Ricardo Lafferriere | Miércoles 18 de febrero de 2015
Quienes, con algunos años, recordamos nuestros primeros
pasos en la escuela pública argentina, tenemos algunas imágenes grabadas en el
inconsciente.
Una de ellas es el retrato serio de San Martín en su vejez.
Otra, el rostro adusto de Sarmiento, ejerciendo la presidencia. Pero la que
seguramente revivió en estas horas en la memoria ancestral de millones de
argentinos, es el grabado del 25 de mayo de 1810, donde la histórica plaza se
llenó de patriotas con paraguas escuchando la noticia de la jura de la Primera
Junta de Gobierno Patrio.
Demasiadas emociones.
Cantar el himno en colectivo y a capella, sintiendo el
significado de cada una de sus frases.
Y, ante el atroz acontecimiento que motivó la convocatoria,
terminar la canción patria con la frase en ritmo marcial que nos compromete
desde niños: "Coronados de gloria vivamos, o juremos con gloria morir".
Seguramente Alberto Nisman no se sentía un héroe al momento
de su muerte. Mucho menos un prócer.
Sin embargo, si alguien ha cumplido el juramento que tantas
veces debe haber entonado desde su niñez, es este compatriota. Que, cumpliendo
su deber, murió con gloria.
Alberto Nisman ha entrado al martirologio nacional.
Seguramente en este año no habrá plazas ni calles con su
nombre. Pero -estoy seguro- apenas recuperemos la dignidad de nuestro respeto
colectivo, su nombre, su rostro y su estatua serán un recordatorio constante de
lo que significa "afianzar la justicia", dejando si es necesario, la vida en el
cumplimiento de su deber.
Como Fiscal, sí. Pero principalmente, como ciudadano cabal
del país de los argentinos.
Ricardo Lafferriere
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