Fernando Jáuregui | Jueves 09 de abril de 2015
Para mí, que el actor Toni Cantó anuncie que se desvincula
de la política activa, de su actividad partidaria, para volver de la musa al
teatro, es, qué quiere que le diga, una mala noticia. Como lo es que del mismo
partido, el regentado por doña Rosa Díez, se hayan ido apartando otras figuras
inicialmente no ligadas profesionalmente a la política, como el filósofo
Fernando Savater, los catedráticos Francisco Sosa o Mikel Buesa, la periodista
Irene Lozano o el escritor Alvaro Pombo. No son casos idénticos, pero me
resultan igualmente sintomáticos: el mayor atractivo de la UPyD centrista y colorista
de Rosa Díez eran, precisamente, esas 'adherencias' variopintas que no
procedían de las juventudes de los partidos, ni de los 'aparatos' de
ejecutivas, comités centrales, federales o juntas directivas nacionales.
Pienso que el hecho de que gentes como la jueza Manuela
Carmena, el catedrático Ángel Gabilondo o el economista Luis Garicano se lancen
a esa piscina, tantas veces con muy poca agua, que es la política, resulta
alentador. Voces nuevas, no necesariamente contaminadas por el 'y tú más', por los
debates de sal gorda, por la inercia de las palabras sin sentido. Por eso, no
figuro entre quienes achacan a Podemos o a Ciudadanos, cada cual en su esfera,
que carecen de cuadros 'políticos' en sentido estricto, porque entiendo que la
política consiste en gestionar los intereses de la gente corriente, como usted
y yo, desde posiciones corrientes. Conocí hace una semana a una flamante
parlamentaria andaluza, de una de las formaciones emergentes, cuya profesión
anterior era/es la de piloto de helicópteros; seguro que muchos de sus
emprendimientos políticos tienen, perdón por el inocente juego de palabras,
mucho más altos vuelos que los de algunos de sus colegas de escaño que desde
siempre han estado anclados en esa política de vuelo rasante y conceptos gastados
que ha imperado en el secarral hispano.
Probablemente, nos hallamos ante una oportunidad única para
propiciar una renovación a fondo de la clase política española. Y, cuando digo
renovar -véanse los casos citados de Carmena o Gabilondo- no quiero, ni por
asomo, decir simplemente 'rejuvenecer': hablamos de cosas distintas y
distantes, aunque algunos hayan hecho del efebismo, del desprecio a la
veteranía, su principal (y casi único) ideario en lo referente a regeneración
política. Lo importante es que el aire de la calle entre en la política. Por
eso me preocupó tanto el silencio de los seiscientos que escuchaban el 'más de
lo mismo' de Mariano Rajoy en el cónclave de la Junta Directiva Nacional. Y
mayor aún fue mi preocupación al conocer que prácticamente no hubo oportunidad para que interviniese cualquiera
que pensase que puntualizar, completar o hasta, mirabile dictu, contradecir el
verbo presidencial, era algo que merecía más la pena que simplemente aplaudir.
Sigo pensando que los partidos 'asentados' -incluyendo,
hasta cierto extremo, a los emergentes- no se dan cuenta de hasta qué punto un
tsunami aún no demasiado perceptible está llegando a las tranquilas playas del
secarral. Y, desde mi humilde puesto de vigía profesional, no contemplo a nadie
preocupado, ahora que estamos nuevamente en (pre)campaña electoral, de otra
cosa que no sea salvar los muebles. Por eso mi disgusto ante el hecho de que
alguien de quien nunca fui particularmente amigo, pero que ha sido siempre una
especie de 'verso suelto', como Toni Cantó, deje vacante su escaño y su
candidatura a la alcaldía de Valencia para ser reemplazado por ¿quién?.
Desconozco, cuando esto escribo, el nombre concreto, pero mucho me temo que no
podrá ser otra cosa que un turiferario de esa musa que obliga a Cantó, que ante
el tsunami seguro que sería uno de los músicos de la orquesta del Titanic, a
pasar de nuevo al teatro.
TEMAS RELACIONADOS: