Gillespi | Viernes 05 de septiembre de 2014
Tuve el inmenso privilegio de compartir varias experiencias
con él. De todas aprendí algo. Como los verdaderos maestros, sus enseñanzas
fueron imperceptibles en el momento y torcieron mi forma de ver la vida a
medida que se proyectaban en la línea del tiempo.
La mente suele ejercer un mecanismo de defensa para no
dejarnos caer en los tristes pozos en donde nos hunde la existencia. Ese mismo
mecanismo es el que me hace evitar pensar en la muerte de un amigo. Algunos,
más racionales, trataban sin éxito de restarle posibilidades a la pelea
desigual que llevaba Gustavo contra la naturaleza de su mal. Finalmente su alma
se desprendió y como en aquel video del tema Puente, empezó a caminar en el
aire, buscando su mejor estado.
Decir que fue uno de los más grandes artistas de nuestro
rock es quedarse corto. Creo que nadie
ha tenido la visión total del juego de la música. Algunos fueron grandes
instrumentistas, otros grandes poetas, otros dotados de una buena voz, otros
grandes empresarios de sí mismos. Él era todo eso de una forma natural. Meses antes de cada gira empezaba a
planificar el nuevo show. Imaginaba el escenario, las luces, el vestuario de
los músicos, la lista de temas, los bises.
La diferencia con la mayoría de nosotros era que meses después todo eso
existía en el escenario. Lo pensaba y lo hacía.
Queda en mi recuerdo su generosidad. Jamás me hizo sentir
menos. Siempre se interesó en cómo estaba. (Algo raro en un mundo donde los
egos suelen ahogar a los artistas) .
Definitivamente es un momento muy difícil para todos los que
amamos el rock argentino. Los años ochenta arrasaron como un tornado con las
muertes de Luca, Federico Moura y Miguel Abuelo.
Después de una tregua, el fatal destino (con renovadas
fuerzas) nos arrancaría de un plumazo a los
más queridos ídolos de la gente.
La trágica muerte de Pappo, Mercedes Sosa, Sandro, Spinetta y ahora
Cerati como una bomba atómica despiadada y cruel. Solo la música podrá consolarnos.
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