Asisto, como casi todos los miércoles en los que se celebra, a la sesión de control parlamentario al Gobierno. A
Rajoy le
interpelan todos intentando que pronuncie la palabra 'rescate', lo que,
por supuesto, el presidente evita hacer, aunque no sea más que por no
pisar el terreno que le marca su adversario. Son apenas cinco minutos de
intercambio verbal con cada interpelante, dos minutos y medio para cada
uno. Y de esto es de lo que me quejo: el micrófono, implacable, se
corta con la rigidez de la mecánica, que poco entiende de momentos
cruciales para un país, o de urgencias informativas, o de estrategias de
comunicación.
Se cortó este miércoles, por ejemplo, justo cuando
Rubalcaba intentaba exponer lo que los españoles han de
tratar, conjuntamente, en Europa. Y se cortó precisamente cuando Rajoy nos daba una noticia: que ha escrito una carta a
Durao Barroso y a
Van Rompuy,
apostando por la integración fiscal y ban... Y ahí se interrumpió la
información, porque el micro enmudeció. Menos mal que el presidente del
Gobierno, contrariando sus costumbres, luego se detuvo un par de minutos
más en los pasillos, cuando ya volvía a La Moncloa y al margen de la
inflexibilidad del Reglamento de la Cámara Baja, siendo literalmente
engullido por los informadores, ávidos de saber de qué iba lo de la
carta a los máximos responsables de la UE.
Es este del mogollón
pasillero un espectáculo, por cierto, poco edificante, en el que la
información la reciben solamente los que tienen la suerte de hallarse
junto a quien ofrece esas raras, meteóricas y aglomeradas 'ruedas de
prensa', y quienes la graban la transmiten luego a sus colegas menos
afortunados, bien sea por lejanía física del emisor de la información,
por corta estatura o por sordera. De manera que el mensaje, que pasa de
boca a oreja, se va desvirtuando. Eso, sin mencionar lo ingrato del
'show', que bien podría sustanciarse acudiendo el presidente al micro y
al espacio instalados al efecto a escasos metros, donde las cosas pueden
ordenarse mejor y se evita la sensación de toma de la Bastilla,
sustituyendo Bastilla por presidente del Gobierno en este caso.
Mejoraría así la dignidad estética de preguntado y preguntantes, para no
hablar ya de la calidad de la información que se quiere -y se debe--
transmitir.
En el hemiciclo, ocurría a continuación más o menos lo mismo, en el rifirrafe ya casi legendario entre la vicepresidenta
Soraya Sáenz de Santamaría y la portavoz socialista,
Soraya Rodríguez.
Esta acusaba al líder de los 'populares' de comparecer más bien poco
ante el Legislativo, pero su alegato se quedó en la mitad. Lo mismo que
la respuesta de su tocaya. Los periodistas que seguimos el encuentro
desde los monitores instalados en el Congreso, o en directo desde la
tribuna de prensa, nos quedamos ayunos de debate, que se corta siempre
en lo mejor. Y nuevamente volvió a pasar cuando varios diputados
preguntaron al ministro de Economía, Luis de Guindos...
El papel
del Parlamento, en fin, se desvirtúa cuando no sirve para hablar, que
es lo que se encuentra en el origen de su ser y en su raíz etimológica.
El Reglamento, como ya quiso aquel presidente llamado Manuel Marín,
desatando las iras de su propio Gobierno, entonces socialista, ha de ser
más flexible; no es lo mismo cuando a un ministro se le pregunta por
una carretera concreta o por el tendido de la luz en una provincia, que,
como ocurre ahora, cuando el país vive momentos de enorme tensión
económica y sufre una crisis de ansiedad. Es en esos momentos cuando el
poder legislativo tiene que desplegarse por encima incluso del
Ejecutivo, porque ha llegado la hora de la Política con mayúscula.
Limitar las explicaciones y la rendición de cuentas, que todos los
españoles reclaman ante las muchas cosas que restan inexplicadas, a esos
ridículos 'cinco minutillos' es como minimizar el papel del Parlamento,
que debería ser el principal de los poderes definidos por
Montesquieu y
sin embargo es, cada vez más, un actor secundario, relegado por los
ejecutivos, a los que no gusta -ya se ve- dar explicaciones ante los
representantes del poder popular. La Historia del salto al Parlamento,
más o menos, se repitió este miércoles; a mí, qué quiere que le diga,
cinco minutos tan solo, cinco minutos no más, me supieron a muy, muy
poco.