Javier Fernández Arribas | Martes 30 de septiembre de 2014
No se puede bajar la guardia con los terroristas, y, mucho
menos, con los criminales islamistas del autodenominado Estado Islámico que
utilizan las tácticas más bárbaras y repugnantes para sembrar el terror y
enriquecerse. Causa cierto estupor comprobar que el presidente de los Estados
Unidos, Barack Obama, justifica la situación actual de caos y violencia en
Siria y en Irak porque las agencias de inteligencia subestimaron la fuerza de
esta banda terroristas. Hasta el punto de que hace pocos meses, Obama decía que
si alguien se ponía la camiseta de Kobe Bryant no significa que pueda jugar en
Los Ángeles Lakers.
Mira por donde, ahora, estos aprendices de jugadores de
baloncesto no sólo juegan a nivel de NBA, sino que traen en jaque a toda la
comunidad internacional porque han tenido en Siria, durante más de dos años, su
gran campo de entrenamiento y de reclutamiento de miles de milicianos, no sólo
de países árabes y musulmanes, sino también europeos, australianos y de muchos
más países del mundo. Han utilizado técnicas de propaganda modernas, con
expansión en las redes sociales, y con un discurso que utiliza la debilidad de
las principales potencias internacionales, de sus enfrentamientos por
disparidad de intereses, de las consecuencias de la crisis económica y de la
mediocridad de la mayoría de los dirigentes políticos internacionales.
Los criminales del EI, que por cierto habría que evitar caer
en su estrategia propagandística con el vocabulario que busca legitimarse
porque ni son Estado: ni leyes, ni derechos, ni libertades, ni nada; ni son
islámicos porque el Islam es paz, convivencia y, sólo unos cuantos grupos de
criminales aprovechados malinterpretan el Islam para su propio beneficio de
poder y dinero; han sembrado la barbarie contra toda persona que no haga lo que
ellos imponen. Da igual que sean musulmanes, cristianos, judíos o hindúes, su
estrategia del terror persigue conseguir los beneficios de la venta del
petróleo.
El presidente norteamericano es consciente de la amenaza que
significa un reto para toda una generación, una percepción que debe ser
compartida por todos porque nadie en el mundo está libre de los ataques de unos
criminales que se retroalimentan en el caos y la violencia. No es fácil luchar
contra ellos porque legalmente hay resistencia a penar los indicios pero las
dudas pueden resultar fatales.
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