Opinión

WhatsApp y la idiotez humana

Fernando Franco Jubete | Sábado 27 de octubre de 2012
Albert Einstein dijo, en alguna ocasión, que temía el día en que la tecnología sobrepasase nuestra humanidad, porque en ese momento el mundo sólo tendría una generación de idiotas. Tengo la absoluta convicción de que ese momento ha llegado desde que observo a la gente por la calle o en los establecimientos de hostelería obnubilados con sus smartphones de última generación enviando mensajes a parientes, amigos o compañeros de actividad e ignorando al mismo tiempo a las personas que tienen más cerca. Y tengo dicha convicción porque la escalada de la mensajería vía móvil ha alcanzado sus máximas cotas con WhatsApp Messenger, que es una aplicación de mensajería multiplataforma que te permite enviar y recibir mensajes sin pagar por SMS. A través de WhatsApp se transmiten millones de frases día tras día entre los diversos grupos de amigos porque, como permite chatear en grupo y enviar fotos gratis total, está creando una preocupante adicción al móvil, no sólo por estas ventajas, sino por la visceral obsesión de los españoles de consumir en exceso todo aquello que sea gratis. La tarifa plana está desarrollando la idiotez humana hasta cotas que Albert Einstein no pudo imaginar, aunque la tecnología ya haya sobrepasado nuestra humanidad, es decir la consideración y el respeto hacia los demás. Pero el problema más sorprendente es que ya alcanza a todas las clases sociales y a personas de cualquier edad, condición, formación y cultura.

Hace unos meses, poco más de un año, los mensajes SMS eran el recurso de los más jóvenes y de todos los ahorradores para evitar llamadas de teléfono más caras. El tecleo dificultoso estaba originando el peligro de la simplificación y perversión del lenguaje escrito, pero sus limitaciones y su coste evitaban la obsesión por su uso. Veías grupos de jóvenes enfrascados individualmente enviando mensajes y ajenos a su entorno, pero entre las generaciones adultas no se observaba tal comportamiento.

He padecido recientemente la experiencia, que debería haber sido reconfortante y divertida, de vivir la vendimia, conociendo dos bodegas de Ribera del Duero y compartiendo viaje y excelentes vinos y alimentos con un matrimonio de entrañables amigos. Desconocía que habían adquirido ambos sus respectivos smatphone, que ella había creado un grupo de amigos, con sus hijos, hermanos y sobrinos conectados constantemente por WhatsApp, y que él, propietario de una web gastronómica y con varios miles de seguidores en Facebook y Twitter, también se conectaba constantemente a través de WhatsApp con dichos seguidores. El viaje fue un auténtico tormento contemplando mi mujer y yo a ambos por separado fotografiando cualquier detalle, paisaje, racimo, hoja, proceso, plato sobre la mesa, botella de vino, vino en la copa, que transformaban en mensaje WhatsApp, con el correspondiente comentario y, en su caso, explicación, crítica o recomendación, y la inmediata contestación por alguno de sus interlocutores. Consecuentemente sus móviles se sentaron a la mesa y en mi coche y todos los mensajes que recibían tenían una trascendencia que no les permitían apagar el móvil. Como por ejemplo "Qué guay el paisaje", "cómo os estáis poniendo a vino".  Era evidente que su obnubilación y dependencia habían alterado su capacidad de discernimiento y no consideraban que sus actuaciones constituían una constante falta de respeto y consideración, un menosprecio, hacia quienes compartíamos mesa, coche, reunión o visita guiada. Evidentemente pasé de expresarles mi decepción con su comportamiento a lo largo del viaje, pero al despedirles les trasmití lo que pensaba: que su dependencia del WhatsApp había transformado sus vidas y su personalidad y que no repetíamos otro viaje semejante, salvo si lo comenzábamos apagando todos el móvil. 

Después de haber vivido esta experiencia observo críticamente a la gente con sus móviles. Quizá por ello sigo viendo parejas o grupos de amigos que prestan más atención al móvil que a quienes tienen más cerca, que deciden priorizar su convivencia constante con sus respectivos grupos de WhatsApp, amigos y conocidos ubicados en cualquier lugar, antes que hablar y compartir sus ideas, sus frases y vivencias con las personas que tiene al lado. Así es que me preocupa la dependencia de mis familiares y amigos del WhatsApp y pongo como condición de nuestras relaciones que el móvil no se siente a la mesa ni condicione nuestras actividades ni nuestra vida.

Compruebo que, afortunadamente, la sociedad comienza a denunciarlo cuando mi amiga "whatsappera" me envía un video grabado en YouTube y titulado "Niña deja el Whatsapp" en el que un gato dice: "...niña déjate ya de tanto whasear. La ropa sin planchar, los platos sin fregar y tú con la mierda del Whatsapp..."

Fernando Franco Jubete. Ingeniero Agrónomo, profesor de la Escuela Técnica Superior de Ingenierías Agrarias de Palencia.  

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