Fernando Jáuregui | Jueves 24 de octubre de 2013
Tengo para mí que el problema, tan secular, de este país nuestro se
resolverá el día en el que todos nos consideremos víctimas de una
infraestructura injusta, que no cuenta con nosotros, y no solamente
algunos, que se creen con derecho de pernada sobre el resto de los
españoles porque alegan haber sufrido más que el resto. De acuerdo:
quizá han sufrido, ellos, más que otros. Pero otros hemos sufrido lo
nuestro cuando no nos dejaban hablar, cuando nos callaban, cuando se nos
sobreponían. No, las víctimas, del terrorismo, o de lo que sea -por
cierto, yo también lo soy, aunque sin duda menos, pero un poco; ¿quién
diablos marca los grados?--, no pueden marcar la política del Estado
contra los intereses del propio Estado. Lo siento.
Ni pueden, las
víctimas, ser moneda de cambio ni abono de hojas verdes (y ahora hablo,
claro está, de las víctimas de la situación económica, esos seis
millones de parados que, gracias a un par de meses de buenas noticias,
ya parece que están menos desempleados, pero no. Porque ellos, nosotros,
también son/somos víctimas, ¿o no?. ¿Quién nos va a quitar el cartel,
tan rentable, del victimismo?).
A ver: víctimas, lo que se dice
víctimas, del terrorismo etarra, del terrorismo de Estado, del
terrorismo económico, del terrorismo de la inacción política, del
terrorismo de la incompetencia, somos la mayoría de los españoles que
hasta aquí hemos viajado, preguntándonos cómo es posible que hayamos
llegado hasta este punto, en el que quien no es víctima es verdugo, y
punto.
No, yo no voy a ir a una manifestación que no me incluye y
que a saber qué busca. Porque víctimas, lo voy a repetir otra vez,
somos, de alguna manera, todos. Lo que pasa es que los carnés de algunos
no se nos reconocen.
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