Fernando Jáuregui | Lunes 09 de febrero de 2015
Pensará usted, acaso, que lo que va a leer a continuación
raya en la frivolidad del papel couché. Tengo que defenderme: en política, las
formas son tan importantes, al menos, como los fondos. Y, por ejemplo, la
polémica sobre las corbatas, que no es de ahora, ha impregnado esta semana a
los más serios rotativos europeos e implicado a los más sesudos comentaristas de
las 'viejas damas grises' en Gran Bretaña, Francia o Alemania, donde aún
resuenan los ecos de las polémicas levantadas, por ejemplo, por el peculiar
sincorbatismo del ministro griego de Finanzas, Varoufakis. Mientras, en España
se hablaba de la estirada compostura de Pedro Sánchez a la hora de acudir a La
Moncloa, compitiendo en tonos serios y formales con el clasicismo, si se quiere
algo rancio, de Mariano Rajoy, para firmar el pacto antiterrorista. Hay
banqueros/as que hacen cuestión esencial de mantener o no las corbatas y los 'foulards' con el color
corporativo instaurado por sus mayores. Y la eurosocialista Elena Valenciano
criticaba las 'diecinueve corbatas' -o sea, todos hombres-que, según ella,
controlaban el poder en España. Y ¿quién dice que a veces lo que llevan puesto
los galardonados/as en los premios Goya no suscita a veces más comentarios que
la propia película premiada? No desdeñemos, pues, la estética, que ya advertía
Unamuno que puede ahogarnos.
Pompidou, el injustamente olvidado presidente francés, ya
dijo que la división entre derechas e izquierdas era más que nada una cuestión
de marcas de corbatas. Exageraba, claro. Como lo hacía otro insigne olvidado,
nuestro gran novelista Luis Martín Santos, cuando bromeaba en la cárcel, ante otros
perseguidos del franquismo, diciendo que, si ves a un señor con una camisa
verde, una corbata morada y un pantalón amarillo, es un comunista; si su
corbata entona con su camisa y su chaqueta, todas en colores suaves y
discretos, entonces es un socialista. Y hasta comunistas de entonces, que se
pasarían luego al socialismo, como Enrique Múgica -otro al que no deberíamos
olvidar--, le reían la broma en los paseos por el penal de Burgos.
Yo creo que la actual hegemonía de la derecha, siempre
uniformada de manera convencional, y no hablo, por supuesto, de la cursilería
de-pañuelito-en-el-bolsillo-superior-de-la-chaqueta de un Bárcenas, viene en
parte -ojo, digo en parte: no se me acuse luego de instalarme en la 'boutade'-
de que, en cambio, en la izquierda proliferan los estilos variopintos. Lo que
desconcierta, claro, al personal. Y el público no sabe muy bien a qué carta
quedarse: si a la de la camisa blanca del secretario general del PSOE en los
mítines o a la del traje oscuro con aspecto almidonado de Pedro Sánchez para ir
a La Moncloa; si a la inenarrable (mente fea, con perdón) estética de
Varoukafis o al atildamiento del 'franco-catalán' primer ministro galo Manuel
Valls, un clásico en sus vestimentas, como su propio teórico jefe Hollande.
Todos ellos juntos, pero para nada revueltos, en la teoría del socialismo.
Y puede que el éxito de Podemos se deba en parte -insisto:
en parte- a sus propuestas formales, tan inéditas, tan rupturistas. ¿Qué
pasaría si el actual Pablo Iglesias, tras una hipotética victoria electoral en
España -oh, Diossss--, se plantase con su coleta en un Consejo Europeo junto al
traje de chaqueta de Merkel? Claro que por allí -por Bruselas, digo, que por
España ni se ha planteado venir, ni, incomprensiblemente, nadie le ha llamado,
por lo visto-- irá el primer ministro heleno Tsipras, y todo parece indicar que
concurrirá sin la corbata que le ha regalado su homólogo italiano, Renzi. O
¿qué ocurriría si alguien de apellido tan (in)apropiado como Monedero, con sus
chalecos de contable -ahí va, lo que he dicho--, apareciese, ya investido de
ministro de Economía del Reino de España -vaya, otra barbaridad que se me
escapa--, por el Eurogrupo? Pues eso: que puede que estemos yendo demasiado
aprisa en cuanto a revoluciones estéticas. O puede que las revoluciones que se
nos proponen se limiten apenas a la cosmética, quién podría decirlo a estas
alturas en la que todo es pelea en la superficie -verdad, Tania Sánchez-y nadie
se preocupa de bucear a ver qué hay en realidad en las honduras. Así que
repito: ya ve usted que la forma compite en relieve con el fondo. Al no existir
claridad en el fondo, hala, todos pendientes de las corbatas.
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