Fernando Franco Jubete | Domingo 05 de mayo de 2013
Me encendió la frase de Mariano
Rajoy, cual gota que colma un tonel de paciencia. Ya se que Rajoy no es
alharaquero ni alharaquiento. No es propenso, ni partidario de hacer alharacas.
Se lo dijo muy clarito a los empresarios en la clausura de la asamblea del
Instituto de la Empresa Familiar, donde repasó las reformas que seguirá
aplicando en el país en los próximos meses, todas ellas incluidas en el plan
nacional que aprobó el Gobierno el viernes 26 de abril. Sin alharacas, es decir,
sin extraordinarias demostraciones o expresiones con que, por ligeros motivos,
se manifiesta la vehemencia de algún afecto, como de ira, queja, admiración,
alegría, etc., que es como las define el Diccionario de la Lengua Española de
la R.A.E. Rajoy nunca ha sido hombre de alharacas por ninguna de las razones
definidas por el Diccionario. Su expresión siempre seria, adusta y triste,
realzada por su cutre gabardinilla azul marino, que hace dieciséis meses, antes
de las elecciones, inspiraba la confianza de un registrador de la propiedad y
ministro eficaz, hoy produce indignación en quienes le votamos con la esperanza
de que nos sacase de la crisis, tras el patético periodo de Zapatero y sus
pajines, vivianas y soluciones habitacionales.
Les confieso que me indignó el
contenido de su discurso ante los empresarios por su satisfacción por "las
reformas emprendidas ya que hay hechos que certifican el cambio de rumbo del
país, que permiten asegurar que España está en el umbral de invertir la
situación económica con bases para conseguirlo cada vez más sólidas". Una
satisfacción "sin alharacas, sin triunfalismos que a nada bueno conducen,
manteniendo el rumbo y la intensidad en el esfuerzo, seguiremos trabajando por
dejar atrás la recesión económica y darle a la sociedad española fundados
motivos para recuperar la esperanza". "No hace falta que les diga que,
tras la profunda reestructuración efectuada, la situación ha cambiado por completo". A pesar de lo cual, Mariano
Rajoy confesó a los empresarios que nunca ha hablado, en sus 16 meses de
gobierno, de "prematuros brotes verdes" o de "periodos de
bonanza", sino que dejó claro
que la vuelta a la situación económica no sería "ni fácil ni rápida".
¿Tiene sentido tal lenguaje cuando sus propias predicciones expresan que su plan de reformas lo que va a
conseguir es que, en 2017, el paro va a ser del 25% y en 2019 del 15%?
Con tales predicciones es indignante la expresión de satisfacción de
Rajoy, eso sí, sin alharacas, recapitulando sus dieciséis meses de mandato en el
que se ha incorporado al paro un millón más de personas. No vive en la misma
España que sigue empobreciéndose como consecuencia de sus incrementos de
impuestos y sus recortes de sueldos, pensiones y prestaciones sociales. No vive
en la España amedrentada ante la constante inseguridad económica, ante el
riesgo de la exclusión y marginalidad, ante la probable pérdida del empleo de
los que todavía lo mantenemos. Pero lo más indignante es que Rajoy y su
gobierno sigan ignorando, como le expresaron los empresarios, la "urgente necesidad de reducir los impuestos y
de corregir el sobredimensionamiento de las administraciones públicas para que
la economía se recupere". Como le acaba de demostrar, qué es lo que debe
afrontarse en primer lugar, el recientemente nombrado primer ministro italiano Enrico
Letta al anunciar, nada más tomar posesión de su cargo, que su prioridad es
bajar impuestos y reducir la administración. Por cierto, decisiones que también
priorizaba el programa con el que Mariano Rajoy se presentó a las elecciones,
según le ha recordado Esperanza Aguirre pidiéndole la reducción de los gastos
con una reforma radical de las Administraciones públicas. Porque son un clamor
social y porque, si Rajoy insiste en proteger a su casta política empobreciendo
a la sociedad, acabaremos votando a los partidos que lideren el hartazgo
político, es decir, partidos populistas y radicales de izquierda y derecha que
ya comienzan a triunfar en toda Europa y que, incluso, pueden crearse en los
próximos meses en España a partir de los movimientos sociales que canalizan
actualmente el malestar. Como por ejemplo Democracia Real Ya. Es una realidad
que el descontento social y la pobreza son semillas de extremismos y de odio
hacia los poderes establecidos.
La reciente encuesta del CIS lo expresa meridianamente: los españoles
creemos cada día menos en los políticos. El 86% de los votantes tienen poca o
ninguna confianza en Mariano Rajoy y el porcentaje se eleva al 90% en el caso
de Rubalcaba. Sus partidos siguen bajando en intención de voto. Hoy el PP
recibiría 2,5 millones de votos menos que hace dieciséis meses. No es de
extrañar que algunos políticos de ambos partidos confiesen sus temores: o
tomamos decisiones inmediatas o estamos muertos. Eso si, sin alharacas.
Fernando Franco Jubete.
Ingeniero Agrónomo, profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingenierías
Agrarias de Palencia.
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