Ricardo Lafferriere | Lunes 02 de marzo de 2015
Los movimientos profundos que se están produciendo en el
escenario estratégico mundial y específicamente en su "zona caliente" de
Oriente Medio están colocando en escena nuevos espacios de conflicto, algunos
de singular dureza.
Semanas atrás, analizábamos la decisión tomada por Estados
Unidos hace ya una década de independizarse de la provisión de petróleo de
Oriente Medio, a fin de poder focalizar su desplazamiento de sistemas de
defensa hacia su mayor preocupación global, que es el área del Este-Pacífico.
No puede asegurar ambas zonas y debe elegir la que más le interesa.
Esta decisión requería un paulatino abandono de sus
seculares compromisos en una región atravesada por una serie de conflictos
locales, algunos religiosos, otros de sistemas políticos, otros sencillamente
de influencias étnicas o regionales, en la que había gestado alianzas de
diverso tipo con poderes locales, como todos los participantes en lo que,
alguna vez, se llamó "El gran juego".
La importancia de Irán en este nuevo escenario se transformó
en central. País de mediano desarrollo, con germen de tecnología nuclear en proceso
de avance, había sido hasta la revolución de los Ayatollah un firme aliado
norteamericano, alejado abruptamente luego del derrocamiento del Sha Reza
Pahlevi y la "crisis de los rehenes". A partir de ese momento, la ruptura de
relaciones fue profundizada por la ampliación de la retórica antinorteamericana
del régimen teocrático, así como por el impulso al terrorismo internacional por
parte de Irán a través de Hezbollah y su brazo armado, dedicado a realizar
atentados en diversos lugares del mundo contra objetivos norteamericanos e
israelitas.
Israel era otro gran aliado de Estados Unidos en la región,
junto a Arabia Saudita. Uno y otro, con sus profundas diferencias religiosas,
sin embargo comparten la prevención anti-iraní. El primero, porque el objetivo
expresado durante todas las administraciones teocráticas ha sido "aniquilar" al
estado israelí, y el segundo porque como cabeza del Islam sunita, el reino
saudí era considerado como el rival natural -o el enemigo, según quien hablara-
de Irán, heredero de la tradición rebelde de la "Shia" y líder del Islam
shiíta.
Israel y Arabia Saudita tienen sus propios sistemas de
defensa, pero diferentes situaciones. Los sauditas tienen su fuerza militar,
abastecida centralmente por Estados Unidos, pero también sus actores "sobre el
terreno". Al fin y al cabo, la lucha religiosa no es sólo una lucha por la
superestructura del poder, sino por las conciencias y las lealtades, que
pertenecen al fuero personal. Las deformaciones "Jidahistas" del sunismo (Al
Qaeda y sus ramas, Al Nusra, Boko Haram, y el propio Estado Islámico) en última
instancia, surgieron y fueron fogoneadas hasta hace muy poco tiempo por la
propia Casa de Saud.
Pero Israel no ha tenido otra chance que depender de su
propia fuerza y de su alianza estratégica con Estados Unidos, frente al mismo
"enemigo", aunque por diferentes causas: Irán.
De ahí que el giro estratégico norteamericano de avanzar en
el acuerdo con Irán esté golpeando tan fuerte en la política israelí y en su
relación con USA.
Días atrás, un periódico kuwaití informó que Obama había
llegado a amenazar con derribar aviones israelíes si éstos intentaban un ataque
contra Irán. Ello habría ocurrido luego de enterarse que, después de cuatro
días de deliberaciones, Netanyahu había resuelto realizar esa incursión y ya se
habían realizado vuelos de prueba sobre el territorio iraní. Esa amenaza, en
caso de haber existido -hasta el momento, la información no fue desmentida-
hablaría de la dimensión del abismo que se está creando entre antiguos aliados.
En estos momentos Netanyahu, en plena campaña electoral
israelí, ha aceptado la invitación de hablar ante el Congreso de los Estados
Unidos, en manos republicanas. Además de la novedad que significa ver una
posición partisana en la principal potencia mundial en un tema de política
exterior, es también notable observar que el líder israelí otorga tal
importancia a su cruzada contra el acuerdo USA-iraní que ha desechado las
fuertes insinuaciones de su colega norteamericano y del Secretario de Estado en
el sentido de no interferir en su política interna, rompiendo definitivamente
una relación personal que venía fuertemente deteriorada.
Así está el mundo. Pero... ¿tiene esto alguna relación con
nuestros problemas domésticos, como parece darlo a entender el análisis
presidencial argentino?
Más bien parece una sobreactuación exculpatoria. Las
escuchas conocidas el fin de semana -que confirman las publicadas
inmediatamente a la muerte de Nisman- indican que el cambio de escenario global
ha sido un elemento tenido en cuenta al decidir el cambio de estrategia de
Argentina. Lo curioso en este caso es que la nueva ubicación internacional del
país asume la mitad del escenario: lo del acercamiento de Estados Unidos a
Irán. Pero ignora la otra: la persistencia del abismo político entre Estados
Unidos y el viejo amigo K, el populismo venezolano.
Son varios los que han dejado trascender que el verdadero
motivo del cambio, además del escenario estratégico global, fue la gestión de
Chávez en el sentido de transferir a Irán tecnología nuclear para el
enriquecimiento de uranio. En la autosuficiencia de querer surfear olas que le
quedan grande, la señora habría entendido que el enfrentamiento con Irán
-sobreactuación originada en Néstor, para mantener un puente de plata con Estados
Unidos ante la necesidad de discrepar en otros temas- ya no era ni necesario ni
útil, mientras que la reformulación de la relación con Irán no sólo contentaba
a un amigo -Chávez- sino que abría puertas a futuros negocios "de Estado a
Estado" donde, comisiones de por medio, se generan las mejores chances
patrimonialistas de los amigos del grupo gobernante, sin crear conflictos
mayores con Estados Unidos, que ya estaba negociando por su parte.
Claro que los temas son diferentes -y ahí, tal vez, está el error
de diagnóstico-. Una cosa es reformular un escenario estratégico por el interés
nacional discutido durante años en "Think Tanks" bipartidarios -lo que hizo
Estados Unidos desde hace aproximadamente diez años- y otro es encubrir a los
terroristas que asesinaron 85 -u 86...- argentinos, perseguidos por la justicia
luego de años de investigaciones que, en forma uniforme y hasta hace apenas un
año en forma indiscutible, indicaban no sólo al régimen sino a personas con
nombre y apellido como los autores del atentado. Sería muy difícil imaginar a
Obama acordando con los talibanes por ejemplo, un "memorando de entendimiento"
y la creación de una "comisión de la verdad" para discutir con Osama
bin Laden quien planificó a los autores del atentado a las torres gemelas. Para
ellos el mensaje fue claro: o entregan a los asesinos, o pasará...lo que pasó.
En síntesis: el Nisman que desorienta a la señora, que no
sabe con cuál quedarse, en realidad responde a la señora que desorientaba a
Nisman.
Éste desacreditó a Pepe Eliaschev -cuando Cristina aún era
"una"- porque dio la noticia de la reunión argentino-iraní en la que se
formalizó el acuerdo que abría camino a la amnistía encubierta. Le parecía tan
inverosímil que no podía creerlo. Sin embargo, no tuvo problemas en pedirle
disculpas al recordado periodista cuando supo la verdad: que Cristina, en lugar
de buscar la justicia para sus compatriotas asesinados, decidió convertirlos en
un dato más de una ecuación de poder y riqueza personal, alejada, para más, de
los intereses del país que preside. Había pasado a ser "otra".
Él decidió no cambiar. Le costó la vida.
Ricardo Lafferriere
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