Fernando Jáuregui | Viernes 13 de febrero de 2015
Conste que ninguna simpatía especial siento hacia ese
fenómeno de la naturaleza que es el llamado 'pequeño Nicolás'. Ni siquiera esa
simpatía colectiva hacia el delincuente más o menos insignificante, que, como
el Dioni o, antes, El Lute, constituyen una especie de reencarnación de Luis
Candelas. Y conste que ninguna animadversión especial me inclina contra Jordi
Pujol y su familia, más allá de la lógica indignación hacia quien abusa de su
cargo para tomarnos el pelo a todos. Pero convendrá usted conmigo en que el
hecho de que todos los Pujol sigan libres y sin ser policialmente molestados
casa mal con esa detención, con nocturnidad y alevosía, del jovencísimo Nicolás
Gómez Iglesias por irse supuestamente sin pagar una cuenta en un restaurante en
el centro de Madrid. Por lo visto, en una cena de amigos se dejaron a deber
quinientos euros.
O todos cargan con los rigores, quizá excesivos, de la
prisión preventiva, o ninguno. Esto me recuerda al trato de pena infamante que
reciben algunos presuntos delincuentes que, por cierto, luego son puestos en
libertad sin fianza en este país donde las imputaciones vuelan como bandadas de
palomas, algunas de ellas impuestas, por cierto, en las proximidades de algunas
de las muchas elecciones que van a jalonar nuestro año político, ¿verdad señora
Alaya? Mientras que otros pasean impunemente sus nombres por listasfalcianis o
lo que fuere, seguros de que lo suyo podrá arreglarse: será por dinero...(o
porque, mire usted por dónde, la cosa prescribe).
Ya sé, ya sé, que a algunos se les pueden imponer, desde
Hacienda o desde donde fuere, sanciones ejemplares, mientras que otras
conductas de mal ejemplo salen de rositas. También comprendo que los desafíos
al estado de cosas, y más lanzados por un casi chiquillo insensato, no se
pueden permitir, ni por el 'stablishment' ni, como decía la canción de Serrat
sobre los piratas, por la censura. Circunstancias cambian casos, lo que va
mucho más allá de los propósitos que animan a la ley. Puede que todos seamos
iguales ante esta ley, pero unos son más iguales que otros. Y al 'pequeño
Nicolás', por ejemplo, le ha tocado, al menos durante unas incómodas horas,
pagar el pato. Y la comida.
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