Enrique Szewach | Lunes 10 de noviembre de 2014
Ignoro si la Presidenta, cuando sugirió que si algo le
pasaba había que mirar al norte, se refería a su vida personal, o a su vida
política. Pero si se refería a su vida política, tenía razón.
En efecto, la vida política de cualquier presidente argentino
está ligada a las decisiones de política
monetaria de la FED que, al final del
día, es el Banco Central emisor de la moneda de reserva del mundo y de la
moneda sustituta del peso en materia de ahorro de los argentinos. Por lo
tanto, determina, sumado a otros
factores, el precio de los commodities que la Argentina exporta y, también
sumado a otros factores, el flujo de capitales internacionales hacia o desde
Latinoamérica.
Asimismo, las decisiones de los productores agrícolas, y el
clima en el hemisferio norte, forman parte de esos otros factores que influyen
en los precios de nuestro principal producto de exportación, la soja y sus
derivados.
Las grandes crisis macroeconómicas locales se relacionan con
una crisis externa que se dispara cuando
el precio de la soja cae, o las condiciones de liquidez global en dólares se
endurecen. Se trata, en jerga de
economistas de un "shock externo negativo", cuya intensidad y gravedad se
vinculan con las condiciones internas.
Esas crisis afectan
la suerte política de los gobiernos de turno.
Acepto que lo antedicho es una simplificación extrema de
muchos elementos que hacen a un resultado electoral, pero no por simple, hay
que ignorarla.
Mirando el ciclo kirchnerista, tanto los triunfos del 2005, 2007 y sobre todo el 2011, coincidieron con un escenario externo
muy favorable (no me olvido del "factor China" en el boom de los precios de los
commodities, pero ese es un tema estructural subyacente en toda la década),
mientras que la derrota electoral del
2009, coincide con las consecuencias de la crisis financiera internacional,
sobre el precio de los commodities y los flujos de capitales.
Desde mayo del año pasado, cuando la Reserva Federal anunció
el final gradual de su política monetaria expansiva, los precios de los
commodities dejaron de subir, y están cayendo, mientras las perspectivas
indican una caída más importante. Aquí hay que introducir otro tema
estructural, relacionado con cambios en la oferta de petróleo y gas, en Estados Unidos y en el resto de los
productores globales, y en un boom de producción de soja, en el hemisferio
norte, también relacionado parcialmente, con cambios en los precios relativos
de la producción de combustibles fósiles, versus la producción de
biocombustibles a base de maíz.
Estamos viviendo, entonces, un nuevo "shock externo
negativo".
Por lo general, el "tratamiento" frente a un shock de este
tipo es el de devaluar la moneda local, para ajustar la economía interna a la
nueva situación externa. La magnitud de dicho ajuste depende del monto de las
reservas acumuladas previamente, de la estructura productiva interna y de las
condiciones de crédito externo de cada momento.
Menem, por ejemplo, pudo resistir el shock externo, y mantener
la convertibilidad, en el 94 y en el 99,
compensando con ingreso de capitales y caída en nivel de actividad.
Aunque la duración del shock fue corto en el 94, y en el
caso del 99, entregó el poder en mitad del shock.
El gobierno de Cristina Kirchner, mucho antes de los cambios
globales mencionados, creó internamente
su propio shock externo negativo, al
diseñar un esquema de reglas, precios y subsidios al consumo que estancó la producción de exportables y
amplió la necesidad de importar energía e insumos industriales, mientras se
aislaba financieramente. Shock externo "local" sumado al global.
Pese a estas condiciones tan diferentes, pretende "durar a
la Menem", racionando reservas, con
crédito obligado de importadores y exportadores, con aportes de petroleros,
privatizaciones (el espectro de 3G y 4G), swaps, etc., y tratando de minimizar
el ajuste en el nivel de actividad expandiendo el gasto público y absorbiendo
el sobrante de pesos colocando deuda interna. Aunque la actividad la determina
los dólares disponibles.
Pero al gobierno le
falta mucho más que lo que le faltaba a
Menem para entregar el poder.
Todavía tiene la carta de intentar salir del default, pero,
dada la magnitud del problema, y las devaluaciones regionales, pasarle el
ajuste devaluatorio al próximo gobierno no será fácil.
Habrá que seguir mirando al norte...
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