Federico Vázquez | Miércoles 11 de marzo de 2015
Barack Obama declaró a Venezuela como una "amenaza a la
seguridad nacional". No se trata de un exabrupto, sino de un camino de
radicalización que el Congreso norteamericano viene desarrollando desde
comienzos de 2014. Resulta extraño que, en medio de invocaciones a la
"democracia", EEUU aumente la tensión política cuando este año hay elecciones
legislativas en Venezuela, donde la oposición podría demostrar con los votos lo
que dice representar en las calles.
"Hoy el Presidente Obama emitió una nueva orden presidencial
al declarar una emergencia nacional con respecto a la amenaza inusual y extraordinaria
a la seguridad nacional y política exterior de Estados Unidos planteada por la
situación en Venezuela", dice el comunicado oficial que la Casa Blanca emitió
el lunes y que puede leerse en el sitio web presidencial.
"Emergencia nacional", "amenaza inusual y extraordinaria a
la seguridad nacional", los epítetos del gobierno norteamericano contra
Venezuela son la antesala diplomática al corte total de relaciones y, en virtud
de la historia de la principal potencia mundial, de opciones militares.
El listado de países a los que últimamente Estados Unidos le
puso la etiqueta de "estado de emergencia nacional" son territorios en
situación de guerra interna: Ucrania, Libia, Somalía, República Centroafricana.
Hasta el momento, Venezuela es un país con elecciones regulares, donde los
mayores cimbronazos fueron algunas protestas callejeras, cuyo pico de tensión
ocurrió hace más de un año.
Según el portal de la BBC, una fuente del Departamento de
Estado justificó la medida extraordinaria, en función de "proteger al sistema
financiero de Estados Unidos de los flujos financieros de la corrupción pública
en Venezuela". Es decir, que la medida se tomaría ante el peligro de que por la
timba financiera de Wall Street se cuelen dólares de origen ilegal, producto de
maniobras corruptas.
De tan endeble argumento (no hace falta aclarar que se
trataría de un prurito ético imposible de aplicar a empresas y gobiernos de
todo el mundo, por no decir paraísos fiscales, fondos buitres, etcétera), se
desprende que las razones son otras, un poco más serias.
Descubrir el objetivo "final" de una estrategia política es
siempre complejo, máxime cuando se trata de un país que es la primer potencia
del mundo y maneja un rosario de intereses amplísimo. Para nombrar dos hechos
recientes de cambios en su política exterior: la reanudación de relaciones
diplomáticas con Cuba y las negociaciones con Irán, dos ex cucos miembros del
famoso "eje del mal" de la era Bush. Ninguno de estos virajes fue previsto por
los analistas, ninguno respondía a una ley de hierro inexorable.
Volvamos a Venezuela. Incluso desde tribunas progresistas,
desde hace un tiempo se convirtió en un lugar común desmerecer los complots,
intentos de golpes o injerencia norteamericana denunciados por el gobierno de
Nicolás Maduro. Es verdad que esas denuncias se multiplicaron en los últimos
meses, al tiempo que, en algunos casos, las pruebas presentadas al público
asomaban como parciales o especulativas.
Sin embargo, antes que a la palabra del Presidente de
Venezuela, habría que haber prestado atención a otros actores. A fines de abril, después de dos meses y
medio de fuertes protestas callejeras de sectores opositores, así como
manifestaciones chavistas, cuyo saldo total fue de 41 muertos, gobierno y
oposición acordaron una mesa de diálogo. A la hora de materializarse en una
Comisión de la Verdad, con parlamentarios oficialistas y de la oposición, estos
últimos decidieron no participar.
Paradójicamente, mientras los diputados opositores
venezolanos pasaban a la inacción, tomaron la posta algunos congresistas
norteamericanos. A comienzos de mayo, Marco Rubio (senador republicano) y
Robert Menéndez (demócrata) presentaron un primer proyecto de ley para sancionar
a Venezuela y a 200 funcionarios de ese país. Apenas tres semanas después, la
Cámara de Representantes también impulsó un proyecto similar, aunque sin
especificar qué funcionarios estarían alcanzados. Es decir, que mientras en
Venezuela bajaba la intensidad del conflicto y el gobierno buscaba tender
puentes con la oposición, el Congreso norteamericano enviaba señales
inequívocas de hostilidad.
Sin embargo, a mitad del año pasado, todos coincidían en que
la Casa Blanca no quería hacer suyo el ataque del Congreso al gobierno de
Venezuela. Obama se mostraba reacio a empujar una política de sanciones. Las
señales de gobierno a gobierno iban en otra dirección: en febrero Maduro había
anunciado que volvería a nombrar un embajador, algo que la relación bilateral
no tiene desde 2010, cuando todavía vivía y gobernaba Hugo Chávez.
Sin embargo, la óptica de la Casa Blanca comenzó a cambiar.
El 30 de julio, el Departamento de Estado anunció que cancelaba las visas a un
número indeterminado de funcionarios venezolanos, de los que tampoco dio
nombres.
A mediados de diciembre, finalmente el Presidente Obama
terminó poniéndole la firma a la ley que había aprobado el Congreso. El senador
de origen cubano y cruzado anti chavista Marco Rubio declaró su satisfacción,
al tiempo que siguió presionando por un cambio aún más drástico por parte de
Obama: "es sólo un primer paso", dijo.
En esa "Ley para la defensa de los derechos humanos y
la sociedad civil de Venezuela de 2014", están incluidos 15 millones de dólares
en concepto de fondos específicos para ongs opositoras y medios de comunicación
"independientes", así como ayuda a "periodistas y manifestantes".
El último capítulo de la saga es ahora la decisión de Obama
de declarar al Estado venezolano una "amenaza a la seguridad nacional" de
norteamérica, lo que lo deja libre a dictar sanciones económicas y políticas,
así como administrar recursos para enviar a quienes "defienden la democracia",
entre otras formas de injerencia.
.
Así como el comienzo del hostigamiento del Congreso de EEUU
se dio días después de que se había convocado una Comisión de la Verdad entre
la oposición y el gobierno, esta última decisión de Obama se da días después de
que Maduro reciba a la Unasur en Caracas, en donde el organismo regional instó
al diálogo entre las partes, así como mantener el orden democrático y respetar
a las autoridades elegidas por el pueblo.
Más allá de lo que se opine del gobierno de Maduro, la
secuencia de hechos del 2014 y 2015 muestra que el ala más radicalizada del
Partido Republicano parece haber ganado la pulseada al presidente Obama,
siguiendo una lógica de tensar la cuerda cada vez que la crisis política
interna de Venezuela parecía apaciguarse.
El aumento de la tensión diplomática y una profundización de
las sanciones contra Venezuela tampoco termina de comprenderse en un contexto
donde el país caribeño entrará dentro de pocos meses en campaña electoral para
las elecciones parlamentarias de fin de año. Todos los días, los medios de
comunicación opositores resaltan la escasa aprobación que tiene Maduro y cómo
las encuestas reflejan el supuesto hartazgo de la mayoría de la población
frente a la crisis económica. Extraño que la estrategia, dado ese escenario, no
sea esperar a que una avalancha de votos opositores termine de una vez con el
chavismo, en vez de empujar al "régimen" a una nueva radicalización.
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