Fernando Jáuregui | Martes 19 de mayo de 2015
Acabo de mantener una discusión a micrófono abierto con mi
buen amigo Ángel Expósito, que insiste en la inutilidad y cansancio que
provocan en el personal las campañas electorales. Yo, en cambio, pienso que son
muy útiles e incluso saludables: sin las campañas, que preceden necesariamente
a las elecciones, andaríamos todavía en los tiempos del derecho de pernada. Por
eso, no me parecen estériles ni necesariamente mendaces las promesas que se
hacen en campaña, ni los paseos por las calles de candidatos que, si no, jamás
darían la mano a un transeúnte. Es bueno que, al menos una vez cada cuatro
años --¡al menos!--, eso que
genéricamente se llama 'los políticos' mantengan un contacto directo con sus
administrados, aunque sea entre mitin de simpatizante y cenas con afiliados,
aunque sea a base de besar a niños y repartir globos rojos, azules, naranjas o
morados.
Cuando se nos dice que todavía se detecta un veinte por
ciento de indecisos, que no saben qué voto depositar en la urna, el tirón final
de la campaña puede, además, ser decisivo. Y eso que la campaña ha sido algo
átona, sin aportar novedades sustanciales. ¿Podemos esperar aún alguna sorpresa
importante por parte de uno o varios candidatos?¿Algún anuncio sobre pactos,
alguna propuesta de medidas regeneracionistas que verdaderamente lo sean?
¿Algún debate televisivo constructivo entre candidatos? ¿Algo más que la
'boutade' o el desplante de turno?Sinceramente, no soy tan optimista como para
pensarlo. Me parece que, pese a esos indecisos, la suerte está casi echada y, a
cuatro días de las elecciones, me atrevo a pronosticar, pese a la irrupción
sólida de las formaciones emergentes, que la tónica que salga del 24-M, y de
los acuerdos y conversaciones posteriores, será básicamente continuista: habrá,
pienso, baile en dos o tres autonomías -como mucho-en cuatro o cinco capitales
de provincia. Pero estas no van a ser las elecciones decisivas para marcar los
nuevos estilos de gobernar, el cambio de era que se hace, a pesar de todo,
evidente. Tampoco la campaña lo ha sido, aunque ya digo: prefiero campaña sin
ideas nuevas que ocurrencias sin campaña.
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