Ricardo Lafferriere | Lunes 29 de diciembre de 2014
El
dictado del decreto poniendo en vigencia la nueva doctrina militar de la
Federación Rusa, dado a conocer el pasado viernes 26 de diciembre actualiza el
escenario internacional con novedades que no marchan en el sentido de la paz,
sino que acercan un paso más situaciones críticas para la seguridad
internacional.
Los
principales cambios radican en el matiz relacionado con la utilización de armas
nucleares y la extensión de los espacios que el país asume como responsable de
protección, aunque profundiza la determinación sobre lo que considera las
principales amenazas militares externas para Rusia: "el aumento del potencial
de fuerza de la OTAN y la desestabilización en algunas regiones del mundo".
Antes
de seguir es bueno destacar que el documento define la acción militar como
dirigida a la defensa. Un análisis de buena fe no puede obviar este dato,
aunque más no sea para atenuar el dramatismo que implica la afirmación
posterior: tales armas serán utilizadas como represalia, cuando fueran atacados
con armas similares el territorio ruso o el de sus aliados, pero también cuando
el ataque con armas convencionales pusiera en riesgo la existencia del estado
ruso.
El
agregado de extender el objetivo de la defensa a "garantizar la seguridad de
los intereses de Rusia en el Ártico" cobra singular dimensión ante uno de los
efectos más concretos del cambio climático, cual es el del creciente deshielo
que abre rutas marítimas durante casi todo el año, además de facilitar las
tareas de explotación petrolera, fuertemente cuestionada por las organizaciones
ambientalistas. Un tema no menor: los "derechos" de los Estados sobre el Ártico
no forman parte de una situación pacíficamente aceptada, por lo que conforman
un escenario de conflictividad permanente para los próximos años.
También
incorpora a la mención de los tradicionales organismos de cooperación
vinculados con Rusia (CEI, la OTSC, la OSCE y la OCS) a los demás países
integrantes del grupo "BRIC", Brasil, India y China. Es la primera vez que en
un documento específicamente militar y de defensa aparece mencionado este
grupo, que acerca el área de interés de Rusia a nuestras propias fronteras.
Justo es mencionar que esta referencia no implica obligaciones militares sino
de relacionamiento estratégico, pero también -desde la óptica opuesta- también
implica que la relación con esos países ha dejado de ser simbólica para pasar a
estar escrita en la doctrina geopolítica de una potencia nuclear.
¿En qué
contexto deben leerse estos cambios?
La
respuesta no es tranquilizadora. La anexión de Crimea se sumó a la ocupación
militar de una parte de Georgia (Abkhazia y Osesia del Sur) y de Moldovia
(Transnitria), los vuelos provocadores de aviones de guerra rusos al borde
mismo del límite de seguridad de la OTAN, -sólo en la semana del 8 al 14 de
diciembre último aviones de guerra de los países bálticos interceptaron en 21
oportunidades vuelos de guerra rusos-, la realización de dos ejercicios de su
Ejército simulando un ataque nuclear sobre Varsovia, el apoyo ruso al
presidente sirio Bassar Al Assad -condenado por las Naciones Unidas por el uso
de gas venenoso contra poblaciones civiles- e incluso declaraciones
groseramente belicistas, como la realizada hace un par de meses por el
legislador Vladimir Zhirinovsky, el encendido líder del Partido Liberal
Democrático de Rusia, amenazando con la "total aniquilación" a los "pequeños
estados fantasmas" europeos si permitían ser usados por la OTAN para su
expansión.
Pero...también
forma parte del contexto la progresiva ampliación de la OTAN hacia las
fronteras rusas, que en caso que avanzara la adhesión de Ucrania sería ya la
tercera, violando los acuerdos realizados en 1992 con Mijail Gorbachov sobre la
no extensión de la OTAN hacia el Este.
Las ampliaciones incluyeron a la República Checa, Hungría y Polonia en
1999, Bulgaria, Estonia, Latvia, Lituania, Romania, Eslovaquia y Eslovenia en
2004, y la discusión sobre la incorporación de Georgia y Ucrania en 2009,
detenidas por la oposición de Francia y Alemania pero siempre en carpeta.
No
puede analizarse la actitud rusa al margen de este avance, como muy
posiblemente comencemos a escuchar los análisis de las usinas de "halcones"
norteamericanos a raíz del documento ruso.
No es
posible olvidar que desde el "lado occidental" los últimos años no han sido el
mejor ejemplo de sujeción a la ley internacional y a la paz. Específicamente
los Estados Unidos invadieron Irak sin motivo ocupando su territorio,
invadieron y ocuparon Afghanistán, desconocieron de hecho el compromiso de no
ampliar la OTAN hacia el Este realizado ante Gorvachov en 1990, fogonearon y
apoyaron la destitución del presidente proruso Yanukovich en Ucrania (quien al
margen de la mayor o menor predilección occidental, fuera votado legítimamente
según las leyes ucranianas) y alentaron la expansión de la Unión Europea hacia
el Este, afectando la sensibilidad rusa especialmente susceptible por razones
de historia: los ataques a su territorio han provenido siempre del flanco
abierto por las grandes planicies hacia el Este. Así ocurrió con la invasión
napoleónica en 1812 y por Hitler en 1941. Como se preguntara un analista
norteamericano ¿cómo reaccionaría los Estados Unidos un eventual acuerdo
militar entre China y sus vecinos Canadá y México que permitiera el
emplazamiento de bases militares? La respuesta la tendríamos con sólo recordar
la crisis de los misiles, en 1962. Como frutilla del postre, tampoco puede
obviarse la pretensión norteamericana de "excepcionalidad", tal vez válida para
su relato nacional, pero claramente inquietante para el resto del mundo ante su
posible utilización como auto-exculpación de intervenciones unilaterales.
A la
historia la hacemos los hombres. Cierto que con los elementos que nos permite
la realidad, pero siempre hay márgenes de autonomía. No existe el determinismo,
aunque sí la (fuerte) presión de la realidad, condicionando las decisiones.
Hoy la
situación internacional está enrarecida por varios elementos que confluyen
generando intranquilidad en varios actores. Los desplazamientos estratégicos de
Estados Unidos e Irán, el "poli-conflicto" del Medio Oriente, el acercamiento
de Rusia a China y a Turquía, la decisión europea de acelerar la provisión de
energía alternativa a los gasoductos rusos mediante la rápida terminación del
"Med-gaz" desde Argelia y la
construcción de nuevas plantas de regasificación, y la ofensiva global de China
hacia África, Asia y América Latina con inversiones, préstamos y obras de
infraestructura.
Rusia,
en especial, siente en forma directa la abrupta caída del precio del petróleo
que se redujo virtualmente a la mitad en un semestre. Puede sostener
circunstancialmente esa caída, en tanto no se prolongue, debido a sus reservas
externas (que cayeron de casi 500.000 millones de dólares a menos de 400.000
millones, derrumbando el valor del rublo). Pero esa prolongación está vinculada
íntimamente a la evolución de la situación en el Medio Oriente, ya que en
realidad su origen más claro radica en la decisión de Arabia Saudita de no
reducir su producción.
La
decisión saudí tiene dos causas: una expresada -que es no renunciar a su cuota
de mercado ante la aparición de los nuevos productores de shale en EEUU-, pero
otra real, que es un ataque económico a Irán, tratando de desfinanciar el apoyo
que el estado persa otorga a la Jihad a través de Hezbolla en el Líbano y al
gobierno shiíta-alawita de Al Assad en Siria.
El
desarrollo de la economía global va a contramano del cierre de las economías de
los países. La vuelta a la guerra fría es antihistórica, y la sugerencia de
varios pensadores norteamericanos de reproducir ante Rusia la estrategia de
"coexistencia pacífica" de la guerra fría está fuera de época y de
posibilidades.
Esto es
comprendido en Europa por Alemania y por Francia, partidarios de evitar mayores
enfrentamientos con Rusia y, por el contrario, integrar la economía rusa a los
circuitos globales. El propio Putin parecía haber encarado este rumbo hasta
hace un par de años, cuando llegó a proponer la construcción de un gran mercado
euro-asiático "desde el Atlántico hasta Vladivostok", pensando obviamente en la
centralidad rusa. La exsuperpotencia de la guerra fría está hoy convertida en
un país poco más que tercermundista, cuyos ingresos dependen de la extracción
de crudo y cuyo desarrollo requiere el aporte de capitales, tecnología y acceso
a los mercados globales.
Todo
indicaría la conveniencia para todos de retomar el camino seguido en la primera
década del siglo, despejando del horizonte cualquier prevención belicista. No
debe olvidarse que tan cerca como en el 2012 la OTAN llegó a sugerir la
incorporación de Rusia a su seno, lo que convertiría a la alianza en una
virtual policía de seguridad cuasi-global, más que en una alianza militar. La
desconfianza rusa no permitió avanzar en esa línea.
Sin
embargo, entrar en un circuito de desconfianzas es sencillo, pero después no es
tan fácil salir porque los acontecimientos pueden asumir una dinámica autónoma
de difícil control. En este 2014 de aniversarios es bueno recordar la sucesión
de pasos de minué iniciados con la "Gran Guerra" hace cien años, cual
disparadores automáticos previstos por las diferentes alianzas de los países
participantes.
No debe
olvidarse que aunque la economía hoy es crecientemente global, la política
sigue siendo local y responde a los condicionantes de cada situación interna.
En los marcos nacionales hay voces sensatas pero también hay "halcones", problemas no resueltos que suelen tratarse
recurriendo al atajo fácil del nacionalismo e intereses económicos vinculados
al complejo militar-industrial, que aún tienen no sólo vida sino una gran
capacidad de lobby político, comunicacional y académico. También luchas por el
poder, complejas ante la complejidad y labilidad de la opinión pública de cada
país.
Putin
está débil. Pero a Obama no le va mucho mejor. El triunfo de los republicanos
en las últimas elecciones legislativas debe evaluarse en esa clave de cara a la
situación internacional. "Huelen sangre" y es probable que cada paso de Obama
sea sometido a un salvaje escrutinio para dificultarle la tarea. Y un agregado:
la vinculación republicana con los intereses petroleros y armamentistas es
histórica.
A ambos
líderes la realidad podría llevarlos a decidir justamente lo que no le conviene
al mundo: ceder a las presiones nacionalistas. Pero ambos tienen también
abierta la posibilidad de retomar un diálogo estratégico que oriente a sus
países en el sentido de las necesidades del interés general del planeta, que no
es precisamente el de la guerra.
Remover
los obstáculos no parece imposible. La pretensión de Rusia sobre el acuerdo de
neutralidad de Ucrania -punto clave para Putin- puede ser acompañada con la
clara garantía de su independencia y soberanía con adecuadas prevenciones
estratégicas por parte de la OTAN, en los países no limítrofes con Rusia. La
situación de Crimea -cuya "devolución" es requerida por Estados Unidos y
Europa, pero que no fue defendida por las tropas ucranianas allí asentadas ni
siquiera con un solo disparo- puede ser objeto de una mesa que avance en la
sugerencia del propio Putin hace pocos días: tomar como antecedente la
situación de Jerusalén.
La
cancelación de la ayuda rusa a los rebeldes ucranianos y el levantamiento de
las sanciones económicas, como contrapartida, debería ser acompañado retomando
la dinámica de imbricación de la economía rusa con los flujos globales de
inversiones, tecnología y finanzas. Esto desarrollaría el entramado económico
recíproco -tal vez, mejor dicho, regional- que marcharía hacia la construcción
de un espacio de modernidad de base democrática, que achicaría el espacio para
futuras aventuras nacionales, como lo fue la Unión Europea de cara a Alemania y
a Francia.
¿A
quiénes beneficiaría esta opción?
Primero
que nadie, al planeta. A todos los seres humanos, beneficiados por el
alejamiento de una eventual conflagración desbordada y fatal. Pero también a
los directos interesados.
Europa
necesita seguridad y expansión económica, como lo necesita Rusia. Un mercado
global sin tensiones es un impulso a las inversiones reales y un desestímulo a
las especulativas que reinan en el desorden y la incertidumbre. Son ellas -y
los intereses armamentistas- los únicos que ganan en una guerra.
Pero
también a países que podrían sufrir enormemente un estado de conflicto. Las
naciones de Europa oriental, que sufrieron la posguerra con férreas dictaduras
ideológicas y que se debaten hoy en el temor de que la historia se repita,
serían beneficiarias directas al convertirse en "puentes" de un espacio
continental gigantesco con recursos, mercados y capitales.
Beneficia
a Rusia. Capitales, tecnologías, infraestructura, reconversión energética,
crecimiento más integrado son opciones claramente más favorables para Rusia y
para los rusos que el armamentismo, la pobreza, la carencia de inversiones, el
aislamiento y la dependencia de los grupos militaristas o mafiosos que lucran
con la exportación -pero también, de la consiguiente dependencia como un
proveedor más- de recursos no renovables y contaminantes.
Beneficia
a Estados Unidos. Su estrategia global de llevar al Pacífico el despliegue
principal de su poder militar reduciendo su compromiso en Europa y el Oriente
Medio se alteraría sustancialmente si requiriera mantener o ampliar su
presencia militar en Europa, en un momento en que el propósito buscado era
reducir sus fuerzas armadas al nivel previo a la Segunda Guerra, según lo
expresado por Obama hace menos de un año. La opción de mantener los dos frentes
abiertos requeriría, por su parte, un incremento de tal dimensión en sus gastos
de defensa que sería insostenible para su economía, en incipiente proceso de
recuperación luego de la extendida crisis iniciada en el 2008.
Y en Europa
Occidental es evidente que este camino está en el propósito íntimo de Alemania,
que ante la crisis europea requiere encontrar un espacio de crecimiento -a sus
inversiones y a sus exportaciones- que le permita reemplazar la caída -hoy- y
la saturación -luego- de las sociedades ya desarrolladas de la Unión Europea.
Esta
mirada no es afecta a los bloques, ni viejos ni nuevos. Asume que la
construcción del mundo en paz que está en manos de las generaciones que hoy
viven en la Tierra no puede reiterar errores milenarios y, ante los peligros
globales, requiere cooperación, no conflicto. Es una mirada que se pronuncia
por la decisión humana de tomar las riendas de la historia, en la medida en que
lo permite el desarrollo económico, científico, técnico y moral de la mayoría
de la humanidad.
El
éxito hoy no depende del triunfo de unos sobre otros, como ha sido norma en la
historia. Hemos tomado nota de la finitud del planeta, de sus recursos y del
riesgo en que se encuentra, que no es ya sólo la exhortación de utópicos
ambientalistas sino una cruda realidad cotidiana evidenciada en el deterioro
del clima, mega-huracanes, inundaciones, dislocación de los regímenes de
lluvia, sequías y desastres.
El
desarrollo tecnológico, por otra parte, ofrece horizontes portentosos, pero
también alternativas dramáticas. La capacidad destructiva no se limita ya a los
Estados -que conllevan alguna clase de control interno y externo de su
accionar- sino que está al alcance de grupos integristas, fanáticos y bandas
delictivas en condiciones de aterrorizar -y asesinar- a miles de personas sin
límite alguno.
El
éxito depende, por el contrario, de la cooperación y de la ayuda mutua para
terminar con los espacios de pobreza y atraso, con el riesgo del calentamiento
global, con el peligro de la extinción masiva de la biodiversidad, con la
inminencia del cambio de paradigma energético por las consecuencias de las
emisiones de CO2 inherentes al desarrollo industrial con las características
del último siglo.
Hacíamos
mención más arriba a las chances de Putin y de Obama, pero también de los
liderazgos maduros de otros países. Los dos mencionados, aún condicionados por
sus situaciones internas, tienen en sus manos la posibilidad de cambiar este
rumbo de colisión. Putin, porque de lo contrario los últimos años de su mandato
serán una agonía constante y un peligro para el mundo. Obama, porque su
imposibilidad de reelección le permite alejarse un poco más de las coyunturas
de la opinión pública que si pretendiera una reelección.
Ambos
deberían aprovechar la oportunidad para liberarse de las presiones de los
halcones de sus países y elaborar una agenda de distensión.
Y los
liderazgos maduros de otros países debieran evitar "echar leña al fuego", sea
integrando o sea sumándose a bloques de conflicto. Los propios "BRIC"
debieran sacudirse ese tufillo antiyanqui que algunos ven como su única
argamasa, y reemplazarlo por una genuina colaboración en la construcción de una
economía global más normatizada, menos especulativa y más inclusiva.
Hay,
entonces, una tercera opción a "Putin" y la "guerra".
Es la
cooperación para la construcción de un mundo en paz, inclusivo, democrático y
en armonía con el planeta. Vale la pena apostar por ella, por el bien de todos.
Ricardo
Lafferriere
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