Lilia Puig de Stubrin | Jueves 22 de enero de 2015
Lo que no queríamos aceptar pasó otra vez: en un gobierno
que cree en los liderazgos y descree de las instituciones se produce una muerte
de motivos inaceptables. El problema principal para poder salir de esta
recurrencia de la historia argentina es a atender a la mentalidad que sustenta
las acciones gubernamentales. Quienes solo obedecen al jefe, consideran que el
derecho es un instrumento al servicio del grupo que gobierna y que el estado es
una organización para que ellos disciplinen a la sociedad en el sentido de los
intereses públicos y privados que defienden.
Ese sistema de creencias tiene consecuencias graves en
relación con las capacidades del estado. Y mucho peores cuando se trata de los
organismos de seguridad o los servicios inteligencia. La organización estatal
en una democracia tiene por finalidad principal asegurar la vida, la libertad y
los derechos de los ciudadanos, además de ser el instrumento para el
cumplimiento de las decisiones del gobierno. Es un organismo al servicio del
cumplimiento del derecho instituido por los representantes del pueblo, sujeto a
la ley y con la finalidad de hacerla cumplir.
Cuando el estado es subordinado a los intereses de un
gobierno deja la imparcialidad de la ley y, en consecuencia, el grupo que
gobierna necesita reemplazar al personal de carrera por aquellos que responden
al gobierno. El gobierno actual ha hecho de esta situación una práctica
corriente. Lo más visible fue el INDEC pero, pasó en todos los ministerios y
organismos. Cuando ocurre en el ámbito de la industria o la obra pública habrá
empresarios beneficiados y otros perseguidos por el aparato coactivo que
sostiene a la recaudación de impuestos. Perciben este problema sólo quienes
comparten esos intereses productivos, financieros o de mercados. Pero, cuando
el copamiento del estado se da en las áreas de la seguridad, la arbitrariedad
del gobernante afecta la vida y la libertad de todos. Sobretodo cuando cumplir
con lo que la ley dice afecta los intereses de quienes dirigen al estado.
La muerte de Nisman parece originarse en las acusaciones que
el fiscal hizo porque debía hacerlas como funcionario público. Es obligatorio
para quienes trabajan en el estado dar cuenta de los delitos de los que se
enteran. Sin importar quienes sean los involucrados. La reacción de los
adherentes a la facción gobernante fue unánime: repudio, aislamiento y
desprotección del funcionario. Luego, vino la muerte. Y con ella, volvió el
miedo en todos nosotros, apoyado en el temor a la autonomización de los
servicios de inteligencia. Tenemos demasiada experiencia en este país de lo que
ocurre cuando las fuerzas de seguridad de distinto tipo son tomadas por grupos
y dejan de responder a la ley. Algunos ejemplos sirven para ilustrar este
punto. Las Tres A, la complicidad policial en los actos del terrorismo
internacional y los vínculos con el narcotráfico. La muerte de Nisman obliga a
los ciudadanos a un mejor y mayor involucramiento político. La presencia
ciudadana ayudará a conformar una dirigencia política más exigente consigo
misma, menos dependiente de los juegos mediáticos y de las mezquindades
electorales. El civismo es lo que nos puede salvar del retorno a la vida con
miedo.
Lilia Puig,
Presidenta de la Convención Nacional de la UCR
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