Fernando Jáuregui | Lunes 12 de marzo de 2012
Como periodista 'de a pie' que me sigo sintiendo, me gusta acudir de
mirón a las convocatorias informativas más importantes o interesantes
(no siempre es lo mismo). Este domingo no acudí a echar un vistazo a la
manifestación anti-reforma laboral o a las conmemorativas del terrible
atentado del 11-m de 2004 porque me hallaba en París, en una inmersión
en la campaña electoral francesa. Que va a ser, para los españoles, la
madre de todas las batallas electorales, una vez que nos olvidemos de
todo lo que va a ocurrir este fin de mes en nuestro país, desde las
elecciones autonómicas asturianas y andaluzas hasta esa convocatoria de
huelga general que ya veremos si se concreta o no. Porque de lo que
ocurra en Francia se pueden derivar, siempre se han derivado, muchas
consecuencias para los españoles.
Desde la primera vez que
viajé, iniciando mi carrera de informador, a ese París de libertades
mientras en España aún seguíamos sujetos al yugo de la dictadura, no he
dejado ni un instante de pensar en que Francia puede darnos muchas
lecciones de política. Y de convivencia tolerante: ellos ya hicieron su
revolución. Debo decir, sin embargo que esperaba un mayor ambiente
preelectoral en el país vecino: cierto es que la primera vuelta de las
presidenciales no será hasta dentro de un mes y diez días, y la segunda a
comienzos de mayo, pero no he encontrado, tras hablar con bastante
gente 'comprometida', ni el apasionamiento que hemos vivido en España
ante un posible cambio de signo ni el cúmulo de propuestas reformistas
que sería de esperar cuando Europa (y, por ende, también Francia, que es
una de las locomotoras de la UE) vive una nueva era.
Cierto: François Hollande,
el candidato socialista a quien los sondeos dan, por poco, vencedor, se
ha lanzado a ganar el voto de la izquierda prometiendo cosas como
gravar con el 75 por ciento para las verdaderamente grandes fortunas. Y
también es verdad que, en un mítin este domingo a las afueras de París
ante nada menos que cincuenta mil personas -más de las que la policía
dice que salieron a la calle en Madrid este domingo--, Nicolas Sarkozy hizo
un guiño a la derecha xenófoba que hoy apoya a Marine Le Pen amenazando
con cerrar las fronteras galas a los inmigrantes. Ni el uno ni el otro,
eso lo saben bien los franceses, cumplirán esas ofertas.
A Hollande le amenaza la relativa pujanza del candidato de la izquierda (que engloba al Partido Comunista), Jean-Luc Melenchon. A 'Sarko', además de la hija de Le Pen, le puede restar votos el centrista François Bayrou.
Y el hartazgo de los franceses de una forma de gobernar a saltos de
inspiración y personalismo extremo. La verdad es que Sarkozy no es un
buen candidato, como no lo es el poco carismático 'socialista-caviar'
Hollande, ex pareja de la que fuera candidata Segolene Royal y miembro
destacado del 'clan' que en el PSF se ha constituído en torno a una
suerte de 'beautiful people'. Pero a las dos formaciones, a varias de
las restantes y a las instituciones francesas les quedan muchas cosas
respetables: recuerde usted aquellas emocionantes primarias que
enfrentaron a Aubry -heredera de Delors- con Hollande y compare con lo ocurrido aquí en España entre Rubalcaba y Chacón.
O ponga usted el grado de debate político en casa del vecino del norte y
mire luego lo de aquí, donde un candidato se niega a debatir con otros
en la recta final de las elecciones andaluzas alegando que la televisión
autonómica no es imparcial.
Sí, Francia, aunque haya mucha gente
harta del bulle-bulle de la casta política, aún nos puede dar
lecciones. Y, sobre todo, hay que mirar con lupa el proceso político en
un vecino del norte con el que, por fin, habíamos empezado a
entendernos. Si gana Sarko, todo quedará igual con un Rajoy con quien
dicen que se entiende bien. Si gana, como parece, el socialista Hollande
no es, obviamente, que las relaciones hispano-galas se vayan a
deteriorar, faltaría más. Pero sí puedo asegurar que en la sede del PP
en la calle Génova se mira con cierta aprensión ese hasta ahora tibio
proceso preelectoral en Francia. Y es que cuando París estornuda, Madrid
agarra una gripe, ya se sabe.
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