Fernando Jáuregui | Martes 14 de abril de 2015
Hay quienes se escandalizan por el hecho de que Pablo
Iglesias y 'sus' eurodiputados hayan preferido encontrarse este miércoles con
el Rey en el Parlamento Europeo antes que, como ha anunciado que hará Izquierda
Unida, darle la espalda. Y no ha faltado quien, en las últimas horas, haya
acusado al líder de Podemos de haber aceptado presentar a 'su' candidato en
Madrid en los lujosos salones de un hotel en el que habitualmente celebra sus
encuentros un foro de debate político-periodístico-empresarial. He mantenido no
pocas controversias en las últimas horas, en algunas tertulias y en redes
sociales, al respecto: cuánto me alegra, he dicho, que Podemos acepte pasar por
las alfombras del Ritz -como el resto de las formaciones, por otra parte-y
cuánto más me congratulo de que Iglesias y sus muchaschos/as 'transijan' con
saludar a Felipe VI cuando este visite las instituciones europeas. Son señales
de realismo frente a quienes, especialmente desde posiciones
ultraconservadoras, quisieran que esta formación emergente, con la que, desde
luego, nada me une, se mantuviese en su particular 'caverna' inflexible.
Soy optimista: creo que Podemos, que no es una alternativa
de gobierno, pero sí de crítica al Gobierno actual y al que llegue, se está
transformando. Ya no distribuyen anatemas de 'casta', quizá porque han visto
demasiado de cerca lo que la casta implica. Ya no hablan de sacar a España de
la OTAN, ni de jubilar a la mitad de los habitantes de este país. Ya sé, ya sé,
que Pablo Iglesias no se nos ha hecho monárquico, pero también sé que difunde
la loca especie de que, si el ciudadano Felipe de Borbón y Grecia se presentase
a unas elecciones para presidente de la República, las ganaría de calle. Es lo
más antirrepublicano que he escuchado en tiempos, precisamente el día en el que
se conmemoraba la República. Y me alegra.
Creo, lo he dicho muchas veces, que Podemos merece existir:
canaliza el descontento en la calle y fuerza el espíritu reformista de partidos
'instalados' que no lo tienen. Sus dirigentes merecen el beneficio de la duda
acerca de la sinceridad del cambio interno que han emprendido: no me verán, creo
votándoles: no están capacitados -al menos todavía, y me parece que durante
bastante tiempo-para gobernarnos. Pero sí me verán defendiendo que estos
individuos, con los que nunca he logrado entrevistarme porque ellos no han
querido, estén ahí, sobre todo si mudan a algo mejor
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