Enrique Szewach | Lunes 16 de febrero de 2015
Una semana particular en la economía global.
Los griegos en medio de un dilema "argentino". Y la
Argentina eludiendo el dilema "venezolano".
Veamos.
Venezuela ya está transitando el principio del fin de su
ciclo populista.
La fuerte caída del precio del petróleo le pone fecha de
vencimiento a una experiencia que combina el más rancio populismo económico,
con el realismo mágico caribeño.
Simultáneamente, Grecia inicia su propio camino de populismo
mediterráneo, tratando de aliviar su situación de insolvencia fiscal,
negociando una reprogramación de los vencimientos de su deuda pública,y una
menor severidad en los pedidos de reforma y austeridad de parte de sus
acreedores, y tratando de mantenerse en el Euro, para salvar a su sistema
financiero y no sacrificar, ante los dioses del Olimpo, el brutal ajuste ya
hecho.
En otras palabras, mientras Venezuela anticipa a la
Argentina de fines del 2015 o del 2016, Grecia trata de evitar ser la Argentina
del 2001/2002, para lograr ser la Argentina del 2003/2004.
Me explico un poco más.
Venezuela pudo sostener su absurdo sistema económico, en el
marco de un poder político centralizado y popular, frente a una oposición
fragmentada y sin ideas, en la medida que su declinación económica, pudo ser
disimulada por precios del petróleo extraordinariamente elevados.
Cuando la combinación precios internacionales del petróleo
declinantes, y caída de la producción y productividad interna, en el marco de
precios relativos absurdos e incentivos y regulaciones perversos, obligaba a
reformular toda la política económica, reconociendo los nuevos precios
internos, compatibles con la nueva realidad local y global, el gobierno de
Venezuela decidió sostener su relato mágico, reemplazando, cada vez más,
política económica por policía y controles. Pero todo tiene un límite, y ahora,
inexorablemente,, tiene que admitir su fracaso y sustituir el relato por la
realidad.
Grecia, por su parte, se vio forzada a un brutal ajuste de
su economía, pero, en medio de su "propia convertibilidad", dependía de la
devaluación del Euro.
Ahora que la devaluación del Euro se produjo, y tiene los
precios relativos más alineados, necesita aliviar su carga fiscal, cuya parte
más fuerte es el peso de la deuda.
Si logra negociar una extensión de plazos de pago, aunque
sin quitas, estará en la misma situación que los K. cuando asumieron, con el
ajuste hecho, la moneda devaluada, y sin pagos de deuda en el corto plazo.
Sin embargo, este escenario, de un "populismo exitoso",
conspira contra el establishment político europeo mediterráneo, amenazado,
electoralmente, por los partidos del extremo.
Y también contra la posición de la Europa nórdica,
incluyendo, por supuesto, a Alemania, principal garante y financiador. Los
acreedores les tienen que probar a sus votantes, que no usan la plata de "sus
carpinteros y plomeros" para ayudar a pagar la fiesta de los deudores
irresponsables.
Si, por otra parte, Grecia rompe con Europa y sale del Euro,
necesitará de un supercorralito, para salvar a sus bancos, en medio de una
crisis inflacionaria y devaluatoria de su "nueva moneda".
Es decir, será más parecida a la Argentina del 2001/2002.
Encontrar algún punto de encuentro entre los objetivos de los políticos griegos
y los del resto de Europa, no será fácil. Sobre todo, porque el resto de Europa
se supone libre de "contagio". La amenaza griega de recurrir a la plata de
Putin o de China o, incluso, de Estados Unidos, suena hoy, geopolíticamente,
poco creíble.
¿Y por casa?.
Por casa también hace falta dar por terminado el relato, y
reemplazar la policía, los controles, el voluntarismo, y las planillas de
cálculo, por una política económica que enfrente un fenomenal desequilibrio
fiscal, un alarmante desorden monetario, y normalice un conjunto de precios
relativos cuya distorsión actual, dada la situación global, impide la inversión,
el aumento del empleo privado y el crecimiento.
Como en el viejo chiste, ya no estamos discutiendo si el
relato se termina. Sólo nos debemos un debate serio, sobre cuándo, y cual será
la mejor forma de terminarlo.
Y las conclusiones de ese debate, por ahora postergado por
los dramáticos eventos institucionales, que vivimos estos días, y por consejo
del marketing político, definirán la forma en que finalizará la experiencia
populista local. La forma en que irán cayendo las máscaras de la mentira.
Seguramente, de una manera menos caribeña y más tanguera.
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