Fernando Jáuregui | Viernes 27 de febrero de 2015
Dice Alberto Garzón, el nuevo líder de Izquierda Unida, que
Podemos carece aún de la experiencia y los cuadros suficientes. Tiene razón el
joven diputado andaluz: el PCE, que integra la sustancia de IU, ha sufrido años
de clandestinidad y de penurias para mantener una infraestructura desde sus
iniciales posiciones clandestinas. Y casi lo mismo cabría decir del PSOE, que
hubo de reconstruirse y rejuvenecerse al escindirse en 1974 entre el exilio de
Llopis y la 'renovación' del clan sevillano dirigido por Felipe González. De lo
que ocurrió con UCD, creada en apenas dos meses desde el poder y disuelta como
un azucarillo cinco años después, ya ni hablamos. Y recuerdo que alguna vez
Manuel Fraga me habló de sus angustias para mantener una estructura partidaria
en la Alianza Popular que dio paso al Partido Popular. Y es que me parece que
hemos perdido una perspectiva esencial: una cosa es que desde las tertulias
televisivas se generen estrellas de la política. Y otra, muy distinta, que los
partidos que esas jóvenes promesas generen nazcan ya consolidados y con
candidatos de prestigio para, por poner un ejemplo, ocupar las alcaldías de
Socuéllamos, o Torrelavega, o Punta Umbría, o...Y en esas estamos en estos
momentos: en la necesidad de consolidar los edificios que se han comenzado por
el tejado del líder, pero sin paredes militantes.
Regreso, así, de un viaje relámpago a Coruña, donde pude
mantener un encuentro informativo de alto interés con un grupo de miembros de
Ciudadanos, desesperados sus integrantes por las luchas internas desatadas, en
busca de poder, por otro grupo recientemente afiliado al partido, tan
emergente, de Albert Rivera. Y me da la impresión de que lo que ocurre en
Ciudadanos, tan mimado por las expectativas de las encuestas, es más o menos lo
que adivinamos al bucear en las tripas de Podemos, Ganemos, la Marea o todos
esos colectivos que surgen al calor del desencanto ciudadano con los grandes
partidos tradicionales: una cosa es el atractivo de Pablo Iglesias, o de
Rivera, o de Ada Colau, y otra, muy distinta, que sus organizaciones tengan
eso, una organización verdaderamente digna de tal nombre.
Elecciones primarias internas, aluvión de gentes que se
afilian llenas de buena voluntad unas, buscando un escaño o una alcaldía fácil
otras, nos hablan de centenares de personas que llegan de refresco a la
política, provocando una renovación necesaria, sí, pero tal vez excesivamente
precipitada y poco selectiva: una empresa, un periódico, un club de fútbol,
cualquier iniciativa, necesita de años de maduración, y es impensable un
triunfo súbito e inmediato a raíz de la mera constitución de tales
emprendimientos. Hacen falta, como advertía Garzón a Podemos -con el que no
tendrá otro remedio que acabar confluyendo, sin embargo-, cuadros, gente que
sepa de organización política, de coordinación de personas, de elaboración de
programas, de trato con los medios de comunicación y hasta de alquiler de
sedes. Y de esto no hay ni en Ciudadanos, con sede en Barcelona, ni en Podemos,
con sede en Madrid, ni en Ganemos, con el epicentro también en la Ciudad
Condal, ni en La Marea, que radica en Santiago, ni en ninguno de los restantes
emergentes, que, si analizamos las cosas con calma, están provocando un
saludable revuelo, pero también una enfermiza confusión, en el suelo de la
política nacional.
Y ni Rivera en sus giras triunfales por toda España -ahora,
sobre todo, por razones obvias, por Andalucía-, ni Pablo Iglesias, que tiene
que atender al frente del Europarlamento al tiempo que a la construcción
interna de su formación, tienen, creo, ni tiempo ni ganas de saber de esas
cosas que ocurren a ras de suelo. Ni los periodistas solemos tampoco estar
atentos a estos 'detalles' que ocurren en la base y que, sin embargo, van a
influir muy mucho en la calidad de las personas políticas en el futuro
inmediato. Y ya digo: algunas de las cosas que me contaron los de Ciudadanos en
Coruña ponen los pelos de punta, y me parece que asuntos similares estallan,
desde la oscuridad y el silencio, en otros muchos puntos de España. Puede que
solamente nos demos cuenta cabal de los resultados cuando conozcamos algunas
listas ganadoras de poder local o autonómico tras las urnas de mayo. O cuando
comprobemos que no es lo mismo lo que el ciudadano proclama al ser preguntado
en los sondeos que lo que hace al enfrentarse en solitario, y tras unas
campañas electorales que se adivinan algo alteradas, a la urna.
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