Fernando Jáuregui | Domingo 12 de abril de 2015
Las sacrosantas encuestas, para lo que valgan, muestran un
escaso entusiasmo de la ciudadanía ante lo que será inevitable: el pacto. Si de
veras son cuatro las formaciones que, codo con codo, se están disputando los
favores del futuro electorado, la gobernabilidad del próximo Parlamento, el que
se forme allá por enero, exigirá constatar que son tiempos de acuerdo, incluso
de coaliciones. La que uniría, a la alemana, al PP y al PSOE es la más obvia
cara al futuro, y la menos deseada por los españoles, dicen los sondeos. Así,
Ciudadanos, que sigue en ascenso, parece el 'novio' más grato a los
encuestados, se celebre este matrimonio de la formación de Rivera con el PP o
con el PSOE. Ya hemos dicho en alguna ocasión que el 'tercer hombre', es decir,
Rivera, dará, con su apoyo, el sillón de La Moncloa a Pedro Sánchez o a Mariano Rajoy. NO es,
desde luego, ningún vaticinio arriesgado: es lo que con mayor probabilidad
ocurrirá en diciembre. Y, en este panorama, ¿qué se puede hacer con Podemos?
Así como Ciudadanos podría incluso, en virtud de las leyes
no escritas del bisagrismo, encaramarse a la cúspide, Podemos no va a gobernar
en España, eso está claro. Ni siquiera ante una impensable hipótesis de 'pacto
a cuatro'. Asociarse bilateralmente con ellos parece altamente desaconsejable,
tanto para el PSOE como para Ciudadanos, sin mencionar ya al PP. Les auguro, a
estas gentes variopintas de Pablo Iglesias, un futuro bastante solitario, y
desde luego no tan brillante como hubiese podido hacer pensar la arrancada de
Podemos el pasado 25 de mayo, cuando se celebraron las elecciones europeas. Un
año después, Podemos ha tenido que ir ajustándose paulatinamente a una realidad
cambiante y nos ha mostrado algunas flaquezas: recuérdese que la opinión
pública es una veleta, que hace un año todavía señalaba en dirección ascendente
a la UPyD de
Rosa Díez, hoy en vías de extinción, y a la Izquierda Unida de
un Cayo Lara hoy desaparecido en medio del tumulto de una batalla interna
autodestructiva. Podemos se ha merendado prácticamente a IU, como Ciudadanos ha
engullido a UPyD: son sus sustitutos en los favores de quienes no desean
limitar las expectativas políticas a un bipartidismo que, especialmente por lo
que respecta al partido gobernante en España, parece algo estancado.
Así, esta podría ser la radiografía urgente de lo que nos
indicaban este domingo unas encuestas falibles, pero que muestran una
tendencia: hay cuatro partidos pugnando por la hegemonía, de los cuales uno,
Podemos, no llegará presumiblemente a gobernar, aunque sí vaya a influir no
poco en las decisiones de los presentes y futuros gobernantes. Pablo Iglesias ,
sobre todo, y alguno de sus adjuntos, y pienso concretamente en Monedero,
provocan una cierta desazón y desconfianza en buena parte del electorado. Una
cosa es propinar patadas en las espinillas de los gobernantes a la hora de
responder a los encuestadores y otra muy distinta introducir una papeleta con
el círculo de Podemos en la urna, pulsando así el botón de rayos y truenos
desconocidos.
Si se me permite sacar ahora la bola de cristal, yo diría
que el Partido Popular es quien todavía tiene más posibilidades de permanecer
en el poder. Pero no con tanto poder -bastante lo va a perder este 24 de
mayo--, ni ejerciéndolo como actualmente lo ejerce. En el PP hemos asistido
este fin de semana a un desfile de más o menos las mismas caras subidas en los
mismos estrados para recibir la ovación de los propios, congregados en el mismo
palacio de ferias y congresos. Hay poca renovación en las candidaturas. Esta renovación
es mucho mayor en el PSOE, atenazado por dos nombres, el diputado Manuel Chaves
y el senador José Antonio Griñán, que me parece que, ante la ordalía judicial,
no tienen responsabilidad penal alguna -contra lo que quisieran en la dirección
del PP--, pero que, por estética política, deberían renunciar voluntariamente a
sus escaños, facilitando así de una vez la investidura de Susana Díaz como
presidenta de Andalucía. No solamente para la ocupación de San Telmo, sino
también para facilitar el eventual camino de Sánchez hacia La Moncloa, se requiere ahora
el sacrificio de los dos ex presidentes andaluces. Que representan, en todo
caso, los modos políticos antiguos, de los que ya solamente quedan como muestra
nacional las presencias de Rosa Díez, a punto de desaparecer, y de Mariano
Rajoy, que sigue reclamando experiencia, 'seniority' y 'normalidad' como
divisas con las que ganar elecciones a los 'amateurs', dice él, que se las disputan.
Se me escapa la razón por la que Rajoy y su círculo más
cercano no entienden que esa 'normalidad', esa 'profesionalidad' en el uso del
poder y esa falta de espectacularidad que reivindican ya no vende. La gente
quiere dejar de aburrirse con la política-de-siempre,
liderada-como-siempre-por-los-de-siempre. Me parece que la ciudadanía tiene
ganas de participar, de sentirse sociedad civil, de que le alegren la vida con
propuestas refrescantes. En mi opinión, es urgente, pues, que Rajoy modifique
sus mensajes de campaña y hasta que dé la sensación de que renueva algo el banquillo.
No se le percibe como el mesías providencial que algunos -quizá ni siquiera él
mismo-quisieran para perpetuarse en el uso del coche oficial. Ya no es el
asidero seguro para seguir en el machito.
También se me escapa que, cuando se abre una era en la que
el presidente norteamericano Obama y el cubano Castro se saludan y reabren,
tras más de medio siglo de hostilidades, las respectivas embajadas, el tono
político español siga aferrado a las banderías, al partidismo más feroz, a la
falta de diálogo y no digamos ya de pactos. Vivimos en una permanente campaña
electoral que tiene, me parece, hastiados a los ciudadanos: convenciones
municipales y autonómicas, mítines, entrevistas con declaraciones más bien
huecas. Hay que ensayar un lenguaje nuevo. Se impone el realismo: quizá la
opinión pública rechaza 'a priori' los pactos porque han sido presentados como
un paso negativo por los 'estados mayores' de los partidos. Pero hay que hacer
pedagogía, aunque no convenga decir claramente las cosas en plena campaña
electoral, que es como vamos a andar durante todo este 2015: habrá que pactar,
así que vayan haciendo su juego, señores. Y este término, 'pacto', me parece
que va a seguir siendo el sustancial en la vida política española de los
próximos nueve meses...aunque los líderes políticos aparenten no verlo. Para
bien o para mal, la época de las mayorías absolutas y quizá hasta la del
bipartidismo tal y como lo entendíamos, casi al modo Cánovas-Sagasta, ha terminado
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