Humberto Tumini | Miércoles 21 de enero de 2015
Se acaba de producir un tremendo crimen político en nuestro
país. Víctima de ello fue nada menos que un fiscal que se aprestaba a informar
en el parlamento nacional sobre una gravísima denuncia que había realizado días
antes, acusando a la presidenta y su canciller, entre otros dirigentes
oficialistas. Cabía esperar, entonces, frente a este hecho, del gobierno
nacional objetividad y transparencia para aventar, aunque sea en parte, el
denso manto de sospecha que sobre él se ha extendido en la sociedad.
Nada de eso ha ocurrido. Primero lo tuvimos al secretario de
seguridad Sergio Berni declarando, esa misma noche en el domicilio de Nisman,
antes de cualquier peritaje o pronunciamiento de la justicia, que era un
suicidio.
Luego, ayer, la carta de Cristina Kirchner orientada,
notablemente, a explicar que el fiscal se suicidó por obra y gracia de Clarín y
los servicios de inteligencia, locales o extranjeros, vaya uno a saber.
En estos último años de kirchnerismo hemos tenido
oportunidad de escuchar explicaciones mas que llamativas del gobierno, respecto
de situaciones muy complejas a que nos habían llevado con sus medidas y
políticas. Por ejemplo cuando dijeron que los muertos en Once eran tantos,
porque la gente tenía la mala costumbre de viajar en el primer vagón del tren.
Pero francamente, en una cuestión de tanta, tanta gravedad
institucional como la muerte de Nisman, donde la sociedad desconfía por sobre
todo de ellos, que recurran a la manipulación descaradamente desde el principio
y que, peor todavía, sea la propia presidenta la que nos tome por imbéciles a
los argentinos es algo que no tiene nombre. Por decir lo menos.
HUMBERTO TUMINI
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