Fernando Jáuregui | Domingo 17 de mayo de 2015
Hace un año, aún no se habían celebrado las elecciones
europeas (tuvieron lugar el 25 de mayo) y, por tanto, aún desconocíamos,
incluso la mayoría de los comentaristas políticos, el fenómeno de Podemos. Aún
no había dimitido Alfredo Pérez Rubalcaba como secretario general del PSOE; su
marcha dio lugar a una pugna por la sucesión que acabaría siendo ganada en
julio por Pedro Sánchez, hace un año un diputado sin más en el Congreso. Igual,
por cierto, que el jovencísimo Alberto Garzón, hoy dirigente de una Izquierda
Unida a la que, entonces, las encuestas le ofrecían rosadas perspectivas, lo
mismo que a la UPyD
de Rosa Díez. Hace un año, claro, no había abdicado el Rey Juan Carlos I, y
todos pensábamos que el relevo en el trono no se produciría de ninguna manera,
si es que se producía, antes del 40 aniversario de la muerte de Franco y, por
tanto, de la restauración de la
Monarquía, aniversario que se conmemora el próximo 20 de
noviembre. O sea, cuatro años después de las elecciones generales que
instalaron a Rajoy en La
Moncloa.
No existían hace un año ni Carmona, ni Carmena, ni Colau, ni
siquiera Albert Rivera -que aún era percibido como 'un político catalán'-- como
estrellas políticas en el horizonte. Muchos de quienes hoy son candidatos a
alcaldías y presidencias autonómicas formaban parte de ese magma que se
identifica vagamente como 'sociedad civil', eran personas desconocidas hasta
para sus convecinos. Hace un año, en suma, y por hacer la historia corta, nada
era como es hoy. Solamente Mariano Rajoy y su equipo eran lo que son ahora, lo
que eran aquel 20 de noviembre de 2011.
Esta reflexión me la ha suscitado un folleto propagandístico
del PP en la ciudad en la que vivo. El equipo municipal, encabezado por el
alcalde que ya tenemos, es sustancialmente el mismo: hombres que se fotografían
con traje oscuro y corbata convencional, mujeres vestidas formalmente, con
peinados -hasta yo me he dado cuenta-muy similares. Destaca sin duda este
folleto de otros que he recibido en mi domicilio o me han repartido por la
avenida principal de mi ciudad, cuarenta mil habitantes, donde se ha instalado
una pequeña 'feria del libro' en la que he firmado ejemplares y he hablado con
decenas de convecinos. Todos comparten mi impresión: el magnífico, y caro,
folleto del PP habla mucho más de lo conseguido que de cambios. Los otros
hablan más de cambios que de la realidad ya existente.
Y esta es, me parece, la dicotomía a la que nos enfrentamos
cuando, el domingo, nos encontremos cara a cara con la urna. Mariano Rajoy va
por toda España advirtiendo contra los 'aventureros' que emergen, 'tertulianos
y comentaristas de televisión' según el presidente, para quien estas
especialidades ya se ve que deben constituir lo peor de la especie humana.
Habla el presidente de las realizaciones de su Gobierno en materia económica y
denuncia los peligros que suponen los que quisieran implantar fórmulas diferentes.
En el otro lado de la
balanza están todos los demás. Hablando de regeneración, de reformas a fondo,
de cambio, cambio, cambio, que fue el eslogan con el que Felipe González arrasó
en aquellas elecciones memorables de 1982 que abrieron trece años de mandato
socialista por primera vez desde la muerte del dictador. Desde entonces,
'cambio' ha sido una palabra muy empleada en las campañas electorales. No, como
estamos viendo, por 'este' Partido Popular, que ha decidido optar por la otra
vía, la de destacar lo bueno hecho frente a lo quizá malo por venir.
No llegaré al extremo de afirmar que estamos ante una
especie de 'todos contra el PP'. NO hay acuerdos prefijados, ni pactos
subterráneos no escritos, al menos que yo sepa. Pero se escuchan voces, como la
del propio Pablo Iglesias, antes tan flamígera,
que hablan de acercamientos 'en la izquierda' para derrocar al candidato
'popular' de turno. Un candidato, el genérico del PP, al que en muchos lugares
las encuestas siguen pronosticando, dentro del general descenso que los
'populares' experimentan, una votación algo mejor que la del segundo, sea quien
sea este segundo; aunque lejos siempre de las viejas, añoradas, mayorías
absolutas.
Veremos qué hace, en este panorama, el partido de Albert
Rivera, inequívoco árbitro para decidir quién gobernará en una decena de
autonomías y en medio centenar de ayuntamientos. Si Ciudadanos se une a la
pulsión por el cambio, el PP está perdido. Si deja gobernar al más votado, el
PP se salva...a menos, claro está, que se produzca un acuerdo global entre
PSOE, Podemos, Izquierda Unida y otras fuerzas de izquierda. Algo que Rajoy
llamaría 'frente popular'...contra los 'populares'.
Ya digo: a ver quién era capaz, hace un año, de imaginar
este panorama. Y la de vueltas que van a dar aún las cosas a partir de los
resultados del domingo.
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