Fernando Jáuregui | Miércoles 01 de abril de 2015
Es Doñana un paradisíaco lugar reservado para el afortunado
disfrute del presidente del Gobierno de turno, en períodos vacacionales siempre
demasiado breves, para el propio presidente y quizá para nosotros. Allí estará
Mariano Rajoy, el solitario Rajoy, dicen que meditando los pasos a dar ya desde
el mismo lunes, cuando todos regresan, regresaremos, a la dura contienda
política: elecciones, hoja de ruta separatista en Cataluña, auge de formaciones
emergentes -me parece que a Rajoy le preocupa mucho más Ciudadanos que Podemos,
claro está--, juicio Gürtel, Bárcenas disfrutando de la Semana Santa
procesional (y procesal), las salidas de tono de la candidata Aguirre, el
destino de la candidata Cospedal... Bueno, temas de meditación sobre la
actualidad inmediata no le han de faltar al presidente, desde luego.
Alguien me podría decir que cada año los comentaristas, por
lo visto tan poco gratos al solitario coyuntural de Doñana, somos capaces de escribir casi el mismo
artículo: lo que el jefe del Gobierno debe meditar y cómo en su breve fuga al
cálido sur. No figuro entre quienes ofrecen gratuitamente sus consejos a los
mandatarios: ¿de qué serviría, suponiendo que tales consejos fuesen
inveteradamente acertados? Sí quiero pensar, y me gustaría que me piensen, que
soy un crítico independiente de lo que hace y no hace esta 'clase política'
-que no casta, insisto: esta palabra se ha quedado pronto 'demodé'- que nos
gobierna desde el Ejecutivo o desde la oposición.
Algún personaje que presume de estar en el entorno del
actual inquilino de La Moncloa (y de Doñana) me interpela: "estás siempre
contra Rajoy". No es verdad; que unos y otros te acusen de favorecer al
'otro lado' es algo que va en el sueldo del periodista. Respeto al presidente y
le reconozco su responsabilidad inmensa como líder de un Gobierno surgido de
una mayoría absoluta en las urnas no hace
aún ni tres años y medio, que están siendo, por cierto, toda una vida. El
Popular es el único partido que aparentemente -otra cosa es lo que ocurre en el
subsuelo-mantiene una coherencia y una estabilidad internas, al menos en
comparación con lo que ocurre en otras formaciones.
Es eso mismo, que Rajoy tiene más responsabilidad en lo que
pasa y en lo que deja de pasar que otros líderes, lo que me inquieta. Tiene
sentido común, flema británica, serenidad para conducir el autobús de la
nación. Lo que ocurre es que las circunstancias a veces hacen preciso un
conductor de fórmula 1, y eso es, desde luego, lo que Rajoy no es: tiende a
mantenerse por debajo de la velocidad máxima permitida, es uno de esos
automovilistas desesperantes que, a base de cumplir de manera escrupulosa y
excesiva todas las normas del Código, a veces pueden llegar a convertirse en un
peligro, porque van demasiado despacio, demasiado por la derecha -no es
metáfora, ojo--, demasiado dispuestos a regañar a otros conductores a los que
juzgan imprudentes, o demasiado alegres en el manejo del volante. Alguien que,
con la que está cayendo y cayéndole, se limita a salir del paso diciendo que
"tendremos que corregir lo que haya que corregir", es persona
aficionada a la generalización y no a meterse en faena. Conducción perezosa,
carente de imaginación.
No es, en suma, un estadista, y me parece que decirlo no es
estar en contra del personaje, sino destacar una obviedad: hay que exigir más a
Rajoy, porque de su acierto dependen nuestro bienestar y la calidad de nuestra
democracia. La función del periodista no es -al menos, no lo era-- turiferaria,
sino crítica, y a mí, la verdad, el lento paseo del solitario coyuntural en
Doñana me sugiere algunas críticas. Claro que Zapatero nos enviaba fotografías
de él mismo corriendo por las dunas del Coto, y puede que aquello fuese peor.
Se me ocurre pensar que acaso haya que encontrar un ritmo reformista adecuado a
las obvias necesidades de cambio en el país. Un país que, como su presidente,
escapa, aquellos que pueden permitírselo, en unos días de breve descanso antes
de la gran batalla.
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