Fernando Jáuregui | Viernes 17 de abril de 2015
Sic transit gloria mundi'. El altivo Rodrigo Rato, que fue
vicepresidente del Gobierno, superministro económico, director del Fondo
Monetario Internacional, presidente de la Caja más importante de España, el
hombre cuyo nombre tantas veces se barajó como posible sucesor de Aznar en la
presidencia del Gobierno, entraba en la noche de este miércoles en un vehículo
policial para ser interrogado en dependencias policiales. De ellas regresó roto
pasada la medianoche, diciendo, claro, que confiaba en la justicia. La 'policía de Montoro', al fin y al cabo
sucesor remoto de Rato al frente de los temas hacendísticos, empujó la cabeza
del detenido por presuntos fraude, cohecho, blanqueo de capitales, quién sabe
si apropiación indebida...para introducirlo en el coche que debería llevarle a
unas horas de bochornosa detención, contemplada por todas las cámaras de
televisión españolas.
El rostro de Rato, tan acostumbrado al mando, era un poema,
como apareció en todas las portadas. Pudo haberlo sido casi todo, se creyó con
derecho casi divino a casi todo, y se ha quedado en juguete estrepitosamente
roto. Suyas son, en el pasado de vino y rosas, las palabras más duras de
condena al fraude fiscal, ese mismo fraude que él tan generosamente ha practica
en beneficio de sí mismo. Y este país, que condena con mucho más rigor los
delitos económicos que los de homicidio, le ha dejado caer. Le han dejado caer
su propio partido, al que ya no pertenecía, sus propios compañeros de filas,
con los que compartió días de gloria y de poder absoluto y absolutamente
ejercido, y los medios, que antes, algunos de ellos elogiaron su capacidad de
gestión, sobre la que se escribieron hasta libros hagiográficos.
Ha acabado definitivamente una época. La detención de Rato
es el fin de una era de corrupción. Ya nada será lo mismo que cuando aún era
posible hacerse rico en un tiempo récord, como dijo otro superministro
económico. Ya no podrán darse tesoreros que roban , tarjetas 'black' desde las
que se defrauda al fisco, financiaciones escandalosamente ilegales de los
partidos, recalificaciones urbanísticas bajo manga. Puede que todo eso haya
terminado para una larga temporada. La impunidad, como bien ha querido
demostrar la sociedad -jueces, el PP, los medios-con Rato, esa época en la que
el que tenía el poder creía que todo le estaba permitido, ha concluido. Puede
que sea el momento de ensayar también nuevas formas de gobernar, más
participativas con el ciudadano, más transparentes, más cercanas. Esa es
también una forma, posiblemente la más eficaz, de combatir las conductas
corruptas de quienes poseen la caja de control de mandos del poder.
Puede que lleguen nuevas formas de corrupción. Y puede que
ahora sea preciso reconstruir algunos momentos cuestionables del pasado, y ahí
tanto PP y PSOE como otras formaciones políticas tendrán que lanzarse a un
proceso de autocrítica, tan infrecuente en este país nuestro, y de revisión de
mucho de lo malo que pasó. Pero ya nada volverá a ser como en los Bárcenas,
Gürtel, ERE, Urdangarín y tantas operaciones que han dado nombre a redes
delictivas. Rato ha marcado un 'hasta aquí llegaron las aguas fecales'. Yo, que
conozco desde hace muchos años a Rodrigo Rato, hago mía la máxima de Concepción
Arenal, 'odia el delito y compadece al delincuente', aunque, a veces, a algún
delincuente -perdón, presunto delincuente-- que se aprovechó en exceso de su
poder resulta difícil compadecerle.
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