Fernando Jáuregui | Viernes 24 de abril de 2015
Un mes. Ya solamente -y nada menos- queda un mes para esas
elecciones municipales y autonómicas que a todos, políticos implicados,
analistas y ciudadanos en general, nos tienen tan desconcertados. Las encuestas
se han vuelto locas, los expertos confiesan que han dejado de entender qué pasa
en un país que se confiesa seducido por dos formaciones emergentes de las que,
en general, se desconocen sus candidatos, su implantación territorial, sus
cuadros locales y hasta su programa concreto para una autonomía concreta.
Recorro estos días, por diversos motivos profesionales, España de norte a sur,
y compruebo hasta qué punto el hartazgo con los dos grandes partidos nacionales
es un hecho, como es un dato incontestable esa carencia de cuadros reconocibles
en Podemos y Ciudadanos, cada una de las cuales, desde luego, con sus propias
características, que no conviene mezclar demasiado.
Curioso: falta un mes y resulta difícil precisar cuánto van
a influir en las urnas el inexplicado escándalo que afecta a Rodrigo Rato o los
'sobresueldos privilegiados' de dos pesos pesados del PP como Federico Trillo o
José Antonio Martínez Pujalte. Como, en estos momentos, existen muchas
incertidumbres sobre los efectos en el PSOE de los 'casos Griñán y Chaves', una
vez que ambos han admitido que abandonarán sus escaños cuando concluya esta
Legislatura, allá por noviembre. Mi impresión, por supuesto nada concluyente,
es que, en estos momentos, Ciudadanos está más próximo al PSOE que a un PP que
ha propinado bastantes patadas bajo la mesa a la formación de Albert Rivera. Y
que Podemos está sumido en una dispersión que hace que no se sepa muy bien
dónde concurre, bajo qué paraguas y con quién. No veo fáciles los pactos
poselectorales con las gentes aún comandadas por Pablo Iglesias.
Tengo para mí no obstante, que los socialistas están
sabiendo reaccionar con mucha mayor contundencia a sus problemas internos que
un Partido Popular que anda como varado en sus propias diferencias internas -y
no es que el PSOE no las tenga, por cierto--, en los personalismos de algunos
de sus candidatos más 'estrella' -pienso, desde luego, en Esperanza Aguirre,
sobre la que se concentran todas las miradas y bastantes hipótesis de futuro-y,
claro, en el desconcierto acerca de cómo y por qué el estallido, ahora,
precisamente ahora, mecachis, del 'affaire Rato'. O del de Trillo, embajador en
Londres. O Pujalte, portavoz económico del Grupo Popular. Y conste que no
equiparo unas cosas con otras, pero en los tres casos queda un aroma a falta de
espíritu de servicio al ciudadano para servirse del ciudadano, lo que resulta
inaceptable y casa mal con los postulados públicos de esa clase política que
nos representa.
Yo diría que este mes que nos queda hasta el galope final en
esta segunda meta electoral de un año plagado de elecciones va a ser
especialmente intenso: los periodistas nos preparamos para disfrutarlo, pero
los ciudadanos me parece que lo temen como a un nublado. Porque -y vuelvo a mi
recorrido por muy diversas comunidades autónomas-compruebo que el lenguaje de
los políticos 'asentados' sigue siendo el mismo, con las mismas ideas. Y con
los mismos métodos (véase lo que está ocurriendo en la Andalucía poselectoral).
Y también me da la impresión de que los emergentes, cada uno en su estilo,
tampoco van mucho más allá en sus propuestas,
salvadas algunas discutibles ocurrencias y sus llamamientos a regenerar
los modos políticos del país, algo -esto último-- que siempre es de agradecer.
¿Qué nuevas sorpresas nos van a deparar estos treinta días
que nos separan de las elecciones? Alguna vez escribí que estas cuatro semanas
van a ser las del navajeo disfrazado -discúlpenme, pero no puedo creer que el
escenario de la 'detención' de Rato fuese casual, ni que ciertos informes de
Hacienda se hagan ahora, digo ahora, públicos--, del dossier comprometido
que-nadie-sabe-de-dónde-ha-salido, del 'y tú más' disfrazado de propuestas.
Espero equivocarme, pero no tengo la impresión de que estas cuatro semanas
vayan a servir demasiado, pese a los presuntos combates contra la corrupción,
para regenerar esta vida política tan ramplona que tenemos. Y ya digo: cuánto
me gustaría tener que rectificar esta apreciación, comprobar que los pactos que
se proponen no son un chalaneo que, en el fondo, trata de engañar a los
electores. El vuelo de altura parece estar prohibido por estos secarrales.
Lástima.
TEMAS RELACIONADOS: