Ernesto Sanz | Lunes 29 de diciembre de 2014
Cuando el populismo se choca con sus propios errores y no
tiene margen para patear la coyuntura más allá, los países se paralizan, los
gobiernos se debilitan y las sociedades se irritan.
El 2014 de Argentina fue un año dificilísimo, porque el
futuro nos alcanzó y quedó claro que no supimos prepararnos para él.
Iba a llegar un día en que el boom sojero no alcanzaría; iba
a llegar un día en que la inflación se volvería insoportable y las paritarias
insuficientes; iba a llegar un día en que tanto manoseo de la ley anarquizaría
la educación, la calle y la seguridad. Ese día llegó y nos encontró atorados de
coyuntura y encerrados en debates estériles.
Sin dudas, éste fue el año más duro de los últimos diez,
pero también por primera vez en esa década aparece en el horizonte algo
distinto que la monotonía que nos agobia. Por primera vez los argentinos
tomamos conciencia de que el cambio no es una posibilidad sino una obligación y
de que esforzarnos para construirlo es imperativo.
Hay tres hechos concretos que caracterizan este año
político.
En primer lugar, el despertar judicial y la vuelta de
tortilla de la ley, que estuvo durante muchos años condicionada por el poder y
que, después de mucho tiempo, vuelve a ponerse por encima de él.
En segundo término, la crisis, que no se expresó de manera
apocalíptica pero que ha dañado sustancialmente las bases de nuestra economía.
650.000 argentinos perdieron su empleo este año, miles de comercios e
industrias se retrajeron o bajaron sus persianas y decenas de proyectos de inversión
pusieron el pie en el freno.
En tercer lugar, la instalación innegable, dolorosa y oscura
del narcotráfico, que luego de muchos años de avance silencioso mostró su poder
real con barrios tomados, homicidios escalofriantes y la exposición, a la luz del
día, de las debilidades de un Estado que no puede, no sabe y no quiere
enfrentar el problema.
Más de uno diría que con este panorama la esperanza es nula,
la expectativa no existe y la salida no se vislumbra, pero creo que es
justamente al revés.
El populismo está agotado y la sociedad en alerta: están
dadas las condiciones para que Argentina dé vuelta una página, cambie una época
e inicie un camino de equilibrios, transparencia, progreso y previsibilidad.
Siempre a los argentinos los cambios nos costaron dolores y
los avances vinieron después de tormentas. Pero también es una realidad que
somos una sociedad sorprendentemente creativa y curtida en el arte de salir de
pantanos que parecían interminables.
Los argentinos tenemos con qué avanzar y sabemos cómo
hacerlo. La clave está a la vista: necesitamos que la política recupere
equilibrio y que así recupere sensatez. Hacen falta una sociedad convencida y
un gobierno que tenga los pies en la tierra y los ojos en el futuro; al fin y
al cabo, el 2014 fue difícil porque tuvimos un gobierno con los pies en la
estratósfera y los ojos en el pasado.
Pasamos un año duro pero sabemos que podemos salir de acá,
que la esperanza no es un eslogan barato sino una expectativa objetiva que
precisa de un gobierno serio para que el país funcione. Hacerlo es una obsesión
personal para mí y un desafío colectivo. Sé que podemos tener una sociedad con
igualdad de oportunidades, una economía dinámica y moderna y un gobierno
transparente y confiable. Sé que podemos vivir mejor y que depende de nosotros.
Eso es lo apasionante, Argentina depende solo de que los argentinos hagamos las
cosas bien. Llegó la hora de hacerlo.
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