Javier Trimboli | Jueves 11 de septiembre de 2014
Sarmiento y el día del maestro acompañarán por siempre a la
Argentina. Aunque el 11 de septiembre se haya cargado de otros acontecimientos
y sentidos (1852, 1973, 2001), lo suyo perdura. Por fuera de la canonización y
de la denegación plena, vérselas con Sarmiento es un problema que, a contramano
de lo que se dijo en el Bicentenario, la narración y la política que ensaya el kirchnerismo
tienen cómo encarar.
Casi todo lo que sabemos sobre el negro Lorenzo Barcala es
por lo que escribió Sarmiento. El general Paz, espada unitaria y de la gente
respetable, para entenderse con "las masas cordobesas" -Paz es cordobés-,
necesita de los servicios "como intérprete" de ese negro liberto. Idolatrado
por la plebe zumbona, Barcala arrima y traduce las órdenes del estratega de
escuela europea.
"Elevado por su mérito, nunca olvidó su color y origen".
Sólo gracias a esta transacción se pone en pie el ejército capaz de derrotar a
Quiroga, a Estanislao López y al ascendente Rosas.
Barcala nació esclavo en Mendoza, integró el Ejército de los
Andes y en Brasil peleó contra el Imperio esclavista. Ya coronel, está entre
los derrotados por Facundo Quiroga en la Ciudadela, Tucumán. Cuenta Sarmiento
que el caudillo riojano, ignorando la seducción y el llanto de las niñas de
sociedad, hace fusilar a los mandos del ejército unitario. Menos a Barcala.
Admirador de su fama, le perdona la vida a cambio de que se integre a su
séquito. Acepta. Conjetura Sarmiento, interpreta, pero cuenta. Facundo es su
último protector, su aliado también. Barranca Yaco precipita el fusilamiento de
Barcala en la plaza que era principal en Mendoza.
La condición de "intérprete" de Barcala -"la habilidad con
la que hacía descender a las masas las ideas civilizadoras"- es síntoma de la
distancia honda de clases, de la debilidad de la cruzada de la civilización.
Sarmiento, boconazo, revela el problema. Paz que, además de militar, es un gran
escritor, lo calla. Aunque conoce hasta el sudor de Barcala, apenas deja una
línea sobre él. Su escritura prolija y rica en anécdotas no reserva lugar para
personajes bajos. Sin la propensión de Sarmiento a alojar en sus libros
semblanzas de este tipo -aunque, al mismo tiempo, en Facundo se clame por la
intervención de Europa en el Río de la Plata que producirá el combate de Vuelta
de Obligado-, nada habría sacada a Barcala del silencio.
Barcala es el coronel de Sarmiento en plan hegemónico,
cuando la civilización se imagina lo suficientemente atractiva como para
persuadir de sus bondades a los gauchos. 20 años después está obsesionado con
otro coronel, su contracara. Casi todo sobre Ambrosio Sandes lo sabemos por Sarmiento.
Oriundo de la Banda Oriental, sobrevive también un daguerrotipo, un misterio
sin su escritura. Descamisado, exhibe lujoso las 53 heridas que muerden su
cuerpo, 53 puñaladas y lanzazos montoneros. Es un rayo furioso que parte de
Pavón y perfora los Llanos de La Rioja. "Pródigo en la sangre, no había de
mostrarse económico de la ajena, y su odio y desprecio por el gaucho, de que él
era un tipo elevado, le hacía, como es la idea del montonero argentino,
propender al exterminio." Mitre no quiere hacer olas y le escribe a Sarmiento
que al Chacho le haga guerra de policía, como a un ladrón.
Sarmiento entiende como pocos la legitimidad de su lucha (y
lo escribe en Vida del Chacho), pero no para aceptarla, sino para hacerle la
guerra. Sandes es su ariete. Nuestro Cid Campeador, alardea, el azote de las
montoneras que muere desangrado antes que el Chacho, pero sus "manes" lo
alcanzan y degüellan en Olta.
"El espectáculo de un campo de batalla es tan fuera de las
condiciones ordinarias de la vida, que ni compasión, ni horror, ni asco excitan
sus incidentes. Un hachazo que ha hendido de parte a parte un cráneo, excita
solo la admiración por el robusto brazo que lo fracturó. El cañón demuele la
especie humana, y lanza sus fragmentos desconocidos é informes." ¿Verdún?
¿Junger? No, Sarmiento que recorre los restos de la masacre de Cañada de Gómez,
por donde anduvo Sandes. Se dispara a los pies Sarmiento, a punto de quedar
excomulgado de todo humanismo. Ignacio B. Anzoátegui, un fascista all uso
nostro que admira los gritos de Sarmiento y sólo no se burla de Mitre porque La
Nación lo publica, escribe hacia 1940: "Pensaba ´la puta que lo parió´ y
escribía ´la puta que lo parió´".
Las páginas más tremendas de la historia argentina -la de
todo país moderno- se hacen con cientos de Sandes. Pero son pocos quienes las
reconocen aunque disfruten de sus resultados; menos aún quienes no se inhiben
de admirarlas. Sandes es la versión policial de Sarmiento, cuando ya no busca
ni una pizca de inclusión. Mansilla le apunta: "No hay peor mal que la
civilización sin clemencia." Sarmiento, el inclemente.
¿Qué de Sarmiento sigue teniendo pulso y vale hoy
reivindicar? ¿Su condición de constructor de Estado? Sí, las escuelas ante
todo, aunque nos animamos a dudar en qué medida a la vez que fueron escalón
para el ascenso social de algunos, no significaron humillación para los que no
alcanzaron a pisar sus veredas. En 1988, centenario de su muerte, hiela sobre
la primavera democrática. Se impone un reencuentro sobre todo con sus ideas.
Civilización, Res pública, Constitución, Ciudad, Educación. Angeloz abusa de él
en una publicidad de campaña, pero es un poroto en relación con Biolcatti y su
discurso inverosímil en la SRA, en 2010. Similar exaltación está a la base del
inconsistente consejo de Tomás Abraham a Binner, que cree La Sarmiento.
Pero no hizo falta que degollaran a sus ideas, porque el
mismo Sarmiento les baja el precio. Mucho más que ellas, fue la modernización
económica lo que cambió -relativamente y esto también lo enoja-, el rostro de
la Argentina (Conflictos y armonías).
En una página autobiográfica escribe que todo lo que hizo
fue "para que todos participen del festín de la vida, del que yo gocé sólo a
hurtadillas". Fenomenal la promesa de que la vida puede ser un banquete. Pero
su festín -comida, invitados, reglas de mesa- no sólo no es el nuestro, sino
que la marcha de la civilización en el siglo XX lo da por arruinado.
Así y todo, al liberalismo argentino, cuando se avergüenza
de ser mero culto al mercado, no le queda mucho más que ensalzar a sus ideas y
hacer con ellas un laberinto adiposo para esconder adentro al monstruo
Sarmiento. A nosotros, propongo, nos interesa su escritura, su mejor política.
Sobre todo cuando da lugar a los hombres e incluso a las razones que sus ideas
rechazan. Sarmiento impelido a nombrar, a reconocer. Aunque sea monstruoso, ahí
sí hay festín.
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