Manuel Fraga, el hombre que
se empeñaba en destruir al estadista que llevaba dentro, siempre me negó ser el
autor de la frase que le atribuíamos todos, "la calle es mía". Ignoro
si efectivamente la pronunció, lo que me parece probable y acorde con su
carácter. En todo caso, hay muchos que consideran que la calle es suya.
Artur
Mas, por ejemplo, que se siente el mesías que llevará a sus seguidores a la
tierra prometida . O también quienes, desde el Gobierno central, se atribuyen la
adhesión incondicional de esa 'mayoría silenciosa' que siempre he
sospechado que es silenciosa porque tiene poco que decir y porque, además, se
le niegan los cauces para decirlo. Y así estamos: en un inmenso silencio entre
esa mayoría que yo más bien llamaría descomprometida, por un lado, y quienes
borran todo diálogo razonado a base de gritos encadenados, por otro. Y no será
ni con reuniones más o menos secretas ni con cartas más o menos etéreas como
llenemos el abismo de desentendimientos que caracteriza la vida nacional.
Pienso que una democracia ha
de tener un concepto mucho más amplio, flexible y omnicomprensivo de lo que es 'la
calle'. No, el president de la Generalitat catalana no posee la calle por
el hecho de que unos cientos de miles de personas se enlacen de las manos de
norte a sur de Cataluña. Ni tampoco
Mariano Rajoy, atribuyéndose esa inmensa
mayoría que calla, sufre y seguramente discrepa. O no...que diría el propio
presidente galaico. Lo que sí tiene que hacer Rajoy, entiendo, es liderar a sus
representados, que somos todos, incluyendo los catalanes de la estelada, que no
son ni mucho menos la totalidad de los catalanes.
Así las cosas, yo diría que
Artur Mas, que es el hombre de los líos y, desde luego, un mal gobernante, está
ganando por goleada a Rajoy en lo que toca a la representatividad y al
liderazgo de 'los suyos'. Ha acaparado la voz, el grito y los
titulares de los periódicos del mundo entero. A este lado del Ebro, en cambio,
la callada es la respuesta, y no me digan que esa carta que envió Rajoy a
Barcelona supone el comienzo de la conquista de la opinión pública; ni siquiera
de la publicada. ¿Dónde está el lobby internacional que debería estar haciendo
el elefantiásico Estado español, que parece aquejado de parálisis?¿Dónde los
esfuerzos por levantar la decaída 'marca España'? ¿Dónde la
reacción de los 'aliados' de la UE, que ya va siendo hora de que
canten las verdades del barquero?¿Dónde las voces de los intelectuales, de los
empresarios, de los deportistas, de los tenderos, de los abogados, de los
taxistas de toda Cataluña que están -muchos lo sabemos, porque se lo
hemos oído-hartos de ese globo que es el proceso soberanista, un globo
que oculta muchas realidades cotidianas desagradables y que pinchará algún día,
pero con gran estrépito?
A veces tengo la impresión,
que en el pasado sentí en el País Vasco, pero que ya está, a Dios gracias, allí
superada, de que en Cataluña hay mucha gente con miedo a expresar el disenso
respecto de lo políticamente correcto. La doctrina emanada de la Generalitat
parece la única e indiscutible verdad. Y desde el Gobierno central no se ha
arbitrado ese 'plan de comunicación' que ponga en valor otras
verdades diferentes, que tantos catalanes parecen avergonzados de proclamar en
público, quizá porque ese Gobierno central carece del prestigio suficiente como
para expresarle adhesión alguna.
A lo más que algunos llegan
es a arbitrar 'operaciones' u 'operacioncillas'
política de nulo calado. No falta quien, ahora que está ocioso y anda lanzando
manifiestos, busque en, por ejemplo, Josep Piqué, catalán al fin y al cabo, un
rostro alternativo que evite caídas por el precipicio. Ocurre lo mismo con, por
ejemplo,
Esperanza Aguirre en Madrid. Ignoro si uno u otra quieren de veras
ponerse al frente de sus entusiastas. Pero no será con rostros del pasado como
construiremos el futuro. Ni con cartas descomprometidas, ni con llamadas secretas
desde La Moncloa a Sant Jaume o viceversa.
A mí siempre me ha parecido
que la solución a la 'cuestión catalana', que renace periódicamente
desde hace más de un siglo, está en aumentar y mejorar la democracia: reformar
la Constitución, dar mayor participación a los ciudadanos en la cosa pública -la
ley de Transparencia es apenas el comienzo del inicio del principio de un
camino que se debería haber transitado hace mucho--, modificar la normativa
electoral...y, en mi opinión, permitir la consulta que quieren Mas y
Junqueras (o mejor Junqueras y Mas). Pero para que la gane el Estado, cosa que
es perfectamente posible proclamando la verdad, no renunciando a los propios
argumentos y dando cauces para que la calle, sea de quien sea -que sospecho
que es de todos y de nadie-se exprese. Y no, lo que aquí digo no es una utopía;
precisamente porque nuestros gobernantes piensan que sí lo es, y actúan (o no
actúan) en consecuencia, estamos como estamos.
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