Ernesto Sanz | Viernes 14 de noviembre de 2014
Los argentinos sabemos que la inflación nos empobrece cada
día; que muchos trabajadores ya perdieron su empleo o están a punto de
perderlo; que existe el miedo de salir a la calle; que la educación se degrada
y que repugna la corrupción que invade la vida pública.
Sabemos que si alguna vez hubo en el kirchnerismo impulso
político, espíritu renovador y sensibilidad social, eso ya ha desaparecido por
completo.
Y ante todo ello, los argentinos miran a los dirigentes
políticos, especialmente hacia quienes no estamos en el gobierno, y nos dicen:
queremos que esto cambie y que nos ofrezcan una alternativa en la que podamos
confiar.
Nuestra obligación es transformar esa mayoría social a favor
del cambio, que ya existe, en una mayoría política que aún está por construir.
Cambiar el rumbo, en la Argentina de hoy, exige cambiar la
tripulación. Pero es un grave error que hablemos mucho más de la tripulación
(que es lo instrumental) que del rumbo (que es lo esencial). Parece
preocuparnos más con quién queremos recorrer el camino que el camino mismo y la
meta a la que queremos llegar. Y eso nos aleja de la sociedad.
Las alianzas electorales son una cuestión importante porque
se trata de ganar, y en democracia ganar es sumar. Por eso nuestro instrumento
político se define con tres palabras: Frente (es decir, no secta, ni siquiera
partido); Amplio (es decir, abierto y no cerrado sobre sí mismo); y UNEN (es
decir, no separan ni excluyen ni se autoadjudican el derecho de admisión).
Se está creando, en parte de forma interesada, una confusión
en torno a UNEN y su política de alianzas electorales (olvidando que UNEN es
ya, en sí misma, una alianza electoral). Y antes de que me sigan interpretando,
prefiero ser yo mismo quien diga públicamente lo que pienso, para que quienes
discrepen conmigo lo hagan por lo que realmente digo y no por un teléfono
descompuesto.
Es cierto que hoy, aunque el deseo de cambio sea mayoritario
en la sociedad, no hay ninguna fuerza política en la oposición que, por sí
sola, sea capaz de aglutinar esa mayoría. Por ese lado, tienen razón quienes
insisten en que, para que exista una auténtica alternativa de poder, hay que
sumar y añadir fuerzas, aunque sean disímiles.
Pero también es cierto que sirve de poco una mayoría que
sólo se construya contra algo o para derrotar a alguien. La alternativa de
gobierno que la Argentina necesita no puede concebirse como una coalición
anti-peronista o anti-kirchnerista; sería un grave error. Tiene que estar unida
por un proyecto para el país que todos sus componentes puedan compartir. Es
decir, tiene que ser políticamente coherente para ser duradera y útil.
Además de ganar en las urnas, la nueva mayoría tiene que
poder sostener a un gobierno. Eso exige dos cosas:
La primera, coherencia programática. Señalar un camino,
compartir unos objetivos y comprometernos en las principales medidas de
gobierno.
Y la segunda, poder conciliar, si es que ello es posible,
las diferencias ideológicas que inevitablemente se darán dentro de esa mayoría
ampliada.
El desafío es compartir un programa de gobierno sin que
nadie tenga que renunciar a sus convicciones. Así es como se sostienen
gobiernos plurales como la coalición que hoy gobierna en Alemania o en nuestros
vecinos de Chile, Brasil y Uruguay.
Veo que en esto de las coaliciones hay fervorosos creyentes
que antes de empezar a hablar, ya tienen en la boca un rotundo SI o un
categórico NO. En esta materia, me declaro agnóstico. Mi posición se resume muy
fácilmente: después de las elecciones de 2015, no va a haber un Gobierno de un
solo partido. Habrá que alcanzar acuerdos de Gobierno; si no es antes de las
elecciones, tendrá que ser después de ellas.
Por eso mismo, tengo claro que cualquier acuerdo electoral
tiene que llevar incorporado un acuerdo de gobierno; de otra manera, no vale la
pena
Lo que quiero decir es que la construcción de una mayoría de
gobierno mediante acuerdos entre fuerzas distintas no puede ser un mero
ejercicio aritmético de suma de votos posibles, y mucho menos un ejercicio de
nombres propios. Tiene que ser un ejercicio de diálogo y de debate sobre el
contenido del proyecto de cambio. Eso es lo que no se puede eludir; de nada
sirve tomar atajos como desean algunos ni encasillarse "a priori" en posiciones
intransigentes como hacen otros.
Hay que sumar, sí; pero hay que asegurarnos de hacerlo de
tal forma que la suma de hoy no se transforme en una resta al día siguiente de
las elecciones.
Mientras tanto, yo no puedo ni debo prescindir de mi
condición de presidente de la Unión Cívica Radical. Y no tengo dudas sobre la
tarea que me corresponde: fortalecer a mi partido y preservar su unidad y su
conexión con la sociedad.
La UCR, el primer partido del país en historia y el segundo
en fuerza electoral y en implantación territorial, es el eje del Frente Amplio
UNEN. Y es el partido no peronista con mayor experiencia de gobierno. Por lo
tanto, tenemos que actuar con el espíritu que mostró Alfonsín en el 83: liderar
un proyecto de cambio e invitar a todo el que lo comparta a sumarse a él.
Somos un partido nacional y federal. Federal significa
unidad en los objetivos y autonomía en la acción. Y además, la UCR es un
partido con vocación de poder. Por eso, allá donde el radicalismo tenga la
posibilidad de gobernar, sólo o en compañía de otros, sus dirigentes en cada
provincia tendrán el apoyo y el respaldo de la dirección nacional del partido
para desplazar a gobernantes que se comportan como señores feudales de sus
territorios. Y eso no va a condicionar en ningún sentido las decisiones que
tengamos que tomar a nivel nacional respecto a las elecciones presidenciales.
Esa es mi concepción de un partido a la vez nacional y federal, consciente de
su responsabilidad ante los millones de ciudadanos argentinos que desean el
cambio y nos exigen que lo hagamos posible.
Ernesto Sanz
Senador Nacional por la Unión Cívica Radical
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