Gabriel Di Meglio | Lunes 01 de diciembre de 2014
Una serie de episodios significativos tuvieron lugar durante
1989, de La Tablada a la hiperinflación, del giro neoliberal al indulto y la
celebración de la caída del socialismo en Europa. Fue un año fundamental en la
historia argentina, cuyos efectos políticos se sintieron con fuerza. A 25 años
de un año en el que terminaba (y empezaba) mucho más que una década.
Varios episodios significativos tuvieron lugar durante 1989,
de La Tablada a la hiperinflación, del giro neoliberal al indulto y la
celebración de la caída del socialismo en Europa. Fue un año fundamental en la
historia argentina, cuyos efectos políticos se sintieron con fuerza.
Fue feroz 1989, despiadado. A lo largo de este 2014 se ha
ido "conmemorando"el 25° aniversario de episodios que jalonaron aquel año
bisagra, y son duros. Empezó en enero con el copamiento del cuartel de La
Tablada, un déjà vu de los 70 que impactó fuertemente en quienes los habían
vivido, mientras que para quienes éramos más jóvenes se trató de un hecho muy
difícil de comprender, una coda a destiempo de la década anterior.
En febrero se aceleraron los precios y llegó el desastre de
la hiperinflación: el desquicio en la vida cotidiana, el aumento veloz de los
niveles de pobreza y la novedad de los saqueos de supermercados que se dieron
en mayo en las grandes ciudades del país.
Ese mismo mes el peronismo ganaba otra vez unas elecciones
presidenciales de la mano de Menem, contra quien la UCR agitó el fantasma de la
violencia del pasado. Seguramente fue por eso que muchos de mis ídolos
musicales de entonces, de Spinetta a Charly García, pasando por Virus y los
Ratones Paranoicos, realizaron durante la campaña la gira nacional "Rock por
Angeloz", apoyando al candidato que sostenía abiertamente que había que aplicar
el "lápiz rojo" para achicar el Estado y privatizar sus empresas...
Tales medidas llegarían de todos modos pero de la impensada
mano de su rival, quien en la campaña prometió un "salariazo" y aseguró que no
estaba comprometido con "los factores de poder ni con los grupos de presión",
sino con el pueblo. Al asumir, sin embargo, llamó a directivos de Bunge &
Born a diseñar la política económica, sorprendiendo a propios y ajenos. El
cambio fue facilitado por la acción de los grandes grupos económicos que
negaron su auxilio al desorientado gobierno de Alfonsín, precipitando su salida
en julio, meses antes de lo que correspondía.
En agosto se sancionó la Ley de Reforma del Estado y comenzó
el proceso de desmantelamiento de lo público, profundizando la dirección
económica neoliberal que había iniciado la Dictadura. Pero ahora había algo
inédito: la propaganda sin pausa de los grandes medios y la gravedad de la
crisis permitieron un consenso mayoritario en torno de esta nueva orientación,
algo que no había existido con Sourrouille, tampoco con Martínez de Hoz y menos
aún con cualquiera de sus antecesores. Hubo resistencias, sí, pero también un
apoyo esperanzado. Fue un hecho remarcable en la historia argentina: el
surgimiento de una adhesión popular a un programa antipopular, que tendría su
corolario penoso en la rotunda victoria de Menem en las elecciones de 1995.
El giro neoliberal tenía otra pata: la idea de cerrar las
heridas, superar los "odios entre hermanos" y mirar hacia el futuro. De allí
que a poco de asumir Menem se abrazara con el almirante Rojas, símbolo del
antiperonismo más profundo, e hiciera repatriar desde Inglaterra los restos de
Rosas, impulsando su integración al panteón de héroes nacionales (concretada
tiempo después cuando su imagen se incluyó en los nuevos billetes de 20 pesos
argentinos). Los gestos de "reconciliación" desembocaron en octubre en el
indulto presidencial a la mayoría de los militares procesados por violaciones a
los derechos humanos en la última dictadura, junto con ex dirigentes de
Montoneros y otras organizaciones, y también militares "carapintadas" detenidos
por sus levantamientos recientes.
En noviembre la crisis del bloque socialista en Europa tuvo
un episodio cúlmine con la caída del Muro de Berlín -evocada por Javier
Trímboli en una columna reciente aquí mismo-, que si era un cambio positivo
para quienes lo protagonizaron, fue presentado en Argentina como una
reafirmación del nuevo rumbo: la Guerra Fría finalizaba y el triunfador era el
capitalismo. El socialismo se convertía en una ilusión pasada. Llegaba la Hora
del Mercado.
Tras la fallida política de Bunge &Born, el gobierno
lanzó el diciembre el Plan Bonex, incautando los depósitos bancarios para
reemplazarlos por títulos de deuda pública. Fracasó y se disparó una nueva
híper (luego, la habilidad del menemismo haría que ésta quedara solamente
asociada con la de su antecesor radical, al igual que ocurrió con ese primer
"corralito"). En fin, no en vano la tapa con la que la revista Humor cerró el
año afirmaba "Fuckyou 89".
El panorama no fue, por supuesto, solamente oscuro. Para un
adolescente porteño clasemediero como quien escribe estas líneas, el año tuvo
también mucha intensidad. Uno iba a ver a los Redondos a Halley y Satisfaction,
a los Macocos al Rojas, a la Organización Negra colgarse -literalmente- del
Obelisco... estaba buenísimo. El problema fueron los efectos políticos. Yo tenía 16
años, estaba muy lejos de la trágica épica de los 70 que incluía a mis padres,
solo fui testigo infantil de la agitación de la "primavera" pos 83, y sí viví
activamente la "resaca" -palabras de Cerati- posterior al desencanto que siguió
a la Semana Santa de 1987. El 89 arrasó, para mí y para muchos otros con
quienes he hablado del tema, con el lugar de la política en nuestras vidas.
Hubo espacios de resistencia que nunca flaquearon, como los
organismos de DDHH o la flamante CTA, y las universidades con su siempre
peculiar micromundo generaron pequeños ensayos de acción, pero "afuera" era
durísimo. Grandes movilizaciones, desde las que enfrentaron los indultos hasta
la que combatió la Ley Federal de Educación en 1993 concluyeron en derrota.
Hasta cambió el lenguaje; palabras que hoy volvieron como "gorila" o "cipayo"
eran por entonces piezas de museo. Mucha ironía, hasta cinismo, eso nos quedó.
Fue uno de los motivos principales de que a muchos de mi generación nos costara
tanto la esperanza política y tuviéramos que luchar con nosotros mismos para
darle cabida.
Gabriel Di Meglio
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