Montse Serrador | Lunes 21 de octubre de 2013
Si hay una experiencia en los ya muchos años de profesión
periodística que jamás olvidaré, es la entrevista que aquel terrible verano de
1992 realicé a la madre de Olga Sangrador, la niña de nueve años que fue violada
y asesinada por Valentín Tejero. Aquella madre y aquel padre, que me recibieron
en su casa de Villalón de Campos (Valladolid), acababan de enterrar a su hija
que, después de días de búsqueda, había aparecido muerta en un pinar próximo a
Tudela de Duero. Reconozco que no partió de mí la idea de realizar esa
entrevista, ni mucho menos, sino que fue una petición del entonces director de
ABC, Luis María Ansón. Y también reconozco que mi primera respuesta (qué osada
es la juventud) fue negarme a comprobar en primera persona el dolor de aquellos
padres para plasmarlo después en una página de periódico, algo que consideraba
completamente innecesario. Pero, como no había elección, me presenté en
Villalón de Campos sin saber muy bien qué obviedades preguntar y qué respuestas
podía obtener de esta madre que no se imaginase y comprendiese cualquier
persona de bien.
Hice la entrevista, como no podía ser de otra manera. Creo
que jamás he escrito una información que se leyese más, no por mérito mío, ni
mucho menos, sino por lo que Encarnación Caballo, la madre de Olga, fue capaz
de transmitir con la serenidad de quien es plenamente consciente de que, a
pesar de que su corazón y su vida se habían roto para siempre, estaba en deuda
con su gente, con su pueblo, con los medios de comunicación y con las personas
que durante días habían buscado a su pequeña y se solidarizaron con la familia.
La decisión del Tribunal de Derechos Humanos (que ironía),
con sede en Estrasburgo, ha hecho que vuelva a oír la voz de Encarnación y con
ella casi vea aquel terrible verano en el que un animal segó la vida de una
pequeña de nueve años. Una voz que clama, precisamente, por los derechos de su
hija muerta, como claman igualmente las familias de la joven Leticia Lebrato
(17 años), que murió asesinada en Valladolid en aquel estío de 1992, en este
caso a manos de Pedro Luis Gallego, el "violador del ascensor", que ese mismo
año también acabó con la vida de otra muchacha, la burgalesa Marta Obregón (22
años). Son familias que, como la mayoría de los ciudadanos, no pueden entender de
leyes, ni de efectos de retroactividad, ni de doctrinas que sacan a la calle a
quienes han provocado el mayor y más hondo dolor que se puede causar a una
persona.
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