona, en la que en
el Parlamento se volverá a hablar de problemas creados artificialmente:
de la reforma del aborto, de las cotizaciones a la Seguridad Social, de
los equilibrios inestables de ese Artur Mas empeñado, en su
mediocridad, en el choque de trenes con la no menor mediocridad que rige
en los centros de poder de Madrid.
Por eso titulo, algo
irónicamente, con ese remedo de la última escena de 'Casablanca',
sustituyendo París por Rubalcaba. No, el secretario general socialista
no es un valor seguro, ni lo era París en aquellos momentos, ni lo es
este PSOE. Pero, sin embargo, se mueve. Y este movimiento tímido hay, me
parece, que aplaudirlo, también tímidamente. Porque, de lo demás,
seguimos sin saber nada: la línea está ocupada y no contesta.
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