Javier Fernández Arribas | Jueves 09 de abril de 2015
Yo no soy muy partidario de los movimientos coyunturales que
surgen más como una idea de marketing que como un sentimiento real y
argumentado. Y, casi siempre, hay alguien que se lucra con este tipo de slogans
que recorren las redes sociales, llenan las fotografías y las imágenes de
televisión pero duran demasiado poco tiempo. El caso más sonado, por desgracia,
ha sido el del semanaria satírico Charlie Hebdo que ha prendido mecha
costumbrista y se extiende a cualquier situación que alguien avispado y con
imaginación pretende popularizar, o como se dice ahora "viralizar".
Yo soy de los que me he subido a toda velocidad y con muchos
chichones al tren de las nuevas tecnologías que tanto han cambiado el mundo.
Más habría que invertir en innovación y en formación tecnológica e informática
de personas de todas las edades, no quepa la menor duda que es una de las
grandes necesidades de quienes hemos cumplido ya más de 50 años. Pero hay que
parar un poquito el exceso de velocidad que imprimen los nuevos medios
digitales y las redes sociales para reflexionar, para argumentar, en
definitiva, para recuperar principios y valores que nos permitan considerar en
su verdadera trascendencia asesinatos como los perpetrados por una banda de descerebrados
terroristas en la Universidad de Garissa, en Kenya.
148 jóvenes y no tan jóvenes masacrados por ser cristianos y
por el ansia de poder, dinero y venganza de uno de esos grupos de criminales y
narcotraficantes que han encontrado en el terrorismo fanático supuestamente
religioso el paraguas perfecto para conseguir sus objetivos. Sus métodos
deleznables a la hora de asesinar brutalmente a personas indefensas consiguen
sembrar el terror y doblegar a miles de habitantes de distintas regiones del
planeta, en este caso de Kenya. Y este artículo está promovido por una gran
indignación por la escasa atención en Occidente, en los medios de comunicación
, a esta masacre.
Hoy he recibido en Facebook dos imágenes que dejan huella y
provocan mucha vergüenza. El rostro muy bello de una joven negra, como de ébano
simulando el mapa del continente negro con una lágrima cayendo por su mejilla
en memoria de los estudiantes asesinados. La otra, una viñeta con una mano
sosteniendo un lápiz por encima de otros muchos, con un grabado: 148
estudiantes, y una pregunta ¿por qué unas muertes pesan menos que otras...?
Pues eso: Je suis Kenyan.
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