Ricardo Lafferriere | Martes 10 de marzo de 2015
Hace un par de años, en ocasión de la presentación del
excelente libro de Oscar Muiño sobre la Coordinadora radical, un destacado
periodista argentino señaló con acierto, frente a la presencia de varios de los
integrantes de la antigua agrupación partidaria, la dura -pero saludable-
condición efímera de la representación política.
Ante él nos encontrábamos, como simples ciudadanos
convertidos ya en observadores virtualmente intrascendentes, dirigentes que
algunos años antes ocupábamos el escenario mayor de la política argentina.
Aportamos el recuerdo para enriquecer la historia, tal vez importante para no
dejar a las nuevas generaciones la impronta mendaz reescrita por el
kirchnerismo, pero no mucho más.
Es que la historia sigue adelante y no regresa. El sueño del
eterno retorno ha obsesionado siempre a quienes detentan el poder, cuyos
ornamentos exteriores provocan a quien lo ocupa la sensación de eternidad. Es,
sin embargo, tan fugaz como la propia vida. Le pasó a Perón, al propio
Alfonsín, a Menem y luego a "él" y "ella".
Muy pocos ejemplos, excepcionalmente lúcidos, mostraron en
el devenir universal condiciones para adaptar sus mensajes al cambio de las
circunstancias. Tal vez Talleyrand, Churchill, De Gaulle, y entre nosotros
Roca. Seres excepcionales que supieron interpretar el cambio y mantenerse
actualizados en su visión y renovados en sus propuestas.
No es lo común. En la mayoría de los casos, aferrados a
banderas simplistas convertidas en dogmas, dirigentes y agrupaciones han
sucumbido a la esclerosis de congelar recetas de vigencia temporal
circunstancialmente exitosas, sin capacidad para extraer lo trascendente liberándolas del peso
coyuntural de las "estrategias", las que convierten en frustrantes sinónimos de
sus identidades.
Este fenómeno se ha acentuado en los últimos tiempos por dos
factores: la aceleración de la historia y la personalización extrema de la
representación política.
La aceleración de la historia ha adquirido un ritmo
vertiginoso. Está montada en una progresiva acumulación de conocimientos
científicos y técnicos que impregna todos los campos: el económico, por
supuesto, pero también el de la convivencia, el educativo, el de la salud y la
medicina, el de nuevas formas de trabajo y producción, de distribución de
ingreso, de seguridad, de lucha contra
el delito, de competencias estatales diseminadas en abanico desde lo
sub-estatal hasta lo supraestatal, internacional y global.
La consecuencia directa es el cambio acelerado de agenda
pública. Los problemas que se presentan son diferentes, en algunos casos sin
conexión alguna con los que alguna vez motivaron las convocatorias de partidos
e ideologías. Lo que viene está relacionado con el cambio universal de
paradigma social, que incluye aspectos pocos relacionados con las políticas
públicas tal como se las ha entendido en las últimas décadas.
Por nuestros pagos ha retrocedido, lamentablemente, la
mirada prospectiva. El debate se ha concentrado en temas tan cercanos y
coyunturales que impiden levantar la mirada siquiera al próximo lustro y el
"mainstream" de la reflexión argentina empuja sistemáticamente hacia sus
márgenes a los lúcidos compatriotas que nos acercan con sus miradas al
escenario universal. No es, sin embargo, la realidad del mundo, ni la de los
ciudadanos corrientes.
Está cambiando la producción, tecnificándose cada vez más de
la mano de la robótica, lo que anuncia el fin del trabajo. Esto trae a escena
la urgente reflexión sobre formas de ingreso no atadas al trabajo estable,
paradigma del mundo que se muere. Avanzan sugerencias más relacionadas con un
ingreso universal que garantice el piso básico de subsistencia para todos,
dejando la posibilidad del mejoramiento adicional en la responsabilidad de cada
uno, basado en la capacitación, la iniciativa y el propio esfuerzo.
Se agrega tecnología a la industria, al agro y a los
servicios. Se incrementa el campo de los bienes gratuitos o semi-gratuitos de
alcance universal, y cobran importancia reclamos de preservación ambiental y
seguridad cotidiana. La búsqueda de la vida saludable se generaliza, al igual
que imaginar alternativas de realización a la tercera edad.
La educación se extiende a toda la vida activa. El 80 % de
las especialidades que tendrán vigencia en tres lustros -cuando los niños
actuales lleguen a su edad de ingreso laboral- aún no se conocen. La
incorporación del "big data" a la gestión pública y a la economía, la creciente
tecnificación de los diferentes campos de la vida -acceso gratuito y
generalizado a la información global y a entretenimientos, búsqueda de pareja,
formas alternativas de familia, comunicaciones convertidas definitivamente en
comodities, etc- se agregarán a las personas cada vez más en forma de vínculo
continuo, a través de sus celulares inteligentes, de artefactos incluidos en su
ropa e incluso de micro-chips implantados en el cuerpo con fines médicos o de
seguridad. La inteligencia artificial se
agrega a infinidad de artefactos que nos rodean sin que lo notemos,
configurando la "Internet de las cosas". No es ficción: ya es realidad en
varias sociedades, algunas de ellas con menor standard económico que la
nuestra.
Esto es una muestra pequeñísima de la agenda de los próximos
años para la mayoría de los ciudadanos. Cambio acelerado que conspira contra
cualquier sueño de "retorno", mucho más si éste está asentado en consignas
diseñadas para la sociedad de hace medio siglo, en toscas convocatorias a
luchas que sólo viven en los libros de historia del siglo pasado o en
enfermizas cosmovisiones que no atravesarían ninguna prueba de verificación o
debate honesto.
El otro obstáculo es la personalización de la política. La
disgregación de los partidos no es gratuita. La personalización extrema es un
golpe al corazón de estas formaciones gregarias que tanto hicieron para darle
razonabilidad al escenario público. La concentración generada por el "liderazgo
personal", que atraviesa todo el arco "ideológico", hace lábiles los liderazgos
y les reduce su solidez conceptual y su proyección temporal, salvo capacidades
excepcionales como las que mencionamos en forma de ejemplo al comienzo.
La desaparición de instancias colectivas de reflexión y de
formas auténticas de participación plural corta la representación política
horizontalmente, separándola de la densidad de la vida social. Los planetas
pueden alinearse y con el sabio consejo de consultores y encuestas se pueden
ganar elecciones. Pero el romance termina durando poco. La patética decadencia
del "relato K" -como hace un tiempo, del "modelo" menemista- son muestras
irrebatibles. El "límite de la voluntad", señalado lúcidamente por Marcos
Novaro, Alejandro Bombechi y Nicolás Cherny en su anunciado libro "Los límites
de la voluntad: los gobiernos de Duhalde, Néstor y Cristina Kirchner" es
marcado por la realidad a quien intente forzar su marcos más allá de lo
tolerado por los ciudadanos.
Un candidato puede generar un liderazgo de coyuntura, pero
la absorción de los problemas cotidianos en su gestión congelará su percepción
y convicciones en el estado en que se encontraban antes de su llegada al poder
-si estaba medianamente actualizado- o durante su formación intelectual -si es
poco inquieto con la lectura o poco observador de los problemas globales-. La
falta de partidos debilita la representación consciente reduciéndola a los
rudimentos de la adhesión meramente emotiva. Los nuevos tiempos buscarán
liderazgos actualizados.
A partir de estas realidades, ¿qué importancia puede merecer
soñar con el "retorno"? ¿Qué seriedad puede conllevar el intento de dejar la
administración sembrada de adherentes de hoy, o la propia justicia colonizada,
o la prensa con medios subsistentes sólo por el financiamiento público? Sólo
puede dañar la propia marcha de la coyuntura, agregando inútilmente
conflictividad.
Es que la historia sigue y en cuatro años nada será igual,
ni en el país ni en el mundo. La señora haría bien en recordar, con algún
pequeño cambio de matiz, el apotegma de Serrat que cantamos en nuestra juventud
para referirnos a aquello que no gusta pero es inmodificable por la propia
voluntad, llevando a dilapidar esfuerzo y salud en rumbos sin destino. Y que
sigue teniendo la vigencia de siempre: "nunca es triste la verdad. Lo que no
tiene, es remedio".
Asumir la fugaz duración del poder. Y resignarse.
Ricardo Lafferriere
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