Fernando Jáuregui | Lunes 26 de marzo de 2012
La resaca de la noche electoral, en Andalucía y en Asturias, consistió
en una serie de proclamas según las cuales todos -socialistas y
populares, además del FAC de Alvarez Cascos-habían ganado. Cuando, en
realidad, no hay más que contar el número de votos de cada uno y
comparar con las elecciones anteriores, todos habían perdido.
Abultadamente en el caso de los socialistas andaluces, que han sido los
que más han aireado, sin embargo, su triunfo.
Resulta curioso comprobar que los dos candidatos más castigados por el electorado, José Antonio Griñán y Francisco Alvarez Cascos,
serán, probablemente, quienes repitan mandato en sus respectivas
comunidades, en función de la posibilidad de hacer pactos con extraños
compañeros -en el caso asturiano ex compañeros-de cama, como decía Churchill.
Las reacciones al veredicto de las urnas el domingo han sido más bien
frentistas: "castigo insuficiente a los socialistas", decían unos; "la
izquierda resiste frente a la derecha", decían otros. Tremendo lenguaje
de batalla. En lugar de hablar de pactos y de reconocer que el mensaje
de los electores señala que no les gusta el actual estado de cosas, los
líderes políticos siguieron a lo suyo: disparando al otro bando,
sacando pecho de vencedores (¿?) y sin lanzar una sola propuesta nueva.
Sé
que no voy a hacer muchos amigos con esto que digo, pero temo que ni
Griñán, personaje mucho más honrado de lo que algunos han querido
presentarle durante la precampaña y la campaña electorales, ni Alvarez
Cascos, sin duda un político mucho menos tosco de lo que sus propios ex
correligionarios le han pintado, merecen, no obstante, mantenerse en los
respectivos gobiernos. No por la corrupción andaluza, de la que no
podría culparse directamente al presidente de la Junta y que ya se ve
que no es tan castigada como quizá debiera por el electorado; no por la
torpeza de Cascos, que ha lanzado a los asturianos a tres convocatorias
electorales seguidas, y total para nada. No, no solamente por eso; es
que tanto en Andalucía como en Asturias se ha gobernado mal, sin ofrecer
soluciones a los muchos problemas de los ciudadanos de ambas
comunidades.
Y yo, la verdad, he escuchado muchas críticas a
los del bando contrario, pero autocríticas, que yo sepa, ninguna. He
llegado, incluso, a oír a un importante dirigente político que
aseguraba, a primera hora de la tarde del domingo, que el importante
descenso en el número de votantes -más de diez puntos en ambos casos-se
debía ¡al adelanto horario de verano!. A nadie, ni siquiera a quienes
han salido teóricamente mejor parados, los dirigentes de Izquierda Unida
-que solo mínimamente han recogido votos procedentes del descalabro
socialista--, se le ha sorprendido, ni siquiera por casualidad,
aportando muchas novedades para la vida de los andaluces y de los
asturianos, dos comunidades muy afectadas por la crisis económica y por
el paro. Hacer, como hizo el candidato andaluz de IU, Diego Valderas,
en la noche electoral, un llamamiento a la huelga del próximo jueves,
no parece, pienso, el compendio de un programa de actuación ni la
solución definitiva a las muchas angustias de los ciudadanos.
Sí,
está claro que el varapalo al Partido Popular -que es lo que cosechó,
de verdad, en las urnas este domingo-no viene solamente a cuenta de que
puede que Javier Arenas no sea el candidato ideal que represente el
cambio, o de la escasa entidad de la candidata asturiana Mercedes Fernández, sino que también el duro programa de ajuste al que Mariano Rajoy está obligado ha tenido su responsabilidad en el resultado. Tampoco he escuchado gran cosa al respecto en los cuarteles del PP.
Ocurre,
en resumen, que todos creen que las viejas recetas, el eterno
palabrerío, siguen sirviendo. Como si nada hubiese ocurrido. Ya digo,
como si todos hubiesen ganado. Me parece que no han acabado de entender
el mensaje. Lástima.
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