Durante siete años trabajé en la
división de comunicación de la Organización Nacional de Ciegos de España, la ONCE. Salí de allí con
no demasiado buenas relaciones con la dirección entrante y con serias
reticencias sobre algún aspecto del funcionamiento de esta institución tras
haber estallado el 'caso Gescartera', en el que apareció involucrada. Todo ello
lo digo de antemano para que nadie piense que lo que sigue pueda ser una lisonja
interesada o una loa oportunista, ahora que la ONCE ha sido galardonada, creo
que muy merecidamente, con
el premio Príncipe de Asturias a la concordia.
Como toda obra humana, la ONCE tiene
aspectos polémicos. Una trayectoria de tres cuartos de siglo tiene siempre
claroscuros, y he de reconocer que la Organización no siempre ha sabido hacerse
simpática a la sociedad, ni explicar la conveniencia de ciertos 'lobbies' ante
los políticos en el poder. Pero, desde que un genio como
Vicente Mosquete
-fallecido muy prematuramente, en 1987, por una caída por el hueco de un
ascensor que suscitó algunas reticencias-tomó las riendas a comienzos de los
ochenta, la organización de los ciegos adquirió volúmenes e influencia
impensables en los cuarenta años anteriores: de una organización de caridad
nacida en el franquismo, pasó a transformarse en una de las primeras empresas
del país, gracias a los beneficios del cupón.
Luego, el sucesor de Mosquete,
Miguel Durán, estuvo a
punto de dar al traste con los avances de imagen conseguidos, merced a una
política de excesivo protagonismo y demasiadas 'maniobras orquestales en la
oscuridad', como algún dirigente 'contestatario' de la época decía. José María Arroyo, un burgalés
prudente que renunció a cualquier brillo, restableció la situación, convirtió a
la ONCE en un emporio inmobiliario, fortaleció el juego del cupón y diversificó
las actividades empresariales procurando orientar algunas de ellas en beneficio
de otras discapacidades distintas a la ceguera. Los logros de la etapa actual, presidida
por
Miguel Carballeda, al menos en lo que a actividad en los pasillos del poder
se refiere, están a la vista, y conste que lo que digo no tiene por qué ser
necesariamente una crítica.
Mi permanencia en el mundo de los ciegos fue toda
una experiencia laboral y humana. No hace falta ser un genio para comprender
que, dentro de diez años, y eso si tenemos suerte, todos seremos algo más
discapacitados que en la
actualidad. En ese sentido, la actividad de la ONCE ha sido
inmensa y yo diría que casi impagable, aunque no hayan faltado acusaciones
contra el 'egoísmo' de los ciegos, procedentes de otras organizaciones de
discapacitados. Lo cierto es que las tensiones con estas otras organizaciones,
con los gobiernos de turno -cuando se pretendió gravar los premios del cupón-e
incluso las internas -hay una oposición organizada, muy débil, frente al
partido que siempre ha gobernado, Unidad Progresista--, jamás han faltado.
Pero la ONCE ha proseguido su marcha,
envidiada y copiada por los ciegos de no pocos países del mundo. Es cierto que
la labor social de esta organización ha sido si no acaso modélica, sí muy
eficaz. Forma parte, como tantas otras cosas buenas forjadas a lo largo de los
años en nuestro país, de esa 'marca España' no siempre bien gestionada desde
los organismos oficiales ni por los responsables de este programa. Desde la
lejanía, tantas veces crítica, enhorabuena a los jurados de los importantes premios Príncipe de Asturias
(que también son una parte importante de la 'marca España' verdadera): no
siempre han acertado en sus veredictos. Esta vez, sí.