Luis del Olmo | Martes 07 de febrero de 2012
"Algunos dicen que lo que ha sucedido es que hemos aterrizado bruscamente
en nuestro propio territorio, porque vivíamos en las nubes"
Lentamente o de un modo radical, sin que se note o clamorosamente, lo
cierto es que la crisis está modificando los hábitos de consumo de los
españoles. Quizá no se perciba en el transcurso de cada día pero, si
miramos hacia atrás, hacia un pasado reciente, comprobamos cómo los días
de vino y rosas se han terminado, cómo en los mercados se miran y se
calibran los precios más que nunca, cómo el transporte público se ha
impuesto (Barcelona acaba de batir un récord histórico de utilización de
autobuses municipales), cómo las familias son más cuidadosas en el
consumo de gas, de agua, de electricidad, cómo la noche de los días
laborables ha dejado de ser una noche en que había decenas de pobladores
en diversos locales, cómo las empresas han limitado la categoría de los
hoteles y de los restaurantes para sus más altos empleados y, en fin,
cómo a la fuerza nos hemos dado todos un baño de realidad.
Y
nos referimos a los españoles que tienen la suerte de mantener su
puesto de trabajo, porque si hablamos de los casi seis millones de
parados, el panorama es más triste y más desolador.
Algunos
dicen que lo que ha sucedido es que hemos aterrizado bruscamente en
nuestro propio territorio, porque vivíamos en las nubes. Otros son más
radicales: nos creíamos suecos o daneses y, en realidad, éramos más bien
marroquíes y hasta ruandeses. Y algunos observadores detectan un
péndulo como brújula de la situación, y ni antes los españoles deberían
haber sido tan manirrotos, tan derrochadores, ni ahora tan cautos y tan
temerosos de participar en la cadena de los bienes de consumo.
Lo cierto es que las aguas bajan revueltas para todos, y ahí tenemos a
la mayoría de las comunidades autónomas que no saben cómo pagar, o cómo
deshacerse, de sus televisiones. Las crearon en los tiempos gloriosos,
en muchos casos en honor de sus gobernantes, para cantarles los himnos
del aplauso, y ahora no saben cómo afrontar el futuro de unos 11.000
trabajadores, además de unas escandalosas pérdidas de unos 1.300
millones de euros al año. Contrastan esas cifras del despilfarro
audiovisual autonómico con la austeridad con que vienen siendo
gestionadas las grandes cadenas privadas de televisión. Un ejemplo:
Antena 3 o La Sexta tienen plantillas de 300 ó 400 trabajadores, frente a
los 2.200 de la autonómica catalana, los 1.800 de la valenciana, los
1.600 de la andaluza.
En fin, amigos, que los tiempos
cambian y, como dicen los castizos, "a la fuerza, ahorcan". Todos
deseamos que venga una época mejor y menos angustiosa, y ojalá que
entonces llevemos aprendida, de los tiempos actuales, alguna lección.
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